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Según diversas leyendas, Lao Tzu fue concebido por una estrella fugaz, pasó sesenta y seis años en el vientre de su madre, y nació con cabeza de hombre adulto y cabello cano. Luego de haber vivido doscientos años, cabalgó a lomos de un búfalo hacia los desiertos del oeste o hacia la India. Antes de desaparecer, hizo una parada en la frontera para escribir el Dào Dé Jīng y dejar tras de sí su sabiduría.
En realidad, los estudiosos no se han puesto de acuerdo sobre si alguna vez existió un individuo llamado Lao Tzu. Su nombre significa “Viejo Maestro”, y bien podría no ser más que una manera de personificar el origen desconocido de esta colección de versículos que ha dado en llamarse el Dào Dé Jīng.
Este libro pequeño y casi anónimo es, en cualquier caso, uno de los principales textos que ha producido la Humanidad. A pesar de su milenario origen y la niebla de las traducciones, ha terminado siendo una lectura accesible y sugestiva para gentes de todo el mundo. Si nos preguntaran de qué trata, podríamos aventurar que es un compendio filosófico saturado de poesía, un manual simultáneo de gobierno y de autogobierno, y además una disertación sobre lo inefable que, además de práctica y enjundiosa, resulta desconcertante, confortadora e inagotable.
Además del propio Dào (“Camino”) o el Dé (“Virtud”), uno de los conceptos fundamentales de este singular tratado es el llamado no-hacer, o no-acción. He aquí el contexto en que lo vimos por primera vez, presentado como una cualidad o modus operandi de los mejores jefes:
De los mayores gobernantes, los súbditos apenas notan su existencia; los no tan grandes, son amados y elogiados; los de menor categoría, son temidos; los ínfimos, despreciados. Cuando su credibilidad es insuficiente, entonces no hay confianza en ellos. ¡Cuán largamente pondera el sabio sus palabras! Cuando la tarea está cumplida y el éxito logrado, toda la gente dice: “Así lo hicimos por nosotros mismos”. (Capítulo 17)
Con justicia se gobierna un señorío, con sagacidad se maneja un ejército, mediante la no intromisión se gana el mundo. ¿Cómo sé que es así? Por todo esto: cuantas más prohibiciones haya en el mundo, más se empobrecerá el pueblo; cuantos más instrumentos ingeniosos posea el pueblo, mayor confusión reinará en el señorío; cuanto más astuta sea la gente, más cosas extrañas sucederán; cuantos más leyes y decretos se promulguen, más ladrones y piratas surgirán. Por esto el sabio dice: “Practico el no-hacer, y el pueblo a sí mismo se reforma; amo la quietud, y el pueblo se encamina por sí solo hacia el bien; practico la no intromisión, y el pueblo prospera; no persigo ningún deseo, y el pueblo se vuelve tan simple como madera sin labrar”. (Capítulo 17)
Si perseveras en el estudio aumentarán día a día tus conocimientos, si perseveras en el Dao día a día los perderás. Por sucesivas pérdidas, se llega al no-hacer. Mediante el no-hacer nada queda sin ser realizado. Dominar el mundo se logra mediante la no intromisión, si se llega a interferir, no se tiene suficiente valía para dominar el mundo. (Capítulo 48)
Nótese la idea recurrente de dominar el mundo, mas no a través de la injerencia directa en sus asuntos. Comentando este último fragmento, el Dr. Gustavo Pita explica:
Algunos identifican la actitud taoísta con una actitud pasiva o resignada. Aquí se aprecia que esa visión es desacertada. Toda magia —y el taoísmo es una forma de ella, la magia de la nada, del vacío y la no acción— es en esencia activa, no renuncia al dominio del mundo, sino que lo busca, pero no imponiendo a él una pauta arbitraria o subjetiva que le es ajena, sino mediante el conocimiento de sus leyes básicas, es decir, las leyes del Dao.
Varias nociones que pertenecen desde hace mucho al acervo de nuestra oralidad tienen su contraparte escrita en el Dào Dé Jīng. Como aquello de que debes dejar en libertad lo que amas, que lo blando vence a lo duro, y que el viaje más largo empieza con un paso:
Si quieres que algo se encoja, primero debes estirarlo; si quieres que algo se debilite, primero debes fortalecerlo; si quieres que algo decaiga, primero debes enaltecerlo; si quieres que algo sea tuyo, primero debes entregarlo. […] (Capítulo 36)
Lo más blando vence a lo más duro, lo que no tiene sustancia puede penetrar allí donde no existen grietas. En esto reconozco los beneficios del no-hacer. La enseñanza sin palabras, los beneficios del no-hacer, pocos en el mundo llegan hasta ellos. (Capítulo 43)
[…] Un árbol que hay que abarcar con ambos brazos nace de un brote como la punta de un cabello; una torre de nueve pisos comienza con un montículo de tierra; la marcha de diez mil li comienza allí donde están nuestros pies. […] (Capítulo 64)
El buen caminante no deja huellas, el buen orador no yerra ni reprocha, el buen contable no necesita ábacos, el buen guardián no precisa cerrojos ni barras pero nadie puede abrir lo que él ha cerrado, el buen atador no emplea cuerdas ni nudos mas nadie puede soltar lo que él ha atado. De este modo el sabio siempre ayuda a la gente a mejorar, y nadie queda abandonado; siempre ayuda a las cosas a mejorar, y ninguna queda abandonada. A esto se lo llama doble claridad. (Capítulo 27)
Encuentro supremamente útil esa “doble claridad”, porque permite reconciliar la proverbial ceguera del Amor con la peculiar lucidez que le es propia. Encima, les sale al paso a ciertas falsas dicotomías, a ciertos delirios contrapuestos que nos aquejan como especie: por ejemplo, la locura de ver la vida únicamente como ha sido hasta ahora, o verla únicamente como debería de ser. Solo una claridad con varios niveles de impacto, como la que postula el Dào Dé Jīng, podría penetrar el velo múltiple de nuestra ofuscación.
Si el gobernante se mantiene ensimismado y distante, el pueblo es sencillo y honesto; si el gobernante se entromete en todo y pretende discernir cada cosa, el pueblo es astuto y taimado. ¡El desastre, ah, se asienta en la felicidad! ¡La felicidad, ah, se oculta en el desastre! ¿Quién sabe dónde termina una y empieza el otro? No hay modo de saberlo. Lo regular se vuelve raro, lo bueno se vuelve monstruoso; el extravío de los hombres, data, en verdad, de hace mucho tiempo. Así pues el sabio es cuadrado pero no corta, tiene aristas pero no hiere, es directo pero no obstinado, brilla pero no deslumbra. (Capítulo 58)
En el prólogo de la edición cubana, el Dr. Gustavo Pita Céspedes llama la atención sobre la frecuencia con que aparece en las páginas del Dào Dé Jīng el ideograma de pueblo, y señala:
[…] aunque el texto parece dirigir su mensaje principalmente a los gobernantes, no hay dudas de que es precisamente el pueblo su fundamental preocupación y su destinatario último. Así, con el paso de los siglos ha llegado a ser también este su principal lector —ahora ese gran y único pueblo que comparte esta misma casa azul bajo los Cielos—.
[…] Mientras las hierbas y los árboles viven son blandos y tiernos, al morir están secos y marchitos. Por eso lo duro y lo rígido están del lado de la muerte, mientras que lo blando y lo flexible están del lado de la vida. Así un ejército fuerte será aniquilado, igual que la madera seca está lista para el hacha. Lo fuerte y grande ha de ponerse debajo, lo blando y flexible en lo alto. (Capítulo 76)
Con este último pasaje concluimos, recordando una lección que pertenece tanto a Oriente como a Occidente. Nunca es más útil la fuerza que cuando sustenta la delicadeza; y esta nunca luce mejor que cuando corona la fuerza que la sirve; para entre ambas levantar el templo de la sabiduría. Como en el pasaje bíblico que narra la construcción del templo de Salomón, el rey-sabio, donde “en lo alto de las columnas había trabajo de lirios”.