Ella no quiere acceder a esta entrevista. Piensa que no tendría interés. Para desanimarme, o quizá porque así lo piensa, dice que mis preguntas no son buenas. En cambio, da respuestas off the record asombrosamente expresivas, tipo “Bach me remueve las tripas”, un tanto impropias de una mujer tan refinada. Pero como se trata de una conversación informal, dividida en dos largas jornadas, no las consigno. Me apego a sus palabras “oficiales”, las que siguen aquí.
Ninowska Fernández-Britto era para mí un nombre conocido. En más de una ocasión la escuché tocar el piano en La Habana de los remotos 80. Por aquel tiempo yo quería “entender” la música, y me imponía largas sesiones de música sinfónica y de cámara. En realidad, no escuchaba a Ninowska. Me quedaba prendido al pajarear de sus finas manos por el teclado y a su rostro anguloso, de una belleza difícil, por donde pasaban las emociones que siglos atrás algún músico había soñado ¿para ella?
La hallé de nuevo, mucho tiempo después, hace unos días, en Mérida, Yucatán, lugar que ha escogido para su tranquilo retiro de las actividades docentes. Ahí, en el norte de la ciudad, tiene una casita primorosamente pulcra en la que todo está en su sitio, desde los adornos de las repisas (colecciona caballos en distintos materiales) hasta los útiles de cocina. Un piano de cola ocupa buena porción del reducido espacio. En él dice tocar, a veces, para sí, escogiendo las piezas de forma aleatoria, según le dictan sus cambiantes estados de humor.
A estas alturas, Ninowska parece satisfecha de su vida. Ríe mucho y es fácil al trato. Esta última cualidad me ayudó a convencerla para que se dejara interrogar. No te va a doler, le dije. Parece que, después de todo, me creyó.
Aunque ya era conocida como docente, nuestra entrevistada comenzó a “sonar” en el panorama musical cubano a partir de 1966, cuando obtiene el segundo premio en el Primer Concurso para Piano de la Uneac, hecho que le valió una beca en Moscú para cursar la maestría. Y así, una cosa trajo la otra, y cincuenta y siete años después la tengo ante mí, un tanto reticente, aunque alegre. Vaya mezcla rara de sentimientos.
En los recortes de prensa de la época, cuando reseñan el recital de piano que ofreciste en el Lyceum de El Vedado, en diciembre de 1954, mencionan tus “escasos años”. ¿Qué edad tenías entonces?
Estaba por cumplir 10 años cuando toqué en el Lyceum.
¿Recuerdas el programa que interpretaste?
El programa estaba conformado por piezas de diversos compositores y épocas que mostraban las distintas dificultades de ejecución y estilo. Bueno, eso creo yo. Es lo que se proponen los maestros de todos los tiempos, ¿no? Particularmente, me gustaban mucho las piezas de Prokofiev, porque sonaban muy diferente al resto de las obras y me parecían divertidas. Había que moverse con mayor soltura por el teclado. Me gustó estudiar esas partituras y los minuetos de Bach, especialmente.
¿Puedes comentar la acogida del público?
La sala estaba llena; el público, murmurante. Después del concierto sentí un revuelo, como una inquietud generalizada, y muchas personas desconocidas que se acercaban a saludarme. No recuerdo haber experimentado entonces una gran emoción.
¿Fuiste considerada una niña prodigio? ¿Te sentías así?
No creo que me hayan considerado como un prodigio, y mucho menos que me sintiera como tal. Habría que preguntarme, hoy día, si entonces yo tenía idea de qué era ser un prodigio. Sí estaba considerada como la mejor o más destacada de los niños que estudiaban piano en el Instituto. Cantaba en el coro y, como era muy afinada, me daban “solitos”.
¿Puedes describir brevemente tu proceso de formación musical? Te iniciaste prácticamente de la mano de Harold Gramatges.
Harold fue mi primer maestro y creo, firmemente, que sentó en mí las bases musicales y el ordenamiento y estructura de estudio y análisis de la música. Con él aprendí que el solfeo no era solo una herramienta indispensable en la formación de cualquier músico, sino algo muy disfrutable, porque se cantaba —¡siempre cantar!— a varias voces con otras personas, con letras o con los nombres de las notas, que no es otra cosa que la letra de la música. Aprendí a leer en distintas claves, y eso me hacía poseedora de un idioma diferente, algo que no todos entendían o sabían hacer. Aprendí de la importancia de una correcta lectura a primera vista.
Todos estos valores los adquirí muy temprano gracias a Harold, los desarrollé posteriormente con otros maestros, y los he puesto en práctica durante toda mi vida profesional como pianista y pedagoga.
Quiero mencionar que, por razones familiares, en esa etapa temprana dejé de estudiar el piano durante tres o cuatro años. Retomé los estudios con la pianista Ivette Hernández (1934-2021), a quien considero mi gran formadora de esa etapa, de quien guardo hermosos recuerdos y agradezco su entrega y dedicación.
Hiciste una maestría en el Conservatorio P. I. Chaikowsky en Moscú. ¿Cómo era tu formación al ingresar en tan prestigiosa academia?
Realicé estudios de posgrado durante tres años en el Conservatorio de Moscú con los maestros Víctor K. Merzhanov y Zinaida A. Ignatieva. Mi formación era la mejor que podía tener en ese momento. Había terminado los estudios en Cuba, ganado un premio en el Concurso Uneac, comenzaba a tocar y estaba en la enseñanza, desde muy temprano. Era una especie de all around lista para la competencia. ¡Lo que no sabía era lo que me esperaba! El choque con el nivel del pianismo ruso fue muy duro. Tuve que aceptar que, aunque tenía una buena formación musical, el nivel técnico, repertorio y estilo o forma de enseñar eran muy superiores allí.
¿Guardas un recuerdo amable de los tres años que pasaste estudiando en la entonces capital soviética?
Las costumbres y hábitos o tiempos de vida eran completamente diferentes; y para qué hablar del clima. Con eso creo que puedo resumir mis impresiones. Aprendí mucho y comencé a crecer como un ser independiente. Le agradezco a mis maestros su paciencia y confianza, aunque creo que tampoco fue fácil para ellos.
En tu currículo se consigna que desarrollaste “(…) una amplia carrera como intérprete solista y en música de cámara, tanto en Cuba como en diversos países de Europa”.
De regreso a Cuba retomé la docencia en la Escuela Nacional de Música y, a partir de su creación, en el ISA [hoy Universidad de las Artes]. Simultáneamente comencé una carrera como solista tanto en Cuba como en el extranjero, con bastante solidez. Trabajé abundante repertorio de música de cámara, especialidad que me gusta mucho, y fui desarrollando un trabajo de tipo organizativo en diversas comisiones artísticas y docentes, así como en concursos nacionales e internacionales.
¿En alguna presentación en particular sentiste que habías alcanzado la madurez interpretativa?
Este variado espectro de muy diverso contenido siempre guarda momentos destacables, tanto por la experiencia que aportan como por la impresión o sensación que provocan. Cada uno de esos momentos marca un nuevo punto de partida y un nuevo estado de madurez, así que creo que la madurez interpretativa, de alguna manera, siempre está latente y nunca se completa.
¿Quiénes fueron aquellos compositores que más gozo te dio interpretar?
El gusto por los compositores, estilos y demás creo que varía con los años. Por lo menos ha sido mi caso. Viendo en perspectiva puedo asegurar que Bach sigue siendo el centro de mis preferencias y emociones. Igual he girado en torno a eso con el romanticismo cursi o denso o épico, según, y también con el modernismo contemporáneo estridente o de una expresividad tímbrica que puede emocionarme tremendamente.
¿Alguna anécdota a destacar dentro de tu vida de concertista?
¿Anécdotas de la vida artística? ¿Dramáticas o graciosas? Siempre hay. Desde viajar dos horas en un tren sin calefacción, llegar a las 17:00 a la ciudad donde vas a tocar un recital a las 19:00 y la nieve cayendo…; o echarte a reír en medio de la tocada porque un dichoso pasaje te recordó algo gracioso…; o darte cuenta de que no trajiste los zapatos para el concierto y que los que tienes puestos son tenis… Y así.
¿Cuáles serían los rasgos más sobresalientes de NFB como intérprete?
Mis rasgos más sobresalientes como intérprete tienen que ver con lo que considero más importante o siento necesario manifestar. Poder trasmitir un mensaje, crear un lenguaje sonoro que tenga algún sentido expresivo auténtico son cualidades muy importantes para mí. Buscar el camino para llegar a ese resultado es, básicamente, el trabajo que realizo cuando monto una obra. Primero, entender la imagen artístico-sonora, y a partir de ahí trabajar en los aspectos mecánicos, técnicos, formales e interpretativos necesarios.
La docencia, en Cuba y en México, han ocupado un segmento grande de tu vida laboral. ¿La asumiste por obligación o sentido del deber? ¿Es una faceta de tu vida profesional que reclamó de ti tanta concentración y creatividad como la interpretación?
Mi primer trabajo fue como instructora de coros en la Escuela para Instructores de Arte. A partir de ahí fui docente toda la vida. En el Conservatorio García Caturla, la Escuela Nacional de Música, el ISA y en México, en la Facultad de Música de la UNAM. Me encanta la docencia, he crecido con ella como si fuera una amiga, aprendiendo de todos los errores que he cometido y también disfrutando de los éxitos obtenidos.
He desarrollado la creatividad, la flexibilidad, la agudeza auditiva y visual, la capacidad de deducción, la habilidad en detectar problemas y buscar soluciones, y he creado vínculos muy valiosos y duraderos con muchos estudiantes hasta la fecha. Creo que eso se puede llamar vocación.
Sospecho de nuestra manía como país joven, aún en proceso de formación, de excepcionalidad a todo trance: escuela cubana de ballet, escuela cubana de guitarra, etc. Sin entrar a juzgar la pertinencia de los ejemplos anteriormente citados, ¿se puede afirmar, sin pecar de hiperbólicos, que existe una escuela cubana de piano? Si existiera, ¿cuáles serían sus rasgos más notorios?
Sobre las escuelas…todo tiene su propio aliento, su propia vitalidad, su propio ritmo, su propia manera de expresarse, su desarrollo y cultura. Si la formación es sólida y suficiente, esas características, entre muchas otras, seguramente cobran forma y se estructuran de manera que permiten homogeneizarse y catalogarse en algo tan difícil como escuela. Creo que no es lo mismo tener una buena Escuela de Piano en Cuba que una Escuela Cubana de Piano. Yo me inclino más por la primera.
¿Escuchas música cotidianamente?
Escucho música como una necesidad, pero no estoy escuchando música el día entero ni para cualquier ocasión. Tengo el defecto de ser bastante sensible a todo lo que suena e inconscientemente juzgarlo, lo que me hace prestarle atención y ponerme a “trabajar”. Y hay ciertas cosas que, francamente, no deberían existir.
Has vivido por muchos años en México, país en el que decidiste permanecer después de la jubilación. Supongo que a tu llegada a la UNAM tuviste que volver a transitar por el camino de la categorización docente, cuando en Cuba habías ocupado plazas de gran responsabilidad, que demandaban grandes caudales de conocimientos. ¿Fue difícil? ¿Tomaste el proceso como un ejercicio de humildad?
He sido una persona con mucha suerte en la vida. También con buena capacidad de adaptación, disposición, tenacidad, disciplina. Tuve una buena educación y preparación profesional, suficiente como respaldo social y laboral. Tengo bastante buen humor y me gustan la ironía y el sarcasmo. Siento que he vivido plenamente. Me respeto. Creo que con todo eso, las cargas se hacen menos pesadas. Hay que transitar los caminos que se escogen, tratar de hacerlo lo mejor posible y atenerse a las consecuencias, las que sean. No sé si eso tenga un calificativo. Quizá.
Vivo en México hace treinta y un años. Tengo muy buenos amigos, y desde mi llegada tuve el privilegio de ser acogida por una familia mexicana que sigue siendo mi familia mexicana. Y sí, transité por el camino docente que marca la UNAM y me jubilé como Profesora Titular, ocupé un cargo administrativo en la entonces Escuela Nacional de Música, que después devino Facultad de Música, colaboré durante seis años en la revisión de los Estatutos del Personal Académico, y durante cuatro años fui miembro del Consejo Universitario en representación de la Facultad. Me siento muy agradecida por la confianza que se depositó en mí y muy satisfecha por esta trayectoria.
Eres habanera. ¿Qué relación tienes con esa ciudad? ¿Hay algún barrio o esquina que tenga una significación especial para ti?
Soy de La Habana. Me encanta la ciudad, las casonas de El Vedado y La Víbora, el Malecón, las avenidas con paseo en el medio y, sobre todo, La Habana Vieja. ¡Ni modo!, hablando en buen mexicano.
En tantas décadas fuera de tu país de origen, ¿cuáles son aquellos hábitos de “cubana” de los que no has podido o no has querido desprenderte?
Conservo, y no hago nada por evitarlo, la manera de hablar, algunas letras aporreadas y convertidas en h, j, o doble consonante. Me emocionan la bandera y el himno y no he perdido el hábito de extrañar.