Es menudo y sonriente. De ojos vivos. Le gusta conversar, aunque, parece, lo suyo es hacer. Cierto movimiento nervioso en las manos delata la avidez por extraer imágenes de las diferentes materias que le salen al paso. Desde enero de 2022 regenta un espacio que va siendo referencia obligada de la noche habanera, mezcla de taller, sala de exhibiciones, snack bar y café concert. Allí, en la calle 14, entre 11 y 13, El Vedado, se le puede encontrar, casi siempre detrás de un tabaco.
Leo en su statement: “Como artista me debo a mi tiempo; como hombre, a mi historia. Mi obra es reflejo de mi experiencia. Cada etapa propone aprendizaje, cada qué me dice el cómo…”.
Es José Emilio Fuentes Fonseca (JEFF), nacido en Granma en 1974. A finales de 2023 colmó las paredes de la Galería La Acacia con una colección de pintura que se presentó bajo el enigmático nombre de 90 m x 10 A = JEFF, desde entonces estoy intentando concretar esta entrevista. Además de Cuba, sus piezas se han visto en España e Italia.
Relátanos cómo fue tu infancia, y si lo que sería tu destino profesional y humano —ser artista— se prefiguraba en esos primeros años.
Nací en Niquero, Granma, y fui trasladado a los 7 años para Güira de Melena. En Niquero, durante esos años iniciales, pueden haberse dado las primeras señales de lo que luego sería mi destino. En ese entorno los niños teníamos que hacernos los juguetes, ¡todo era tan primitivo! Creo que esa circunstancia estimuló la imaginación, encendió la creatividad en mí.
¿Cuándo, en qué circunstancias se dio tu traslado desde Granma a Güira de Melena, y de ahí a La Habana? ¿Qué te pareció la ciudad en tu primera visita?
Era muy pequeño. Mis primeros traslados fueron por problemas de salud, los cuales tuve que venir a solucionar aquí. La primera visita fue directamente a ver médicos. Después vine a vivir, y me encontré con una realidad distinta. Recuerdo los viajes en el tren hasta llegar a La Habana, y cuánto me impresionaba ver las grandes construcciones de la ciudad, las vidrieras de las tiendas, los juguetes… Era otro mundo.
¿Cómo accediste a los estudios de artes visuales?
Estudiar arte fue algo casual. Aunque esa inquietud siempre estuvo dentro de mí, mis prioridades como niño eran otras.
Todo comenzó un día que salimos a robar frutas. Íbamos mi hermano, otros amigos y yo. El plan era ir a robar naranjas, y de momento terminamos en el parque de Güira, pintando. Era una semana de la cultura o algo así. Entre los adultos que organizaban aquello estaba Néstor Morales. Él me vio pintando, notó que tenía algunas aptitudes, y me dijo que si quería estudiar arte él me preparaba. Y así fue. Hice la prueba y la aprobé.
En la Escuela Elemental de Artes Plásticas Juan Pablo Duarte, de Güira, estuve los tres años de ese nivel. Luego me presento a las pruebas para la Escuela Nacional de Arte, pero bajaron solo 13 plazas, y quedé fuera. Intenté entonces con San Alejandro; tampoco aprobé, no pasé de la primera ronda. Me fui para mi casa muy triste y deprimido.
Mi madre me había dicho que si no estudiaba tenía que trabajar. Fui a parar a la agricultura; y por la noche seguía mi formación en la Facultad Obrero Campesina. Así estuve un tiempo, pasando por diversos trabajos del campo. Hasta que un día senté a mis padres y les dije: “Voy a intentar estudiar arte otra vez; quiero que me apoyen”.
Me preparé duro. Logré uno de los primeros escalafones de la ENA. Posteriormente opté por entrar en el Instituto Superior de Arte; también en esa ocasión estuve entre los de mejores calificaciones.
Esa es mi historia.
¿Qué es para ti un artista?
Aquel que tiene un lenguaje, visual o no visual, que le permite interpretar y luego expresar emociones, sensibilidades particulares, sentimientos, con un notable nivel estético; este proceso puede ser consciente o inconsciente.
¿Te asumes como artista?
Esa condición, esa etiqueta, nunca me la he puesto, sino los que han visto y apreciado lo que he hecho. Me cuesta trabajo asumirme artista, pero en el fondo sé que me toca. Quizá sea falsa modestia.
¿Cuándo José Emilio Fuentes Fonseca pasó a ser JEFF?
Empecé a llamarme JEFF desde 1996. Ese año fui Premio Académica, que otorgaba la Fundación Ludwing de Cuba; consistía en una exposición personal. No tenía idea de lo importante que esa oportunidad podría ser para mí. En esa exposición, un niño chileno descubrió que mis siglas componían el nombre “Jeff”, que es anglosajón. ¡Qué paradoja! Cuatro nombres castellanos derivando en uno de otra cultura.
¿Hay diferencias entre uno y otro?
No. Soy los dos. JEFF es mi nombre artístico. A veces discuto conmigo y le pregunto a JEFF: “¿Qué coño estás haciendo?”. Y luego le digo: “Pregúntale a José Emilio a ver qué piensa de eso”.
En 2003 reuniste un conjunto de obras en una exposición personal titulada S.O.S., que tuvo como escenarios la Galería Ángel Romero (España); el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam, el teatro Amadeo Roldán y La Lealtad (La Habana). ¿De qué iba la muestra? ¿Por qué pudo verse en cuatro escenarios distintos ese año?
Ese fue mi proyecto de tesis del ISA. Hice una serie de exposiciones. Una, en la galería Romero; otra fue el performance en el teatro Amadeo Roldán; una exposición instalativa y de dibujo en el centro Wifredo Lam, y lo que ocurrió en La Lealtad, es decir, en mi casa: el funeral de un niño. Era un ataúd blanco, la despedida de aquel ser ingenuo que terminaba sus estudios. Y todo lo demás fue un preámbulo del entierro, ese niño estaba presentándose en todos esos lugares.
Recuerdo que el performance del Roldán no era más que un concierto de violín. No toco violín, pero froté las cuerdas del instrumento, y de fondo lo que salía era el llanto de un niño todo el tiempo; realmente fue una tortura para todo el que estaba ahí al frente.
Era la presentación internacional y nacional, en diferentes ámbitos, del entierro de ese niño que simbolizaba la ingenuidad del estudiante, que pasaba a la vida profesional, con todo lo que eso conlleva.
En 2009, como parte de las muestras colaterales de la X Bienal de La Habana, fijaste, bajo el nombre de Memoria y Memory, un conjunto escultórico de doce elefantes en el Miramar Trade Center, que, pienso, te dio el máximo de visibilidad en nuestro medio. ¿Cómo fue su recorrido hasta llegar a ahí?
La obra nace en la Plaza Vieja. Se basaba en la idea de que los elefantes solo se mueven para comer y a beber, son nómadas. El elefante simboliza la familia; es muy importante para mí la familia.
Después fueron moviéndose por diferentes lugares emblemáticos de la ciudad: el Capitolio; del Capitolio a la Universidad de La Habana; de la Universidad La Habana a la Plaza de la Revolución. Después a la Tribuna Antiimperialista; luego, a 60 y 31 y, por último, terminan emplazados ahí, en el Centro de Negocios.
¿Cómo te sienta que esa obra se haya incorporado al imaginario popular, que las familias acudan expresamente a retratarse junto a ella?
Fue una de las piezas que me dieron a conocer a nivel popular, y me produce un placer muy grande que la familia cubana se haya identificado con Memoria… hasta el punto de asumirla como un lugar de referencia y encuentro. Me envían imágenes de niñas quinceañeras, de adultos con niños; todos quieren llevarse un recuerdo junto a los elefantes.
Es muy gratificante que una obra tuya tenga ese nivel de aceptación entre el público especializado y también entre la gente que no suele consumir arte. Eso posiciona a uno como creador identificado a todos los niveles.
¿Cuál es su estado de conservación?
El conjunto está muy deteriorado. Dos de las doce esculturas ya no están en exhibición por su mal estado de conservación.
¿Qué fue primero en ti, la escultura o la pintura?
En el proceso de formación lo primero que hace uno es el dibujo. Estudié todo, pintura, escultura, grabado, fotografía…, y ahí me fui por la escultura cuando hago las pruebas para la ENA.
Me especialicé en la ENA en escultura, pero luego, en el ISA, lo hice en pintura. Creo que la pintura siempre ha sido algo con lo que puedo llegar mejor, aunque me interesaba mucho más las tres dimensiones. La escultura ocupa un espacio que nadie más puede ocupar, hablando a nivel de emplazamiento. Esas tres dimensiones no son sustituibles por nada; tiene mucha autonomía, eso es lo más bello que tiene la escultura, del tamaño que sea.
Pero la pintura es también muy importante, porque es un lenguaje mucho más rápido y eficaz a la hora de transmitir ideas, de poner sensibilidad en los ojos del espectador.
¿Qué circunstancias rodearon la creación de las obras expuestas en la expo 90 m x 10 A = JEFF? ¿Cómo pudiste sacar una producción tan cuantiosa en tan poco tiempo?
El título alude a los 90 metros lineales de la galería en la zona expositiva, y a los diez años que estuve sin hacer una muestra personal. Fue un periodo de muy poca producción, sobre todo de pintura. Me es muy fácil pintar; más cuando tengo muchas cosas que decir. Para esa muestra produje todo en 20 días. Saqué lo que tenía dentro, después de tanto tiempo acumulado.
Todas las noches y madrugadas pintaba; producía alrededor de 12 cuadros cada vez que me ponía a pintar. Me paraba frente a la tela a sacar lo que había vivido, era un ejercicio liberador, plasmar toda la experiencia esa y muchas preocupaciones que tenía respecto a la formalidad de las cosas que había hecho antes.
Además, era una necesidad como ser humano, como cubano que vive viendo tantas carencias a su alrededor. No soy de los que se quejan, porque he labrado, he trabajado muy duro para tener que quejarme menos. Simplemente quiero más, y eso también está implícito dentro de esa obra.
No tuve en cuenta ningún parámetro, solo me paraba frente a la tela. Fue siempre un gesto espontáneo, a ver hasta dónde llegaba la pieza en cuestión. Dibujaba tres, cuatro, cinco cuadros, y después venía dando color, ya de una manera más racional, pero condicionado por el libre ejercicio inicial.
Me interesa mucho la metodología de la investigación, después de haber vivido tanto hay un momento en que hay que sacar todo eso. Una escultura no puede decir tanto como lo logras con la pintura, ni de una manera así, desenfadada. Pinto poco porque es algo que sé que puedo hacer; no sé si es bueno o malo, no estoy hablando de calidad, estoy hablando de algo que se me hace fácil.
Estoy contento con esta exposición y me he quedado con ganas de seguir produciendo; pero seguir creando sin tener donde mostrar y dónde ubicar la obra, es muy complicado.
En los últimos años has debutado como emprendedor con el espacio El Coco Blue y La Zorra Pelúa, de bastante éxito, por cierto. ¿Cómo caracterizas el lugar?
Coco Blue y La Zorra Pelúa es un proyecto que lleva muchos años en mi mente; inclusive, desde que compré el lugar sabía lo que quería hacer en él, algo así como una fundación donde se promovieran no solo las artes plásticas. Buscar la manera de que esa producción artística fuese autosustentable, a partir de un bar, de una tienda de souvenir, de la misma galería…
Después de la pandemia he tenido que entrar al revés. Siempre pensé abrir primero la galería, el taller, unas habitaciones para dar becas de creación, un taller para pintura, otra galería, y después vendría el bar y la tienda de souvenirs.
Primero abrimos el bar; ahí incorporamos todos los eventos musicales, un espacio para dar plataforma a artistas desconocidos y contribuir a la divulgación de los conocidos. Hace un año nació la galería Jeff Art Plus, y recientemente he lanzado la beca de creación, que consiste en premiar al beneficiado con la producción de una exposición. Es la manera que tengo de ser agradecido por toda la formación que he recibido. No habría podido estudiar si este país no me hubiese dado tantas oportunidades. Las cosas han cambiado, pero mi manera de agradecer no es más que seguir labrando y ayudando a todos los demás, a todo el que pueda darle la mano, sin dejar de producir.
¿Regentar ese complejo interfiere en tu trabajo artístico?
No lo creo. Más bien es una prolongación de mi obra. No es el fin, es un medio para llegar a otras cosas. Lo que pasa es que cuando uno se va poniendo viejo, produce menos, porque no sabe dónde poner la obra ni lo que va a pasar con ella. Es un error, porque el artista debería estar produciendo todo el tiempo, pero mi trabajo es monumental, en cuanto a las esculturas, y numeroso en la pintura; así es que tengo que poner el freno.
Actualmente no produzco diariamente, como debería. Un día me levanto, quiero hacer una escultura, me pongo y la hago; quiero pintar, y pinto. Tengo libertad creativa y la disponibilidad del espacio, que me permiten ese lujo. Ahora estoy enfocado en unos proyectos mucho más grandes y más ambiciosos, a una escala nunca antes concebida por mí.
¿Por dónde va tu obra? ¿Has incorporado nuevas temáticas? ¿Hay exposiciones personales previstas para un futuro próximo?
La obra va por un camino que me asombra. Lo tengo claro. Sé que tengo que trabajar mucho para ubicarla al nivel que creo estar listo para ocupar. Lo que siempre me pasa es que tengo que demostrar que puedo, para que después los demás confíen en mí. Estoy gestando una gran exposición personal, aunque sea de una sola pieza a un nivel extremadamente grande, con una idea muy bien elaborada. Hay muchos planes que requieren bastante organización. Sé lo que quiero y hasta donde quiero llegar, y por dónde debo ir, solo falta el soporte económico que implica toda esta producción. Estoy trabajando para tocar esa cima.