Rigoberto Mena: “Cuando pinto me voy de viaje al inconsciente”

El artista visual Rigoberto Mena ha sabido encontrar su poética singular en los estragos que el tiempo hace sobre la piel de La Habana.

Foto: Leyanis Mojena

El 2011 fue el año de la consagración para Rigoberto Mena (Artemisa, 1961). Hablando lenguas, su exposición personal más significativa hasta el momento, pudo apreciarse en una de las salas transitorias del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana, el mayor espacio legitimador a nivel nacional para las artes visuales. En esa ocasión, público y crítica coincidieron en que tal reconocimiento había sido ganado por el artista a fuerza de originalidad, trabajo, talento, espíritu investigativo y reverencia a la larga tradición del abstraccionismo como lenguaje pictórico.

S/t. De la serie “Second Round”, mixta sobre tela, 56×72 cm, 2021

Su obra se inscribe dentro del informalismo lírico, aunque no está exenta de contaminaciones de otros lenguajes más cercanos al mundo de lo representacional, sin por ello pasar a la abierta “sugerencia” ni al intento de comunicación contenidista. El suyo es un arte de “la forma sin forma”, que opera en el plano exclusivamente sensorial, y aspira a constituirse en fin en sí mismo, a ser tomado por su compleja materialidad y no por lo que evoca. Las obras de Mena hurgan en el inconsciente individual y colectivo y ahí se detienen. Para él, el abstraccionismo es lo que es, y no lo que parece. Pintura de la pintura. Y eso le basta.

En treinta años de labor incesante, Mena se ha situado como un nombre de referencia en su campo de producción artística. Influye y deja huellas en el entramado riquísimo del arte cubano. Heredó y asumió la notable tradición de la abstracción insular cubana de los años cincuenta, donde hallamos nombres del calibre de Hugo Consuegra, Raúl Martínez, Raúl Milián, Antonio Vidal y Julio Girona.

S/t, mixta sobre lienzo, 130 x 130 cm, 2017
S/t, mixta sobre lienzo, 120 x 120 cm, 2020

Cuando le pregunto hacia dónde va su obra actual, de la que aquí exponemos una pequeña muestra, Mena responde:

“Tengo una contradicción cabeza-corazón. Siempre me he guiado por el instinto, aunque con los años me he vuelto más racional. No hago bocetos, voy de frente a la obra, y no sé qué va a salir allí, el resultado es siempre una sorpresa, pero tengo idea de cómo me gustaría que fuera o por dónde quisiera transitar”.

“El caso es que muchas veces el resultado es directo, brota con fuerza, pero no es lo que esperaba. Siempre me traiciona mi yo interno, que se resiste a que le pongan frenos. Mi meta es llegar al justo medio entre racionalidad-irracionalidad. Una obra mía de hace años, Corazón, no mates el hará, es una clara alusión a esta preocupación”. 

S/t, mixta sobre lienzo, 100 x 100 cm, 2020

“La locura es un lujo en estos tiempos. Pasó de moda. Yo voy y vuelvo. Entro en trance, me conecto como si me hubiera fumado un porro. Pero no, nunca trabajo bajo los efectos de ninguna droga, ni siquiera del alcohol. No lo necesito. Cuando pinto me voy de viaje al inconsciente, y regreso como algunos amigos, que vuelven de un bar manejando con el piloto automático, pero llegan a la casa”.

“Necesito estar cuerdo para no cortarme una oreja. Necesito las dos orejas para escuchar cada vez menos consejos.”

Buen día, mixta sobre lienzo, 120 x 147 cm, 2020

Habanero como es, Mena ha encontrado su poética en los estragos que el tiempo hace sobre la piel de la ciudad, en sus colores desvaídos, en la superposición de capas de pinturas en los muros a punto de perder el precario equilibro, en la oxidación de las verjas, en los dibujos indescifrables del hollín sobre las fachadas. Por eso sus cuadros van surgiendo por adiciones en un proceso de “multiplicación de fondos”, como una ventana que se abre a una ventana que se abre a otra ventana…

Mena ha hablado de la energía que sale de las paredes, de “los papeles húmedos que se secan con la ayuda del sol y conforman hermosas abstracciones”. En su obra, en ocasiones distinguimos algo de grafismo o trazos reconocibles del lenguaje infantil acumulándose en la superficie que los pigmentos agreden, aunque no forman parte de una intertextualidad consciente. Están ahí con la dosis de azar que pueden encontrarse en la más directa realidad. Surgen de un caos que Mena intenta ordenar a costa de descentrarse a sí mismo.

Rigoberto Mena y su Inventario en tiempo de Bienal

Es una idea establecida que la biografía del artista es su propia obra. Como es muy productivo, si contamos dibujos, grabados, pinturas e instalaciones, el catálogo del artista es incalculable. ¿Mil, dos mil piezas? Poco importa el número. Allí pueden rastrearse sus lecturas, sus desplazamientos a los más importantes museos del mundo, sus amores, sus preocupaciones filosóficas, sus creencias atávicas.

La mayoría de las obras de Mena no tienen títulos. Otras veces se siente apremiado y marca los lugares que se abren a su paso (Amberes, Shanghái), los artistas y pensadores que frecuenta (Mondrian, Van Gogh, Paramarenko, Buda); va dejando mensajes: Vivimos en la superficie de nosotros mismos (2005), Mañana se resuelve (2005), El fuego tiene una mitad de frío (2006), Orgasmo cósmico (2005), Que viva, pero lejos (2005), Bamboo Garden (2015)…Algunas de sus exposiciones más notables también ofrecen pistas: De la nada al infinito (2004), Cambio de bola (2005), la ya citada Hablando lenguas (2011) y Ordenando el caos (2012). 

Hablar lenguas, como se recordará, es, en la tradición cristiana, la facultad de expresarse en idiomas desconocidos, milagrosamente inteligibles. ¿Acaso no es eso el arte?

Confesiones de Pancha, mixta sobre lienzo, 130 x 160 cm, 2021

He tenido la posibilidad de trabajar con Mena. Juntos armamos El placer de abstraerse, una suerte de catálogo razonado de lo producido hasta el 2017. Había seguido su obra a lo largo de los años, pero no fue hasta ese momento que pude entender la dimensión real, en cuanto a alcance estético, de lo que el artista ha ido legando. Hay inmensidad reflejada en su obra, y una coherencia que se contrapone a su dispersión vital. Pero al afirmar esto no descubro nada nuevo. La crítica en su país ya viene dando fe de ello: los remito a Nelson Herrera Ysla, David Mateo, Magaly Espinosa, Andrés D. Abreu, Dannys Montes de Oca y José Veigas; ellos lo han visto también. 

Como todo mortal, Mena es un ser que duda, pero tiene una convicción: su destino es la pintura, a eso vino a este “valle de lágrimas”, a ampliar la percepción de lo posible, a “meter espada” y a dar testimonio.

Sobre Mena, en otro momento dije: “Una partícula de polvo en el universo, un grano de sal en el inmenso océano, una muesca en las metafísicas paredes del tiempo, Mena, creador creado por algo o alguien que no se sabe bien, ha recibido el fuego ancestral, esa otra hambre de que hablaba el poeta y que nos hace erguirnos cada día en la marcha de los hombres sin rostros”.

Hoy constato con gusto que mis intuiciones devinieron certezas.

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