La historia de un sobre amarillo

El libro de Iván Giroud continúa la cuerda del esfuerzo intelectual en pos de una valoración integral del pasado y sus figuras, y representa asimismo una importante braza para entendernos a partir del entendimiento de una época.

Por gentileza de su autor, Iván Giroud, quien preside el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, tengo en mano, y leído, el libro La Historia en un sobre amarillo. El cine en Cuba (1948-1964). El título anuncia una historiografía que, si cumplida, me hace esperar más revelaciones; sobre todo, de elementos referidos al periodo anterior a la creación del Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficos (ICAIC) y a lo que compete a descifrar los tonos en que se desarrolló la conversación transcrita. Pero, esto es ya por lo menos tener en las manos las grabaciones que sedujeron al investigador, al punto de mantenerlo dos años rebuscando archivos y bibliotecas para contextualizar el documento que había centrado su interés.

Iván Giroud. Foto: Archivo

Este cuidadoso trabajo de investigación parte del contenido de un sobre amarillo que Alfredo Guevara pusiera en sus manos a mediados de 2007. Portaba un CD con el audio partido en dos de una reunión, cuatro horas de audio que sus participantes acordaron entregar al Partido y solo tener acceso bajo autorización y para específicas consultas. ¿Qué dependencias del Partido le habían incautado?, ¿en qué momento y bajo qué circunstancias hizo copia Guevara de su intervención? Son preguntas que conllevan a otra pesquisa interesante.

Según nos advierte el autor, solo un tercio de esta discusión había sido publicada por el presidente fundador del Instituto en su libro Tiempos de Fundación (2003). Por eso, la mitad del libro es ocupada por la transcripción del encuentro, una reunión extraordinaria del consejo directivo del Instituto con lo que vendría siendo “el núcleo” de militantes del PSP, entre los cuales se encuentra una “comisaria” o “asesora” impuesta por Edith García Buchaca que, en palabras de Guevara, se ha referido al ICAIC como “talón de Aquiles” del “frente intelectual” debido a “los ataques de una serie de enemigos”.

García Buchaca es, para este instante, secretaria general del Consejo Nacional de Cultura, ente creado ese mismo año y cuya presidencia ocupó Vicentina Antuña. Entre los vicepresidentes se encontraban al propio Guevara, así como el director del periódico Revolución, Carlos Franqui y el del magazine Lunes de Revolución, Guillermo Cabrera Infante. También intelectuales de gran prestigio como Carpentier y Guillén.  La comisaria de la que se habla es la arquitecta Selma Díaz, esposa para más detalles de Osmani Cienfuegos.

Esta reunión ocurre el 2 de julio de 1961, horas después de terminado el último de los tres encuentros en la Biblioteca Nacional entre creadores y representantes del gobierno, encabezado por Fidel Castro. Estos encuentros se recuerdan fundamentalmente por lo dicho por Fidel que se conoce como “Palabras a los intelectuales” pero fue muy notorio cuanto se dijo allí, y creo que ahora se ha publicado mucho más que esto en La Habana, precisamente gracias al ICAIC.

La Historia en un sobre amarillo… compone varios documentos; en principio, un par de prólogos y un texto del autor: “El cine en Cuba (1948-1964). Entre dogmas y herejías”, donde repasa la prehistoria del ICAIC, consolidado sobre la base y experiencia de miembros de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo y el Cine Club de La Habana o Cinemateca de Cuba, fundada por Germán Puig.

Ya fundado, con algunas producciones logradas, críticas a favor y en contra, búsquedas de un camino estético y, sobre todo, de financiamiento, el segundo año del Instituto se ve marcado por un hecho al cual el autor le confiere la alta importancia que tiene a la hora de tratarse la relación entre poder político e intelectualidad en Cuba: la censura de P.M. Escribe: “Seis décadas más tarde P.M. continúa siendo obligada referencia para abordar el tema de la censura en Cuba Socialista. Las nuevas generaciones, con conocimiento parcial de la historia, buscan en P.M. las claves para comprender la prohibición, pero cuando ven el filme se desconciertan al no encontrar en él evidentes motivos que lo justifiquen”.

Quienes hemos dedicado algunas horas al asunto, conocemos que los tres encuentros en la Biblioteca Nacional fueron determinados por la censura del ICAIC, apoyada por el Consejo Nacional de Cultura, a la exhibición en cines de P.M., el corto free cinema de Orlando Jiménez Leal y Sabá Cabrera Infante. Fue producido por Revolución y su semanario Lunes, magazine y grupo al que desde mediados de 1960 había comenzado a oponerse públicamente Alfredo Guevara. La suya era, sin embargo, apenas la posición más evidente en el enfrentamiento ideológico que se ejercía sobre Franqui, integrante del “ala democrática” del Movimiento 26 de Julio, la facción más alejada del comunismo al estilo soviético, defendido por otra facción, “el grupo de Praga”, de mayor influencia y poder dentro del mismo movimiento.

Algunos métodos fueron referidos por Guevara en aquella entrevista que me concediera justamente en mayo de 2007. Entonces, ejemplificó la manera en que intervinieron un estudio de la CMQ para evitar que integrara los activos de Revolución: “Un día me reúno con Raúl, con el Che y con Ramiro y me dicen que hay que apoderarse de eso antes de que Franqui lo agarre. Les dije, ‘yo lo tomo, pero cómo’. Me dieron una tropa, que rompió las puertas de aquello. Yo entré allí y me apoderé de esa televisión”.

Casi veinte años antes de aquella entrevista, Guevara había asegurado al periodista Wilfredo Cancio para La Gaceta de Cuba que P.M. era Lunes y Franqui. En la reunión que sirve de material de base para el libro de Iván Giroud, cuya transcripción al ser publicada lleva el propósito de dejar clara, de descubrir ciertas actitudes en esa trama de posicionamientos confusos, afirmaba Guevara: “Franqui se movía en todas direcciones con una nueva aspiración: el Ministerio de Cultura”. En la reunión el propio Guevara contaba sobre su más reciente encuentro con Cabrera Infante antes de que este abandonara un puesto como “consejero”, y donde el escritor le aseguraba que “en el Instituto todo el mundo era comunista o de Nuestro Tiempo, y que para entrar en el Instituto había que ser comunista o de Nuestro Tiempo; que la línea general ideológica de la mayor parte de la gente era estalinista…”

Todo esto se halla pormenorizado en el texto de Giroud y fue expuesto en la reunión de la que se encarga. Junto a la discusión, el investigador permite revisitar el famoso “Memorando” que Titón [Tomás Gutiérrez Alea] remitiera a Guevara, a raíz de la censura de P.M. y del cual tanto se habla en la reunión. Entre los criterios que mueve Titón destaca el reproche a la deriva autoritaria del presidente del Instituto: “no puede haber variedad en nuestras obras si todos se deben ajustar al gusto de una sola persona”, pues con “este sistema sólo pueden producirse anuncios comerciales [entiéndase: propaganda]…pero no obras de arte” y “aplicar los sistemas de producción de una agencia de publicidad a una organización que debe propiciar y estimular la creación de obras de arte constituye una actitud francamente reaccionaria…”. Por ello, y por más, Guevara considera que Titón “está muy cerca de ser el más honesto de los miembros de Lunes de Revolución. No de Lunes de Revolución como Lunes, sino de la vieja Cinemateca”.

Otros documentos que expone el libro son la Ley fundacional del ICAIC, la de creación de la Comisión de Estudio y Clasificación de Películas Cinematográficas y la Disolución de la Comisión Revisora, así como el acuerdo mediante el cual el Instituto establece la prohibición en noviembre de 1960 de 90 películas “con tendencia reaccionaria”. Por cierto, se ensañan con el tema fantástico y de terror. Está claro para Giroud que este tipo de determinaciones fue el resultado de una presión de la corriente pesepista (por el Partido Socialista Popular, PSP), y para hacérnoslo evidente reproduce el fragmento de una crítica de cine de Mirta Aguirre, militante y miembro también del CNC, donde alegaba públicamente lo inconcebible para ella que Cuba “se despreocupara” de la “propaganda” fílmica que se hacía llegar a millares y millares de espectadores y donde pedía abiertamente la censura a los filmes que “engañen”, “confundan” y “desorienten”.

Ahora bien, aun cuando el material ofrece un análisis sereno y equilibrado que apela a la interpretación del lector, el texto se sostiene sobre una tesis: lo correcto, el camino adecuado para la realización cinematográfica en la Isla después de aprobada la ley de cine era el del ICAIC, lo cual visto desde la lógica de la organización, la estructura institucional y la legalidad es correcta, pero me gustaría matizarlo: que un organismo sea creado para facilitar el trabajo de los cineastas (para formarlos porque apenas había) no quiere decir que sirva, del mismo modo, para limitarles sus intentos creativos si han sido apoyados por estructuras ajenas que, sin embargo, integran el entramado cultural del gobierno, entonces identificado por el vocablo: revolución.

Quizá este sea el único momento en que el autor intenta tomar una posición y lógicamente al hacerlo, aun con delicadeza, reitera la postura de los vencedores de una puja en la que las otras corrientes tenían las condiciones para imponerse. Cuando asegura que la primera discusión sobre P.M. termina con un saldo desfavorable, inmediatamente debo preguntarme: ¿desfavorable para quién? Lógicamente que para el ICAIC y para el CNC, incapaces de contener a la facción disidente que ya había logrado posponer la celebración del primer congreso de la UNEAC. Ese grupo tenía por centro a Lunes, colaboradores, tendencia que nunca le perdonó a Guevara haberse enfrentado a ellos de la forma en que lo hizo, pese a que de él, todos los que estaban en la Isla, lo apoyaron desde Revolución dos años después cuando tuvo que enfrentarse a Blas Roca en una discusión más o menos semejante.

El Instituto, como todos los espacios de poder, cultural o no, estaba además determinado por la opinión de su representante, en este caso Guevara, quien así como no la tuvo fácil para imponerse a las fuerzas reaccionarias opuestas, negándole o retrasándole créditos o imponiendo o tratando de imponer dogmas, hace valer su criterio sobre cuestiones conflictivas o desfavorables a su grupo, hecho que introduce un factor importante para el análisis: el carácter humano, el débil hilo que sostiene las relaciones interpersonales, la amistad, el orgullo y el ego; características estas que deben servir para evaluar a cada uno de los protagonistas de este momento, y que influyen directamente incluso para lograr un análisis amplio en temas como la solapada lucha por el control del aparato cultural que predomina en este momento.

Es por aquí por donde viene otro de los asuntos que nos plantea Giroud: la mediación que ejercía el PSP sobre todas las estructuras culturales y de poder incluso, preocupante circunstancia advertida por Guevara. Era una práctica histórica de ese Partido que expone también él al reconocer que durante su militancia pesepista antes de 1959 había trabajado solapadamente para el Partido. Este modus operandi de la organización política produjo la ruptura en Nuestro Tiempo. Alejó a Puig y a Franqui con sus seguidores, que aunque después llegó a la Sierra y en el 59 se volvió figura central para posicionamiento propagandístico de la Revolución, por su ideología empezó pronto a obstaculizar el camino que planeaba el poder revolucionario en lo que llamaron “la construcción de una nueva sociedad”. Dijo Guevara: “No lo obstaculizaba de mala fe, ya lo he dicho en las reuniones internas. Ahora es contrarrevolucionario, pero no lo estaba obstaculizando de mala fe. Es que no podía soportar la idea de que el PSP tuviera… [Tanto poder o estuviera tomándolo lentamente]”.

Leyendo este libro el lector logra viajar en el tiempo, sentirse parte de la reunión. Desde su asiento experimentará las tensiones a las que cualquiera se enfrentaba por aquellos días, específicamente los del Instituto que intentaban labrarle el camino a una industria inmersa en un enfrentamiento de profundo aspecto cultural y antiestadounidense, o al menos anti-consumista o anti-imperialista, y por eso, sorteando escoyos y presiones, acaban imponiendo así su tendencia que, vista ahora, resultaría con el tiempo más cercana de lo que parece a aquella desplegada por el grupo que combatía Guevara. O sea, el ICAIC y Lunes no estaban tan separados en cuanto a búsquedas y pretensiones artísticas. Su conflicto era la desconfianza y la manera en que se acataba o no el control ideológico en el arte, la intensidad en la que se iba o no contra lo que el poder establecía a conveniencia como correcto o incorrecto. 

La transcripción íntegra de esa reunión evidencia no solo los hilos que se mueven sobre los escenarios, sino de qué manera podía estar marcado el destino de una persona aparentemente parte del proceso revolucionario y con responsabilidades dentro del gobierno; incluso, uno visiblemente integrado como era el caso de Cabrera Infante a quien en junio de 1961, siendo director de Lunes, miembro del CNC y vice presidente de la UNEAC, se considera en esta reunión como un indiscutible contrario. O se trata de un periodo en el que a puertas cerradas se discutía con mucha sinceridad o era abundante la hipocresía, todavía cuando lo que se conoce de las intervenciones en la Biblioteca dejan ver la temperatura de las discusiones, donde las partes hablan con franqueza. Una muestra son las palabras de Pablo Armando Fernández al enfrentarse a Guevara. Por cierto, de este poeta Giroud recoge algunos criterios para cerrar su ensayo y la idea de estos años: “si se contaran las cosas en sus detalles más mínimos, tendríamos todos que ponernos a llorar, todos, los que estamos aquí y los que están fuera…”

Junto a esta lectura, que es apenas una arista, digo que el libro de Iván Giroud continúa la cuerda del esfuerzo intelectual en pos de una valoración integral del pasado y sus figuras, y representa asimismo una importante braza para mantener viva una época; nos vuelve a poner delante de ella para comprender, valorar y superar ciertos escoyos que parecieran reiterarse no solo en lo concerniente a ideología, sino a maneras y formas de sostener una industria y hacerla conciliar con la renovación generacional y estética que traen los tiempos. El propio autor lo manifiesta: “al reunir estos documentos dispersos de la historia del cine cubano, de sus empeños y confrontaciones, espero contribuir mejor a la comprensión del pasado y, a través de estos, revelar algunas señales de ese complejo periodo que aún se muestra latente en el presente”.

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