Sonia Almaguer (Holguín, 1971) estudió ballet (nivel elemental), se licenció en Historia del Arte por la Universidad de La Habana (1993) y es graduada de la Escuela de Fotografía Creativa de La Habana (2013-2015). A pesar de su formación, o tal vez por eso mismo, su vida profesional se ha desarrollado en la esfera del libro: Directora de las editoriales Ciencias Sociales, Científico-Técnica, Extramuros y Arte Cubano; en los últimos años se desempeñó como Presidenta de la Cámara Cubana del Libro y Directora General de la Feria Internacional del libro de La Habana.
Entre 2014 y 2019 ha realizado doce exposiciones personales; aquí citamos unas pocas: Inventario Almaguer, Fundación Ludwig de Cuba, 2015; Cuba es mi marca, exposición itinerante por varias universidades inglesas (Liverpool, Nottingham, Chester, Reading, Newcastel), 2016; Cuba estación de luz, Sede del Teatro SEA, New York, 2018; e Instantes de una ciudad, Librería Fayad Jamís, 2019.
En primera persona, Sonia Almaguer nos cuenta sus motivaciones y comenta algunas fotos que ella misma ha seleccionado:
La fotografía llegó a mí casi por azar. Aunque me formé como historiadora del arte y siempre tuve el deseo latente, me faltaban herramientas técnicas y un buen equipo para decidirme a entrar en este mundo fascinante. Un día se dio la oportunidad y aparecieron los cursos de diferentes materias: manejo de cámara, iluminación, composición, género fotográfico, edición digital, entre otros, que dieron forma a lo que mis ojos comenzaban a ver de otra manera.
Como me incorporaba tarde al oficio, decidí concentrarme y trabajar duro, estudiar a los clásicos. Por ese camino aprendí, con Henri Cartier-Bresson, que “fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en el mismo eje”. Así empezaron a llegar las imágenes a mi vida y comencé a explorar los diversos temas y géneros fotográficos. Y en esa búsqueda de mí misma, sin prisa pero a paso firme, se me fue dando el retrato como una manera efectiva de acercarme a las cosas y penetrar en el mundo interior de las personas, a través de sus propias miradas.
Luego, y también por casualidad, me adentro en el universo del teatro y descubro la fotografía teatral, una de las líneas que me ha identificado como fotógrafa. Más que documentar la puesta en escena, me interesa apoderarme de todo lo que el mundo de las tablas me ofrece y crear una obra “otra”, para sacar de su medio natural a escenas y personajes y construir con ellos nuevos discursos, casi siempre a través de curadurías y recontextualizaciones.
Cuba es un país privilegiado por su luz, por sus paisajes, pero más aún por la gente que lo habita. Según mi experiencia, el cubano no tiene complejo ni miedo a ser fotografiado, más bien todo lo contrario: las personas viven espontáneamente, y apenas reparan en la mirada siempre indiscreta del fotógrafo. Salir a tomar fotos por las calles de La Habana, Santiago de Cuba, Viñales o Matanzas, no es solo levantar tu Nikon y disparar; es interactuar, dialogar, conspirar con el retratado, a veces solo con un simple gesto de “¿puedo?”. Y ellos te responden igual de espontáneos, y hasta reacomodan su cuerpo a sabiendas de que posan para la posteridad, para la historia, porque eso y no otra cosa es la fotografía, un registro visual de nuestros contemporáneos, de nuestro entorno, de nuestros pequeños y efímeros acontecimientos cotidianos.
En zonas menos urbanas, el intercambio es mucho más rico, más folclórico, más íntimo, y eso me fascina, me transporta a un mundo paralelo donde solo existimos yo, la cámara y mi retratado. El mundo exterior, lo demás, simplemente desaparece y descubres que estás haciendo Fotografía.
PASAPORTE SANTIAGO
Santiago de Cuba está entre nuestras ciudades más caribeñas, la “santiagueridad” es una actitud ante la vida. La riqueza de los rostros santiagueros, en pleno ejercicio danzario, en marcha o parada obligatoria durante el desfile inaugural del Festival del Caribe, es infinita. Sus actores vienen cargados de una energía, un ritmo y un colorido explosivo que el ejercicio de captarlos siguiendo sus pasos pone tu cámara fotográfica a sudar hasta casi despegar las gomas del lente. Lo que más se disfruta al hacer estos retratos cubanísimos es la espontaneidad y la colaboración de los bailarines y músicos, todos quieren ser captados por la cámara, entonces el compromiso aumenta mientras tu ritmo casi termina siendo el mismo de la comparsa que marca la tradicional trompeta china. No hay una mejor manera de hacer fotografías que la que Santiago de Cuba proporciona.
FOTOGRAFIAR EL TEATRO
Fotografiar una obra de teatro o de danza exige mucho compromiso, ya que estás llegando a un hecho artístico consumado, pensado y creado por muchas personas; sin embargo, contar con el aporte de un fotógrafo en el instante de la puesta es asegurar la perdurabilidad de la obra en el tiempo, es conseguir el testimonio gráfico de algo que por sus características naturales suele ser efímero, queda para la historia solamente el registro visual en fotos o videos. Aun así, el artista del lente tiene muchas oportunidades de hacer una obra nueva, gracias a la manera en la que se acerca a la escena, buscando cada recurso plástico aprovechable y explorando creativamente elementos como el contraste, las texturas, la perspectiva y la composición. Puedes sentir el erotismo y la sensualidad que transmite una foto como la de “Danza del Alma” o el estoicismo que implica llevar en el pecho la estrella solitaria de nuestra enseña nacional. Escenas como las de “CCPC” puedes descontextualizarlas de su escenario original y con ellas articular un discurso propio, contemporáneo, atrevido. Sin dudas me marca el retrato, se vuelve una constante en mi obra, no importa si el escenario es público como un desfile, o íntimo como una sala de teatro: mi cámara se vuelve siempre hacia los rostros.
REFLEJOS
Reflejos. Se convierte mi yo en un espejo, mi propia imagen es descubierta en las pupilas del niño. Quedé atrapada en esa mirada ingenua y tímida, detrás de un papalote con la bandera cubana dibujada que no se atrevió a volar, aun cuando lo rodeaban una decena de otros artefactos similares. Mientras la abuela y el niño me dejaban tomarle la foto, pensaba: ¿por qué no la suelta y la deja que ondee? ¿Por qué prefirió quedarse así, protegido por su papalote-bandera?
DEL ZAGUÁN DE FICO AL PATIO DE MATILDE
La añoranza es un sentimiento frecuente en los que crecemos y empezamos a reparar en lo breve que es la vida y en lo deliciosa que era la niñez, junto a parientes y objetos que van quedando solo en tu mente, porque se fueron o ya no existen. Así surge esta serie, cuando en pareja rememoramos aquellas pequeñas cosas que nos llevaron a la casa natal de cada uno. Por suerte para las fotografías, nuestros primeros hogares estaban ubicados en escenarios tan diferentes como lo son el campo y la ciudad. La idea era captar los olores, las historias y hasta los sabores desde las perspectivas de nuestra niñez; cuando tirarse al piso, enfangarse y meterse detrás del escaparate no constituía un problema; cuando todo eso era, aunque no lo supiéramos entonces, un dulce divertimento para el recuerdo.