“Un violador anda suelto”

El boca a boca ha llegado a convertir en mitos a criminales que aterrorizaron. Foto: Claudio Pelaez Sordo.

El boca a boca ha llegado a convertir en mitos a criminales que aterrorizaron. Foto: Claudio Pelaez Sordo.

Las primeras noticias las recibí en casa. “Un violador anda suelto por el barrio”, informó mi suegra, y dio cuenta de lo que algunas vecinas estaban comentando: que era joven, que de algún cuerpo militar, que actuaba en Alamar y en Cojímar, que le daba lo mismo cualquier sexo o edad a la hora de elegir sus víctimas.

El viernes, una amiga que vive cerca del límite entre los municipios Plaza de la Revolución y Cerro me dijo, casi exactamente, idéntica frase: “Un violador anda suelto por mi barrio”. Y horas más tardes nos lo repitió otra amiga de La Víbora. Ambas aseguraban que era un “boina roja”. Los tres estuvimos de acuerdo de que no se había desplegado por la ciudad una banda de violadores, ni era uno solo dotado del don de la ubicuidad, sino que, a partir de una base real, estábamos en presencia de la expansión irrefrenable de un rumor popular.

“¿Qué habrá pasado?”

En cualquier parte pueden suceder fenómenos de esta índole y el boca a boca ha llegado a convertir en mitos a criminales que aterrorizaron, y a la vez deslumbraron, a una ciudad. Jack el Destripador quizás sea el ejemplo más notorio. Desde que vivo en La Habana, he oído de decapitadores, descuartizadores, asesinos de ancianas o ancianos, cuyos crímenes, multiplicados por los rumores, cuando son realmente conocidos se han reducido a una o dos acciones.

Este sábado, de regreso a casa, indagué un poco más en lo que se decía sobre este asunto. Una vecina (la misma que puso sobre aviso a mi suegra) me dijo que el martes había escuchado en el Canal Habana que en Alamar dos mujeres habían sido violadas, que los sucesos estaban siendo investigados, y que se había hecho un llamado a la población para mantener la calma y no divulgar informaciones falsas.

Ella también me aseguró que ya muchas personas tenían en sus celulares la foto del presunto violador, y que se trataba de un militar, “boina roja” o “avispa”, que había enloquecido. Se comentaba que en el Paseo del Prado, uno o dos días atrás, alguien lo había reconocido, y llamó a la policía, se desplegó un operativo, pero el violador logró escapar.

Acudí entonces a internet. Encontré nada más tres entradas: de una de ellas, en Cibercuba, solo pude rescatar una línea incompleta vinculada con lo que buscaba: “Se refieren a un supuesto delincuente sexual que anda suelto por las calles de La Habana”. La segunda, un video colocado en YouTube el 18 de octubre (imposible verlo con la lentitud de mi conexión) avisa: “Violador en Cuba en La Habana estén alerta”, y el tercero está en un blog. Bajo el título “Un violador en Alamar, la película”, y subido a la red el 17 de octubre, Irina Echarry refiere las inquietudes que están inundando La Habana del Este. Entre otros, que “violó a una embarazada, que merodea descaradamente las zonas donde ya ha cometido sus fechorías”, “que no golpea a las mujeres que agrede” o que “da puñaladas”. Asegura que “lo más comentado ahora es que la policía descubrió su escondite en Micro X, por la costa; el sitio tiene una cama rústica y otros objetos, pero el tipo no estaba ahí”. Y reitera lo dicho por mi vecina sobre su origen (“perteneció a las tropas especiales”) y que su foto circula por los teléfonos celulares.

Pero lo mejor de este blog es que se hace eco de algo que también forma parte de la opinión pública soterrada: “La falta de información veraz sobre los asuntos que competen a nuestra ciudadanía, que involucran nuestra seguridad, además de incentivar el temor genera molestia en la población”.

En situaciones como estas, el silencio de los medios (excepción hecha de un programa en el Canal Habana, hasta donde he podido comprobar) se convierte en un problema de seguridad ciudadana. Si todo esto fuese cierto, divulgar dentro de unos días que el violador fue atrapado no hace más fuerte o eficaz a la policía, como ocultar lo que sucede no la hace más débil o incapaz, ni da seguridad a las personas.

Hay una diferencia notable entre la prensa amarillista, que se solaza con truculencias y desgracias, sobre todo de famosos o de personas desvalidas, y unos medios equilibrados que respondan a las necesidades de sus usuarios. Y existen vías alternativas que deberían ser usadas como forma de alerta e información.

Ya se ha dicho en más de una oportunidad que la no difusión de los numerosos casos de violencia doméstica que ocurren a lo largo y ancho del país provoca que no podamos apreciar la dimensión real de un problema delicado que, no pocas veces, cuesta vidas.

Doy a otro ejemplo actual y distinto: los cubanos que no tienen la opción o la costumbre de informarse a diario por internet, es decir, cuyas únicas fuentes son los diarios o los noticiarios de la radio o la televisión nacionales, son víctimas de las medidas tomadas por el gobierno de Estados Unidos como respuesta a los presuntos ataques sónicos sufridos por algunos funcionarios de su embajada en La Habana y sus familiares. Sin embargo, hasta la semana pasada no se informó, en detalle, sobre la secuencia de sucesos que se han prolongado por meses, han generado centenares de páginas en la prensa internacional y, lo peor, han agravado las precarias relaciones entre los dos países y están afectando la reunificación o el encuentro de familias cubanas.

La pretensión de que “lo que no se nombra no existe” es cada vez más irreal en un contexto donde las noticias encuentran siempre un agujero, un resquicio por el que colarse.

Además, estos rumores confirman que el derecho a la información del que todos deberíamos disfrutar tiene, en su base, una razón antropológica: el ser humano es curioso por naturaleza, necesita conocer, indagar, incluso recrear los datos que le llegan. Dicho de otra manera: somos chismosos. Por eso contamos cuentos, o vemos noticieros y películas. Basta con que haya una pequeña pista que despierte el interés de una comunidad para que los espacios vacíos comiencen a llenarse con las figuraciones de la imaginación.

Ahora, como en otras ocasiones, la leyenda del violador continuará corriendo por las calles de La Habana. Dentro de días o semanas cambiará el contenido: podrán decir en las bodegas, en los agromercados, en las barberías y peluquerías que fue apresado. Que tenía veinticinco o cuarenta años. Que era rubio o trigueño. Que cuando era niño su padre, o un tío, abusó de él, o que la madre lo maltrataba para que comiera. Que enloqueció cuando la novia de la adolescencia le fue infiel. Que tenía seis dedos en la mano derecha, pezuñas, cuernos… Y transcurrido algún tiempo, veremos la resolución recreada en algún programa de televisión como Tras la huella o UNO.

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