Jorge Mata: “Sigo siendo aquel niño problemático que miraba el mundo con curiosidad”

Artista de amplio repertorio, se le dan por igual la pintura, la escultura, la fotografía, la instalación y el dibujo.

Jorge Mata. Foto: Irving Alfaro.

Jorge Mata. Foto: Irving Alfaro.

La obra de Jorge Mata (La Habana, 1970) se mueve en torno a dos deseos paralelos: el de participar en el misterio fundamental de seres y cosas, y en el de contender en primera línea en las refriegas sociales que signan su país y su tiempo. Con las herramientas de la espiritualidad de las reglas de Osha y Palo Monte escarba más allá de la superficie de la existencia humana; con su instrumental lógico, cartesiano, escruta el entorno, opina sobre este y, a su medida, intenta cambiarlo.

Mata toma el mito, la leyenda yoruba, los procederes mágicos y los representa sin tratar de desentrañarlos. En ese plano, su labor no se centra en entender, sino en testimoniar. No crea conjuros, no propaga la magia, no se pierde en los laberintos de los infinitos porqués. Cree, pero no está iniciado. Practica la religión a su modo, mostrando la estética de lo que se pretende alejado de lo que el arte convencional acepta como bello. Allí donde fue, plantó su Elegguá; modo suyo más que de desbrozar los caminos por venir, de dejar abierta la ruta del regreso.

Artista de amplio repertorio, se le dan por igual la pintura, la escultura, la fotografía, la instalación y el dibujo, que no son sino vehículos diversos para expresar lo mismo: las preguntas de siempre sobre el origen y destino de cuanto vemos y sentimos. Mata perfila una y otra vez los cuestionamientos porque no espera las respuestas. El arte, él lo sabe, es un complemento y un ingrediente de la vida, nunca la vida misma, ni su reflejo, ni su sucedáneo. Por eso, su trabajo carece de cualquier trascendentalismo. Es lo que se ve, ni un milímetro más allá concedido al campo de la especulación.

Como otros acumulan objetos más o menos valiosos, él atesora visiones que no siempre van a concretarse en la obra. Las piezas surgen de sus manos cuando ya es muy cansado andar con ellas entre sueños y desvelos. En su caso, estoy convencido, tienen una alta dosis de fatalidad: las que vemos son las que van a darse, pugnases e inexorablemente.

Entre 1993 y 2011vivió en Barcelona. Allí hizo obra, fundó editoriales, expuso y vivió con la intensidad que le es característica. Hoy por hoy es un animador de la escena artística cubana, no sólo como creador, sino también como divulgador desde el espacio Tuyomasyo Arte Cubano.

Eggum.
Eggum, 2019.

¿Cómo fue el despertar de tu vocación artística? ¿Alguien te animó a seguir ese camino? ¿Hay antecedentes familiares en el ejercicio de cualquiera de las artes?

Con 53 años en las costillas, cada vez estoy más convencido de que con la vocación se nace. En mi caso, lo veo como un regalo de Olodumare. Desde que tengo uso de razón dibujo, pinto y creo artefactos. Siempre he pensado en imágenes. Lo que hago hoy día no es muy distinto de lo que hacía en mi infancia.

Soy un producto del sistema de las casas de cultura municipales. Inauguré la del barrio, ahora con el nombre de Justo Vega. Su enclave no era muy común. Crearon la Casa en 1981, en las instalaciones de la antigua Funeraria Mauline, en Arroyo Naranjo. Los vecinos pasaron de los velorios a la fiesta en muy poco tiempo. A mi madre no le hacía muy feliz la idea de que fuera allí. Pero como toda madre, sabía qué era lo mejor para su hijo. Mami tenía dones para el bordado y el papel mache, aunque nunca se lo tomó muy en serio.

En esa institución recién formada, trabajaba Pedro Amador, paisajista extraordinario; por desgracia, poco conocido. Pedro era un de los profesores de pintura egresados en la primera hornada de la Escuela de Instructores de Arte. Apareció un buen día por mi escuela, y las maestras le mostraron algunos de mis dibujos. A los pocos días formaba parte de un grupo de alumnos suyos, en lo que llamaban círculos de interés.

No fui un niño fácil. Cuando vi el largometraje Conducta, de Ernesto Daranas, me sentí muy identificado con Chala. A pesar de provenir de una familia muy identificada con la Revolución y para nada desesctrurada, yo era un caso. De aquellos de mancha en el expediente. Fui expulsado de dos escuelas por mi mala conducta.

“Las Flores de Juana” o “El velo de la novia”, 2014 -2023. Madera, Acrílico y tela policromada sobre madera; 120 X 120 cm. Montreal - La Habana.
“Las Flores de Juana” o “El velo de la novia”, 2014 -2023. Madera, Acrílico y tela policromada sobre madera; 120 X 120 cm. Montreal – La Habana.

Era muy travieso a la par que solitario. No quiere decir que no me relacionara con amigos de la escuela o vecinos. Simplemente no encajaba. Cuando ellos estaban de fiesta, yo me encerraba a pintar; no había placer mayor, excepto el de jugar pelota. Siempre he tenido problemas con la autoridad, no me gusta me digan lo que debo hacer, que me planifiquen la vida, y mucho menos que limiten mis libertades. En otras palabras, siempre me he sentido un electrón libre, en choque constante con el poder establecido.

En mi familia no hay antecedente alguno que me hicieran tomar el camino de las artes visuales. Aunque mi madre trabajó por más de una década en el Museo Nacional de Bellas Artes. Estar allí era una fiesta. Subía a las salas y me sentaba horas frente a los cuadros de Lam, Mendive, Antonia Eiriz… Eran mis preferidos. Hacía dibujos pequeños de esas obras, con lápices de colores, en una libreta. En ella anotaba observaciones sobre las pinturas. De esta forma comencé a hacer mis catálogos de arte. Te hablo de años en los cuales no se vendían materiales de pintura y mucho menos libros de arte.

No me dejaban entrar en la biblioteca del Museo; en rebeldía me metía en la fuente con las jicoteas, antes situada en la cafetería. La protesta terminaba con la aparición de mi madre, quien era muy estricta, pero también cariñosa. Tengo muy buenos recuerdos del taller de restauración. Me fascinaban todos esos pomitos repletos de fórmulas, pigmentos y el trabajo paciente de los restauradores.

En el Museo pasé los mejores años de mi vida. Era un edificio hermoso lleno de árboles; lo veía como una selva. A los pies de un árbol del patio enterré algunos de mis dibujos. Una pena que hoy sea un lugar sin zonas verdes. A mi regreso de Barcelona por vez primera, fue como si me hubieran arrancado un pedazo. Lo que encontré en el Mueso se parece más a un mal Hotel que lo que fue en sus días. No estoy en contra de las renovaciones, pero sí de acabar con la esencia de un espacio público como ese, empeorarlo. A mi juicio, fue lo que pasó.

“Por el mar de las Antillas”, 1994. Caja de tabaco, algodón, tela, clavos de hierro, herradura, estampilla, lápiz de color negro, vaso de agua; medidas variables. Barcelona.
“Por el mar de las Antillas”, 1994. Caja de tabaco, algodón, tela, clavos de hierro, herradura, estampilla, lápiz de color negro, vaso de agua; medidas variables. Barcelona.

Fuiste alumno de las artes plásticas de 23 y C, un plantel singular donde se reunieron un grupo de talentosos artistas-profesores como Pepe Franco, Juan Francisco Elso, Edel Bordón, Gustavo Acosta, Jorge Braulio, Zaida del Río, Emilio Rodríguez Hernández, Pepe Olivares, Nelson Villalobo… ¿En qué período pasaste por sus aulas? ¿Cómo valoras la educación recibida allí? ¿Cuándo piensas en aquellos años, qué sentimientos afloran, qué recuerdos te asaltan?

Mi entrada a la entonces Escuela Elemental 20 de octubre de 23 y C, en 1982, fue algo accidentada.

Un día Pedro Amador se presentó en nuestra casa y les soltó a mis padres: “Este niño se vuelve artista o delincuente; ¿que prefieren ustedes? Les dejó la dirección de la escuela del Vedado. Pronto pasaría a la enseñanza secundaria, y era el momento de cambiar de aires.

Mi padre se personó en el lugar para el curso de día y le dijeron que ya habían hecho las pruebas de ingreso: no había cupo. Le sugirieron una entrevista con la directora del nocturno. Por aquellos años daban clases por las noches, de 6:00 a 9:00 p.m. todos los días. Para allá fue Nelson Mata, y se encontró que la directora había sido alumna suya en la universidad. En ese punto mi suerte cambió. El viejo llevaba una gran carpeta con trabajos míos, que les mostró a los profesores allí presentes. En su mayoría le sugirieron que yo debería estar allí. Entre ellos estaban Nelson Villalobo y Zaida del Río, quienes me dieron las primeras clases de dibujo y pintura. Pasé un año yendo a clases nocturnas, después de asistir a la secundaria de mi barrio. Cada día cogía la desaparecida ruta 2, llegaba el primero a clases. Debía caminar mucho, pues la 2 tenía su última parada en la calle O.

Aún no había cumplido los 12 años. Maduré muy pronto y me auto discipliné. La pintura valía el esfuerzo, era mi pasión. Ahora imagina el viaje de Arroyo al vedado, casi 60 minutos. Por suerte el transporte no estaba como hoy, y a esa hora la gente regresaba del trabajo. Pocos iban para el Vedado. En mis viajes me hice amigo de unos cuantos personajes, incluidos dos choferes que me decían: “Siéntate cerca, para tenerte vigilado”. Sabían que iba a la escuela de arte. Eran otros tiempos, de personas con valores, solidaridad y generosidad. Cuando terminaba las clases, mi padre me recogía con su automóvil, luego de terminar su clase en la universidad. Solía llegar sobre la 10:00 p.m. Villalobo se quedaba conmigo hasta la llegada de mi padre y como ya se habían marchado todos, me seguía enseñando para aprovechar el tiempo. Él fue fundamental en mi formación.

Dado mi rendimiento y mi constancia, al año siguiente me pasaron para el curso diurno, y el cambio fue, literalmente, de la noche al día. Allí no solo recibiría mis asignaturas de arte, también pasé la secundaria, junto a músicos y bailarines. En la mañana todo era muy distinto, la dinámica era otra, había más profesores y más alumnos. Se fomentaba el trabajo en equipo, las intervenciones públicas, la realización de tapices, esculturas, grabados y todo con mucho rigor. Allí encontré los primeros catálogos de arte y tuve las primeras discusiones críticas sobre el trabajo que hacíamos. Fueron momentos de mucha creatividad, que derivaron en proyectos como Arte Calle, performances, arte efímero, esculturas modulares, visitas al taller de montaje o al de serigrafia René Portocarrero, dirigido por entonces por Aldo Menéndez, padre de Aldito, compañero de aula. A todos los que vivimos aquellos años en 23 y C, nos marcó determinantemente esa escuela, su carácter experimental, el poco convencionalismo de los jóvenes docentes, que también eran artistas. Conservo muchos amigos de aquel tiempo, incluido algunos de los profesores, por los que siento un gran respeto y admiración.

Con Nelson Villalobos y Arturo Montoto, en la casa del primero en La Habana Vieja, 2019. Foto: cortesía del entrevistado.
Con Nelson Villalobos y Arturo Montoto, en la casa del primero en La Habana Vieja, 2019. Foto: cortesía del entrevistado.

¿Tu obra como artista visual puede dividirse en etapas?Al principio de tu carrera, ¿cuál era la temática o temáticas que intentabas desarrollar?

Me considero un artista autodidacta. Me presenté en San Alejandro con 19 años, para optar por el curso diurno para trabajadores, alentado por Belkis Ayón. En el paso a nivel de la Elemental a esa academia pasaron cosas muy raras. No pude entrar, como casi todos los de mi grupo. Así que de pronto me vi como un paria. Pero ello no me amilanó mi voluntad y sobre todo mi vocación, e insisto en esta palabra, pues más allá de las dificultades que te puede plantear la vida, si no tienes ese espíritu, a la larga terminarás abandonando. Esta es una carrera de fondo.

Como autodidacta al fin, comencé a copiar artistas cubanos y extranjeros que me parecían especiales. Creadores como Picasso, Miró, Rembrandt, Goya, Feijóo, Lam, Portocarrero, Servando, Mendive, Antonia Eiriz, artistas callejeros, entre muchos otros. Amigos y familiares me guardaban recortes de periódicos o revistas donde aparecían obras de arte. El Correo de la Unesco era una ventana al mundo. La falta de libros sobre artes plásticas en la época y mi entorno familiar que nada tenía que ver con lo artístico, me limitaban mucho el acceso a la información. Quizás por ello siempre me he sentido más cercano a los artistas marginales que a los de mi generación.

Ya con 15 años dominaba muchas técnicas pictóricas y la pintura académica tenía poco aliciente para mí. Entonces pintaba cuadros de gran formato sobre tela, con óleo, carbón o tinta de imprenta. Esto me llevó a comenzar mis primeros trabajos. Algunos de ellos los había realizado años atrás en formato de escultura e instalaciones efímeras. Entonces no sabía que se llamaban así.

Me puse a hablar con algunos vecinos practicantes de la Regla de Osha, conocidos de mi tía Tita, hermana de mi mamá. Con ella participe de varias ceremonias religiosas, sacrificios y grandes bembés. Me fascinaba ese mundo, su plasticidad, la fraternidad que allí había, sobre todo; la energía y el olor de esas casas templo. Te hablo de años en los que por llevar un collar te rechazaban.

En esas ceremonias conocí algunos cantos, su música y las historias (patakines) de los Orishas. Esas enseñanzas me hacían viajar con la imaginación y muy pronto me puse a representar algunas de estas leyendas, los símbolos y sus personajes protagónicos. Por supuesto, con una ingenuidad tremenda, desde la curiosidad más que de la práctica religiosa como tal. No conservo nada de aquello. Regalé muchas piezas y otras desaparecieron de casa de mi madre, por los años que viví en Europa.

“La gran cicatriz”, 1996. Instalación. Correspondencia personal, tierra de Cuba, tela, garabatos de guayaba, cascabeles, cauris, cuerda y metal; medidas variables. Barcelona.
“La gran cicatriz”, 1996. Instalación. Correspondencia personal, tierra de Cuba, tela, garabatos de guayaba, cascabeles, cauris, cuerda y metal; medidas variables. Barcelona.

Luego llegaron tiempos convulsos, y me sumé como artista a participar en el circuito de finales de los ochenta y principios de los noventas. Las obras de entonces eran abiertamente políticas, de franco enfrentamiento con las instituciones. Formé parte del grupo Tribu-na, con otros artistas visuales, escritores y músicos. Con este colectivo hicimos muchas presentaciones en casa de amigos, en la Casa del Joven Creador, galerías, el seminario de San Carlo y San Ambrosio, parques, en cualquier lugar a donde fuéramos convocados. Como vestigios de aquellos años queda el mural de la Fachada del Mejunje, en Santa Clara, algunas portadas e ilustraciones en la revista Albur, carteles que amigos atesoran y una serie de litografías, Los caprichos de Mata, las cuales me permitieron ganar en 1994 la prestigiosa beca otorgada de la Fundación Pilar Juncosa, y Sotheby´s, otorgada por la Fundación Pilar y Joan Miró de Mallorca. Fui el primer cubano en recibir estas becas por dos años consecutivos.

Ya entonces vivía en España. Permanecer en Cuba se me hacía insoportable, estábamos en pleno periodo especial, la censura, y el asedio a los artistas era una cosa tremenda.

En Barcelona, como cualquier emigrante de primera generación, antes de todo había que asegurar lo principal para la vida, aunque nunca deje de crear. Pero, lo más importante, me desprendí de todo ese discurso político y de la rabia. Di los primeros pasos hasta vislumbrar mi camino real. Ese que había comenzado en la infancia y se mostraba con claridad ante mí.

No pienso que tenga varias etapas, simplemente hice lo mismo que otros artistas de mi generación crearon en su época. Fueron años de experimentación y formación para lo que vendría luego. Lo que ha sido mi trabajo desde 1995.

“Los elekes de Caridad”, 1995. Cuentas de collares, impresión digital sobre tela; 100 X 80 cm. Barcelona.
“Los elekes de Caridad”, 1995. Cuentas de collares, impresión digital sobre tela; 100 X 80 cm. Barcelona.

¿Se puede señalar el momento preciso cuando te asumiste plenamente como artista?

Como sucede con las culturas tribales, siento el acto de pintar como algo natural. No tenía una implicación más allá de lo placentero o quizás ritual. Es en 23 y C donde comienzan a llamarnos futuros artistas. Sigo sin hacer mucho caso a esta etiqueta, no trabajo pensando en ella. Las sociedades necesitan clasificarnos. Si para ti soy un artista, pues bueno. Prefiero considerarme un creador. Mi mente no deja de moverse en función de ello, es un acto de liberación. Con la creación saco todo lo que llevo dentro y ello me permite seguir viviendo con mis demonios.

Has vivido muchos años fuera de Cuba. En ese tiempo, que me interesaría que precisaras, no dejaste de crear. ¿Continuaste el tema afrocubano ahora como parte de un proceso de defensa de tu identidad?

Los temas vinculados a la herencia africana en Cuba, como ya te he comentado, provienen de mi infancia. En Europa esos caminos se me hacen más claros y necesarios. Supongo que sí, tienen mucho de resistencia cultural. Pero también de reencuentro con nuestra cultura y mi esencia como ser humano. Lydia Cabrera, en su libro Cuentos negros de Cuba dice que descubrió a su país a orillas del Sena. Algo similar me pasó a mí.

Gran parte de la salvaguarda de la cultura cubana está en la diáspora, aunque las instituciones culturales de la isla lo ignoren a sabiendas, como parte de una política excluyente y sostenida del gobierno. Cuando marchas de Cuba, simplemente no existes, y lo peor de todo: muchas galerías e instituciones del mundo solo trabajan con artistas residentes en la Isla, por creer que les conviene más económicamente reconocer como arte cubano solo el realizado en el archipiélago, más asequible por los precios.

“Cabeza borradora”, 2000-2010. De la serie La revolución del cuerpo. Mixta sobre tela; 65,3 X 81 cm. Barcelona.
“Cabeza borradora”, 2000-2010. De la serie La revolución del cuerpo. Mixta sobre tela; 65,3 X 81 cm. Barcelona.

¿Practicas la Regla de Osha? ¿Sabes cuál es tu orisha regente? ¿Qué diferencia hay, para ti, entre el dios de los cristianos y Olodumare?

Soy creyente, practicante, pero no iniciado. Cada vez que me registran sale lo mismo. No tengo que hacerme santo. Suelo consultarme con gente seria. Con la irrupción del mercado en la Osha, se han desvirtuado muchos principios y banalizado muchas prácticas. Ahora ir de Iyawó es un estatus social. Esa parte no me interesa para nada.

Me sigo asomando a las religiones afrocubanas desde la curiosidad. Con el paso de los años he acumulado y leído mucha bibliografía sobre el tema. He participado en distintas ceremonias, tengo algunos amigos practicantes, he consultado investigadores como Natalia Bolívar, a la que no veo desde hace mucho, o babalawos, entre otros. No elaboro mis obras desde lo ceremonial de la practica o lo antropológico, a diferencia de Bedia o Santiago Rodríguez Olazábal, creadores que admiro. A pesar de que en algunos textos sobre mi trabajo me vinculan erradamente a esa dinámica.

Me siguen fascinando las historias, el secreto, la belleza de todo lo relacionado con estas prácticas, incluidas las de Palo Monte. En eso me siento muy identificado con nuestra amiga Belkis Ayón, dolorosamente desaparecida, Ana Mendieta o el propio Wifredo Lam.

“Parque Güell”, 1996. De la serie Desde el camino. Fotografía analógica, impresión digital; 50 X 30 cm. Barcelona.
“Parque Güell”, 1996. De la serie Desde el camino. Fotografía analógica, impresión digital; 50 X 30 cm. Barcelona.

Para saber quiénes son los Orichas que rigen tu destino o cabeza, hay ceremonias muy específicas y son imprescindibles en la iniciación. El registro que se te hace entonces es determinante para tu vida futura y solo pueden hacerlo personas facultadas para ello. Si no te has iniciado, como es mi caso, hay señales que pueden hacerte creer en una u otra deidad rectora. Pero ello no es concluyente. En mi caso, Elegguá siempre ha estado muy presente. Hace unos años, en una sesión con ayahuasca conducida por un chamán se me revelo tal cual. Lo cierto es que siento mucha afinidad con Elegguá.

Lo que más me atrae de Olodumare es su no representación formal, es la creación y la esencia de todas las cosas. Hace unos años hice una pieza en la que representaba a Olodumare encarnada en mi madre, principio y fin de todas las cosas en mí vida. Las deidades animistas no solo son más antiguas que las monoteístas. También son más naturales, acompañan a los practicantes en su vida diaria, sin intermediarios o grandes y pomposos templos. Me gusta la idea de que los espíritus de nuestros antepasados suben al cielo y descienden con la lluvia, para encarnarse en todo lo que nos rodea. He intentado leer la Biblia en más de una ocasión y me aburre que ni imaginas, quizás por ser un texto de los colonizadores. Me siento más identificado con las leyendas aborígenes de Cuba y de otras naciones.

Jorge Mata. Foto: César Mata.
Jorge Mata. Foto: César Mata.

¿Tus obras, muchas de las cuales son objetuales o instalativas, pretenden explorar el misterio (así, en abstracto) desde una perspectiva interior, o más bien resultan reflejos de un complejo sistema de creencias populares, y no debe buscarse en ellas ninguna otra significación?

Muestran el complejo sistema de creencias populares. Me tomo mi trabajo muy en serio y conceptualmente tengo la cabeza en su sitio. En casi toda mi obra los materiales que uso, el color o las formas tienen una razón de ser. En algunos casos, salen piezas espontáneamente, pero en la mayoría forman parte de un elaborado sistema creativo. Hay obras que tardo años en hacer. Cuando puedo verlas en su totalidad, ya solo hay que producirla.

En Barcelona utilice mucho la correspondencia personal, los elekes (collares), tierra de Cuba, telas, cauris, agua de lluvia, de mar o río, velas y todo tipo de materiales que en conjunto apoyaran la idea en la que trabajaba. En muchas de mis obras de entonces hay secretos ocultos. Del 1994 al 2009, mis trabajos son bastante monocromáticos y dramáticos, podríamos decir. Obras como la Gran cicatriz, Blanco sobre blanco, los ojitos de lucero van en esa línea, también La revolución del cuerpo.

En 2009 nace mi hijo. Con su llegada regresan los colores a mis trabajos. Desde entonces utilizo colores fuertes, menos comprometidos con la simbología tradicional de la Osha. Aplatanado en Barcelona, los colores del modernismo catalán empiezan a formar parte de mis producciones.

También empiezo a utilizar más frecuentemente los cauris, como objetos que tienen el don de cambiar los entornos en donde los sitúes. Son un elemento de enlace con la herencia africana.

“No quiero tu mundo”, 2008. De la serie La Revolución del cuerpo. Acuarela sobre papel Canson; 21 X 29,7 cm. Barcelona.
“No quiero tu mundo”, 2008. De la serie La Revolución del cuerpo. Acuarela sobre papel Canson; 21 X 29,7 cm. Barcelona.

Pintas, esculpes, diseñas, eres un muy activo promotor cultural. ¿Todas estas disciplinas hay que entenderlas como actividades que, por momentos, se superponen unas a otras, o forman parte de un todo, de una forma de entender y proyectar tu plazo vital?

Veo mi trabajo como una gran sinfonía, en ella despliego todos mis saberes y experiencias. La pintura, el diseño editorial, la fundación en 2008 del Portal Tuyomasyo, proyecto para la divulgación cultural, la creación de publicaciones digitales como catálogos o los Clips, la curaduría y organización de exposiciones nacionales e internacionales. Nuestra presencia en internet por 15 años en redes sociales como Instagram, Facebook, YouTube, Bloguer, con espacios como Arte en Cuarentena. La creación junto a Ernesto Sierra de la Colección Fernando Ortiz en el Centro Hispano Americano de Cultura de La Habana, la realización de reseñas o textos y, más recientemente, mi experiencia como educador en Cultura entre las manos. Todo ello forma parte de mi obra. Una característica nos distingue del resto de los espacios para la divulgación cultural. No solo promovemos los contenidos creados desde Tuyomasyo. También promocionamos los de todas las demás plataformas, quizás por ello tenemos muchas más visitas.

Pienso que los creadores deben ser más proactivos, mirarse menos el ombligo. Nunca me he sentado a esperar a que las instituciones me presten su apoyo. De hacerlo, no hubiera hecho ni la mitad de las cosas. Por supuesto, esto tiene un precio; soy un ente incómodo para los funcionarios que se dedican a la promoción de las artes plásticas. Sobre todo, por la libertad en la que me muevo y por no depender de ellos. Debo aclarar que nunca he estado en contra de colaborar en igualdad con las instituciones culturales. Más bien ha sido lo contrario, son ellas quienes han bloqueado muchas de mis propuestas, con escusas inocuas.

Por tanto, no puedo deslindar una cosa de la otra, soy todas esas cosas a la vez, me conforman como un solo individuo.

“Un gallo, tres jícaras y veintiuna velas”, 2002. De la serie La revolución del cuerpo. Mixta sobre papel de álbum de fotos; no se registraron las dimensiones. Barcelona
“Un gallo, tres jícaras y veintiuna velas”, 2002. De la serie La revolución del cuerpo. Mixta sobre papel de álbum de fotos; no se registraron las dimensiones. Barcelona

La identidad es una construcción. ¿Cómo se ha edificado la tuya? ¿Cómo crees que te ven los otros? ¿Cómo quisieras que te vieran? ¿Quién eres en realidad?

La identidad siempre es una construcción. La mía se ha edificado desde la experiencia vital y los sueños. La verdad, no me paro a pensar como me ven los otros, esas son cosas más vinculadas a alimentar egos fatuos y no tengo tiempo para eso. Trabajo las 24 horas del día los 365 días del año. La mayoría de mis creaciones se concretan en los sueños. Me gustaría tener más tiempo y dinero. El acceso a los contenidos culturales puede ser gratuitos, pero cuestan mucho dinero. En mis labores, por ahora, nunca he recibido financiamiento ni de embajadas, fundaciones o centros internacionales. Tampoco encajo en los modelos que buscan para las ayudas. Más centrados en cuestionamientos de tipo político, seguir la línea gubernamental o de artivismo social. No me interesa nada de eso y me parece estupendo que otras personas se beneficien de ello, pero no es mi caso.

En realidad, sigo siendo aquel niño problemático que miraba el mundo con curiosidad, y éste le sigue sorprendiendo, con más madures y horas de vuelo. Mi vida está regida por la vida familiar, aunque para mi esposa siempre estoy viajando; mentalmente, quiero decir. Convivir con alguien como yo no es tarea fácil. Ni para mí.

“Pon tu pensamiento en mí II”, 2017. De la serie de igual nombre. Mixta sobre papel Canson; no se registraron las dimensiones.
“Pon tu pensamiento en mí II”, 2017. De la serie de igual nombre. Mixta sobre papel Canson; no se registraron las dimensiones.

¿Para cuándo una retrospectiva de Jorge Mata?

Me gustaría hacer alguna lo más pronto posible, pero no depende solo de mí. El arte es caro y las instituciones cubanas están en bancarrota. La mayoría de las exposiciones que se hacen hoy en Cuba son sufragadas por los propios artistas. La usencia de mercado real, subastas, política de adquisiciones, promoción, coleccionismo y todo lo que conforma la industria cultural, nos hace vivir como cimarrones perseguidos por rancheadores.

Por ahora prefiero exponer en muestras colectivas. La experiencia con Juana de las Flores, en La Lavandería, fue gratificante y me ha dado más visibilidad en el medio, algo que debo agradecer a sus curadoras. La nueva muestra colectiva en la que participo es Quasi, en el estudio de René Rodríguez, que se inauguró ayer, con un plantel de excelentes creadores en la nómina. Las colectivas me traen menos dolores de cabeza.

Que conste, he presentado proyectos personales en varias galerías y centros de La Habana y ninguno, por una cosa u otra, se ha concretado. No creo en casualidades, así que sigo mi camino, construyendo mi trabajo, hasta que Olodumare me llame. No me gusta el victimismo, siempre estaré con los guantes puestos.

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