“Dónde queda la vida”

 

Si uno, yo, cualquiera se dedicara a hacer el inventario de anécdotas de esta naturaleza, serían no menos de 365 al año, no importará que durante algunos días uno permanezca recluido en casa.

Voy al ejemplo: el miércoles pasado la red que permite el uso de las tarjetas de banco colapsó en La Habana. No en un banco, no en un cajero: en toda la ciudad. Fue un desastre que, en otras latitudes, hubiese provocado el pánico absoluto. Aquí se dispara la molestia de no poder acceder al dinero propio hasta que la reparación se termine y, sobre todo, se siente la pérdida del tiempo.

Imaginemos que alguien acudió a un banco para cumplir un trámite común, que requería de una tarjeta magnética. Esa persona (confieso que, en este caso, yo mismo) tuvo que desplazarse hasta la sucursal bancaria, hacer la cola (de solo dos personas, por suerte), y entonces conocer que debería hacerlo todo, paso a paso, otro día. Quizás mañana, quizás unas horas después, el trámite pueda ser cumplido sin mayores contratiempos, pero ese tiempo ido ya no se podrá recuperar jamás.

Escuché en estas semanas dos ideas que fueron expresadas en el mismo espacio y con pocos días de diferencia. La primera se debió al cineasta iraní Abbas Kiarostami, quien impartió una conferencia de prensa antes de iniciar su taller internacional en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. En la sala “Glauber Rocha”, ante decenas de estudiantes, profesores y periodistas, el director de A través de los olivos dijo (de acuerdo con la traducción simultánea): “Si la vida significa luchar, dónde queda la vida.”

Pocos días después, a la misma sala “Glauber Rocha” de la EICTV fue el expresidente uruguayo José Mujica. “No vine a pasear”, dijo de su visita a Cuba: “Vine a trabajar”. Para el senador, trabajar es conversar, trasmitir una experiencia acumulada en ochenta años de vida, la mayor parte de ella en los avatares de la política, y también en la guerrilla y en la cárcel. “La vida no es solo para laburar”, dijo a los jóvenes de decenas de países latinoamericanos, europeos, asiáticos y africanos que lo escucharon. “Hay que pelear por tener y asegurarse un margen de libertad, que cada cual lo gastará como le plazca”, aconsejó un hombre que en otro momento de la conversación dijo: “No sé lo que va a hacer la derecha, pero sé lo que tenemos que hacer nosotros: seguir luchando mientras vivamos. Por la causa y para los demás, pero también por el sentido de nuestras vidas”. Para que no quedaran dudas, aclaró que no estaba haciendo la “apología del atorrante, del que no quiere hacer nada y del que quiere vivir a costilla de los demás”, pero insistió: “Todo está hecho como para robarte el tiempo de tu vida. Y esa es la cosa más importante que tienes: el tiempo de tu vida, que tiene límite y que se te va. Y que lo único que te queda es haberla vivido”.

El desarrollo industrial y tecnológico alcanzado por la humanidad, lejos de liberar de tareas o agobios a las personas, como pudo predecirse alguna vez, ha incrementado los niveles de explotación. Mujica venía obsesionado por el consumo que provoca la necesidad incontenible de ganar más y más dinero: “Llegas a la una de mañana a tu casa y te tienes que ir a las cinco, como pasa con los trabajadores japoneses. Eso sí, a tu hijo no le falta nada pero le faltas tú. Jamás tienes para pasar una tarde y salir a joder con él”.

Todo el que ha hecho su vida en un país como Cuba sabe que no es solo el capitalismo (sobre todo ese al que se suele llamar salvaje) el sistema que abusa del tiempo de las personas. Antes, en años que ya comienzan a olvidarse, se nos hacía malgastar el tiempo por apelaciones e imposiciones de todo tipo: permanecer una noche de guardia donde nada va a ser robado; sembrar posturas de café o de caña que jamás prosperarían; escuchar, de noche o de día, de pie o sentados, discursos que nada dicen porque ya se congelaron en la retórica o, aún más, quienes hablan son como muñecos de ventrílocuos; marchar kilómetros bajo el sol agitando banderitas o gritando consignas prestablecidas como una forma de hacer política, cuando la política verdadera se construye desde la participación activa, no desde el mandato y la obediencia.

Tanto en aquellos años como en estos, la ineficiencia que ejercemos unos contra los otros ha sido otra forma de hacernos malgastar el tiempo.

Alguna vez leí una entrevista con uno de esos personajes del primer mundo que pasan en Cuba por filósofos y solo ven una parte (la más idílica) de la realidad que les muestran. Aquel señor se admiraba de que los cubanos disfrutábamos de una existencia muelle, sin esas tensiones por acumular trabajos y deudas y más trabajos que tanto preocupan a Mujica. Según esa mirada, los habitantes de este país habríamos conquistado la libertad suprema de hacer con nuestro tiempo lo que nos venga en ganas. Y sí, a veces lo parece cuando se camina por barrios donde los vecinos parecen no hacer más que estar sentados en los quicios, o deambulando por las calles, o sentados ante una cajita de ron. Ese que malgastan, ¿es el tiempo de sus libertades respectivas?

La verdad de tal admiración por el ocio cubano termina cuando el tiempo del que se apropia esa persona, supuestamente más libre, es el que debería ocupar en un trabajo cuyos destinatarios somos los otros, sus semejantes: el que espera detrás de un mostrador, en una parada, en el vestíbulo de un hospital, en la cola de una tienda que venda en cualquier moneda, ya no importa en cuál porque se paga en cuc pero el servicio se ofrece en cup.

Pero, a la vez, uno de los síntomas del capitalismo que se nos viene encima es la manera angustiosa, casi desesperada, como muchos hombres y mujeres de este país ya tienen que buscarse dos o más trabajos para ganar el dinero que requiere el sustento de ellos y, casi siempre, de sus familias. Y a esas tensiones hay que sumar siempre las demoras, los vuelva mañana, más tarde, la semana que viene…

Lo cierto es que, por estas y otras vías, hemos dejado de respetar el tiempo: el nuestro y el de los demás, cuando nadie debería sentirse con el derecho de desperdiciar el tiempo (la existencia) de los otros.

Sé que no hablo de un problema solamente cubano, y que tal vez se trate de un péndulo que tiene, en un extremo, la productividad lograda a costa del trabajo desmedido de quienes tienen que ganarse el sustento de cualquier forma, y de la otra el ocio de quienes se han acuartelado en una picaresca tan irresponsable como egoísta. Alcanzar ese punto medio donde, para la mayoría de las personas, trabajo y placer puedan convivir armónicamente forma parte de las utopías por ser conquistadas en casi todo este planeta.

De acuerdo con Kiarostami, de acuerdo con Mujica, una sociedad que pretenda ser humanista debería, ante todo, proteger el tiempo de las personas. Al slogan “time is money”, oponer una frase como “tiempo es libertad”, o como “tiempo es vida”.

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