Le dicen Cuba, porque se llama así: Adrián Cuba (La Habana, 1965), y es un artista singularísimo, que no discrimina, para crear, superficies ni soportes. Como visualmente el mundo le resulta insípido, intenta lavarle la cara, engalanarlo con figuras y colores. Si ve una cafetera, enseguida quiere decorarla. Los muros, lo mismo de un hotel que de un hospital infantil, lo incitan, lo interpelan. Transita por las calles de su ciudad en auto, a pie y… en sueños que van a dar a minuciosas plumillas. Lo suyo es pintar, que él asume como fatalidad (algo que se va a dar inexorablemente), como misión y como destino.
Es graduado en Diseño y ha incursionado, además, en la cerámica y la escenografía para televisión. Sus obras se han exhibido, en muestras personales y colectivas, en Cuba, España, Francia, Panamá, Italia, México y Estados Unidos. Sus murales cerámicos o pintados están emplazados en instituciones de varias provincias de la isla.
Desde 2010 decora humidores, actividad por la que mayormente se le conoce. Desde entonces, han salido de su casa taller más 45 piezas que pueden localizarse en una decena de países.
Él nos cuenta:
“Varios años antes de pensar en pintar humidores, empecé a fumar tabaco, en honor a mi abuelo, un gran aficionado a los puros. Tenía socios con los que compartía conversación y humo, y siempre estaba ese olor que tanto me recordaba al viejo. Pasó el tiempo y, como artista, soy invitado a un club de fumadores, El Balcón del Habano. Mensualmente se hacía allí un maridaje con diferentes marcas de tabacos y rones. Me hice de muchísimos amigos en ese ambiente; algunos, los mayores expertos en la materia. Y me da por estudiar ese mundo fascinante.
“Me interesaba —y me interesa— el arte detrás del habano. Y quedé prendado. Así, empecé a decorar alguna que otra cajita para regalarle a esos nuevos afectos, hasta que un día Ángel Miranda, director del proyecto Sikerei, se tropezó con una. Me dijo: ‘Me encanta. ¿Podrías pintarme un humidor?’. Acepté, pero no sabía que él lo quería exponer en el Festival de Partagás, para el que solo restaban cuatro días. Fueron jornadas febriles y alegres en las que literalmente no dormí. Cumplí en tiempo, se expuso la pieza, y se vendió enseguida.
“Así nació el reto. Un reto, sí, porque los que adquieren esos muebles son, por lo general, personas cultas, sensibles, que quieren un objeto bello que no deje de cumplir la función para la cual fue creado: conservar de manera óptima los tabacos. Un humidor no es un cuadro, es un mueble tridimensional que hay que convertir en una obra de arte. Históricamente, siempre fueron muebles de madera sobrios y elegantes, con diferentes formas y hasta con incrustaciones. Ya al ser intervenidos por un artista, se corre un riesgo grande, y es que al final es un mueble decorativo, que expresa un estatus, un orgullo, y que en su interior atesora lo más preciado de su dueño, los habanos. El peligro está en que el artista intente imponer lo característico de su obra al mueble, cuando lo deseable y maravilloso es entregarse al humidor, conectarse con él, saber qué va a representar, y honrar el contenido que llevará. Debe expresar de alguna manera el placer de degustar un buen habano. El humidor es tan importante como la casa de secado de las hojas de tabaco en el campo; por eso, convertir este objeto en un soporte para el arte supone concatenar armónicamente sus cinco caras, y hasta el interior. Nada fácil.
“Un humidor pintado, no representa, en sí, la obra del artista, sino el sentir del artista hacia el habano, al espíritu que emana de cada puro con su aroma. Es respeto y orgullo por la tradición de los tantos fumadores que han sido, y el cariño y admiración por aquellos viejos artistas de la litografía que engalanaron las marcas del mejor tabaco del mundo.
“Disfruto con la decoración de cada humidor. Cuando lo termino, me siento junto con él y me fumo un tabaco, acompañado con un buen añejo. En silencio nos despedimos. Sé que se irá lejos, pero también que su dueño lo cuidará con esmero, y que pasará de generación en generación de fumadores”.
Los humidores
No he podido hallar el dato exacto. Se me escapa cuándo fue creado el primero de estos muebles preciosos. Supongo que se habrá debido a algún artesano de un país europeo, pues allí, por la sequedad del clima, los tabacos pierden rápidamente sus propiedades.
Los humidores, humidificadores o humectadores —que de todas estas maneras puede llamárseles— comúnmente se fabrican de caoba, ocume o cedro. Suelen estar habilitados con un higrómetro —para medir el grado de humedad en el interior— y un termómetro. Su función es evitar que los puros se sequen (por eso se suele suministrar agua destilada al sistema recargable de humidificación—, preservarlo del ataque de insectos y conservar su aroma.
Para el óptimo almacenamiento de los tabacos en el interior de los humidores la humedad debe oscilar, según expertos, entre el 65 y 72 %, y la temperatura no debe estar por debajo de los 16 ni por encima de los 18 grados centígrados. En tales condiciones, se asegura, los tabacos pueden mantener sus cualidades indefinidamente, pero otros peritos en la materia fijan el límite de almacenamiento en cinco años.
En Cuba se celebran cada año dos eventos internacionales que tienen como centro la promoción del mejor tabaco del mundo. Son estos, el Festival del Habano, que en 2024 se efectuará del 23 de febrero al 2 de marzo, y el Festival Amigos de Partagás, que tradicionalmente ocurre en noviembre.
En ambos suelen exhibirse los humidores premium iluminados por Adrián Cuba; también pueden hallarse, junto a los decorados por otras figuras de la plástica nacional, como Roberto González y Zaida del Río, en Sikerei Art Gallery, Galiano 191, La Habana, sede del proyecto de Ángel Miranda, quien provee a estos artistas esos muebles tan útiles como bellos.