Meses atrás le envié un cuestionario al narrador, poeta, traductor y editor Manuel García Verdecia, quien debe ser unos de los creadores cubanos que más ideas comparte en las redes sociales; por no decir que se trata del holguinero que más continuamente veo tratando de desanudar conceptos como la diversidad, la humanidad y la realidad cubana en Facebook, un lugar que para él también es parte de la supervivencia.
Con tono pedagógico, que devela su relación con el magisterio desde hace años, Verdecia le da el pecho a toda clase de conflictos sin ofuscaciones visibles en el discurso, aunque lo conozco y sé que se ofusca cuando la realidad le parece un disparate o cuando algo no le satisface del todo. En su perfil, sin embargo, no se cansa de conversar.
“Las personas tienen necesidad de que se les escuche”, dice, y agrega que la actividad en las redes sociales a un escritor como él “confiere un sentido de utilidad”, a la vez que le hace sentir que ejerce influencia sobre las personas, al tiempo que estas influyen sobre él. “Creo que uno de los aspectos que más interesan al escritor, después de la creación de su obra, es su difusión y el diálogo que pudiera entablar con los lectores”, acota.
Sus respuestas no fueron publicadas al momento de recibirlas porque justo en esos días el poeta Alex Fleites lo entrevistó aquí en su columna. Después vino una inesperada dolencia que mantuvo al escritor alejado de las redes, y sus amigos y seguidores permanecimos en vilo durante los días del ingreso hasta que por fin se recuperó y aquello no pasó a ser más que otro episodio en su vida.
Me alegré como todos de su mejoría, y se lo hice saber a su hijo. Los conozco desde hace muchos años; a su familia y a los resultados de su obra y actividades como la traducción o la promoción literaria. Tengo libros suyos con generosas dedicatorias y he heredado algunas rarezas como ese Srta Corazones solitarios, de Nathanael West, impreso por Ediciones R en 1963 que un día puso en mis manos.
Nacido en Marcané, Cueto, en 1953, Verdecia es uno de los más fervientes difusores de la literatura en la Isla y en la ciudad donde vive y mantiene el Café Literario de los jueves, en la sede de la UNEAC, sitio donde tradicionalmente se leen textos —inéditos o publicados—, y se intercambia sobre temas diversos que conciernen a la creación y a la existencia.
Más de cinco años hace que no nos topamos, pero recuerdo con afecto a este escritor, que leo y sigo en las redes. Aquí, nuestro intercambio de preguntas y respuestas por correo electrónico.
Desde hace un tiempo, Manuel, Facebook se ha convertido en el espacio donde más frecuentemente, dada la pandemia, vierte conocimientos e ideas respecto a los problemas que le acosan, ¿por qué?, ¿qué esperaba y qué ha recibido de esta actividad en las redes?
He acudido a Facebook básicamente porque es un espacio muy seguido por una numerosa diversidad de interlocutores. Creo que uno de los aspectos que más interesan al escritor, después de la creación de su obra, es su difusión y el diálogo que pudiera entablar con los lectores. Hay escritores e intelectuales que rechazan las redes y los nuevos formatos digitales. No pienso así. Creo que el texto digital no sustituye ni limita el impreso. Simplemente lo complementa. Muchos lectores me han conocido por Facebook y luego han ido a buscar mis libros. Lo importante no es en qué formato se publica o se lee, sino que se publique y se lea. Son dos actividades de la humanidad inteligente principales para alcanzar nuevas perspectivas de realización personal. Lo que esperaba (nunca me planteo superobjetivos, trato de ser lo más humilde y sensato posible) es lo que he obtenido: una comunicación dinámica con gente que me lee y, sobre todo, algo que es muy enriquecedor, una reacción pronta al texto. Esto no pasa con el libro de papel, donde no tienes una retroalimentación inmediata y a veces nunca tienes alguna. Por supuesto no todos los que te leen lo hacen con la misma sensibilidad e inteligencia. No me preocupa eso. Distingo entre criterios emotivos y criterios inteligentes. Como en todo, cojo lo que me parece productivo y dejo pasar lo demás. Algunos dicen que en las redes se escribe mucha tontería. Pero esto pasa en la vida común e igual, se imprimen muchos libros que no aportan nada esencial al desenvolvimiento humano. En todas partes hay lectores más o menos hábiles, más o menos sensibles. Repito, lo veo como una complementación y una posibilidad dinámica de ejercitar el pensamiento crítico.
Usted que es un escritor (no de otra época) sino formado en años donde para plantear problemas había que esperar aquello de “el lugar y el momento oportuno”, ¿qué beneficios ha encontrado en la red?
Creo que en parte he mencionado los beneficios. En primer lugar, el número de lectores que acceden a lo que uno siente y piensa es mucho mayor. Esto no siempre se logra con el libro, porque depende de un proceso más lento, ya que es más costoso y porque no siempre se difunde y distribuye adecuadamente. Considero que da un enorme regocijo ver cómo crece el número de personas que buscan lo que escribes y de algún modo responden a tu texto. Nos confiere un sentido de utilidad, estás ejerciendo determinada influencia sobre las personas. Y ellas en ti, por supuesto. Incluso cuando es para discrepar, esa persona tuvo que leerte y dialogar contigo. Y, cuando la discrepancia es perspicaz e informada, pues aprendemos. Otro aspecto es la inmediatez. Ocurre algo y rápidamente expones tus ideas sobre el asunto. Un libro tendría que pasar por un largo proceso de elaboración, edición, impresión y venta. Los asuntos candentes se analizan más fácilmente a través de este medio. El libro serviría para hacer otros análisis dirigidos a buscar elementos de permanencia y de trascendencia en el tiempo. Lo cual no quiere decir que un escrito que expongas a seguidas de un hecho no pueda llevar juicios consistentes que tengan perdurabilidad. El tercer elemento beneficioso es el intercambio que estableces con los lectores. Es muy enriquecedor saber qué piensan, cómo ven los otros, aquello que tú crees, razonas o sientes. Te repito, no todas las reacciones son enriquecedoras y, a veces, te encuentras alguno que emplea modos groseros y hasta ofensivos para disentir. Pero esto no es connatural de los medios electrónicos, sino propio de la desigual naturaleza humana. Yo atiendo lo que me parece enriquecedor y le dejo lo otro al olvido.
¿Qué enseñanza le ha dejado este accionar en redes sociales, y cómo ha sido su relación con los cubanos que participan de ella?
Pienso que la principal enseñanza que me ha dejado esta participación en los medios electrónicos es que uno no es el ombligo del mundo. Tú estás en tu mundo, concibes tu texto, lo crees magnífico y se te aparece alguien y te aporta una perspectiva en que no pensaste. Empiezas a razonar con más detenimiento y con mayor amplitud dialéctica. La vida es diversa, la verdad es una construcción entre muchos que quieren llegar a un conocimiento útil. Esto hace que también te empieces a analizar, no como el mago de la tribu que tiene todas las claves por la que los demás esperan, sino como uno que puede intercambiar datos con otros y salir mejor equipado. Para la persona sensible y de mente amplia es un ejercicio de humildad, de diálogo permanente y de información constante. En cuanto a los cubanos con que interactúo, pues por lo general son como todos, unos te hacen observaciones valiosas, otros no tanto. Claro, sobre todo en los temas específicos de Cuba, se dan más posibilidades de reacciones encontradas. Los cubanos son muy apasionados y poco dúctiles a tolerar diferencias de opinión. No nos educaron en el ejercicio de la crítica. A veces la gente lo toma como un campeonato, a ver quién dice la última palabra. No quedarse dado, como dicen los muchachos en la escuela. Yo, cuando el asunto se vuelve retórico o de preponderancia personal, pues salgo del ruedo. No me gusta perder tiempo.
¿Cree que se ha ganado en diálogo o las voces cada vez se radicalizan más?
De modo general, pienso que las redes han ayudado a promover el diálogo. No hemos avanzado todo lo que uno quisiera, pero hay ya muchas personas que participan con una mirada positiva, constructiva, aportadora. No se puede desarrollar una actitud humana si no tienes oportunidad de ejercerla. Hemos estado por mucho tiempo confinados a espacios (una asamblea, un aula, un congreso) donde la participación está prefabricada y no se miran bien las actitudes disonantes. Sin embargo este ámbito digital, donde la fuerza impositiva de la presencia física no está, ayuda a que las personas sean más directas y francas. Y poco a poco la actitud que se ha ido gestando en los medios electrónicos va convirtiéndose en conducta cotidiana y la gente aprende a criticar y discrepar. Inclusive los medios tradicionales han tenido que cambiar su dinámica pues lo que no digan ellos lo dirán los propios actores por las redes. Es un incentivo muy valioso para la transformación de esos medios, por muy tímidos y escasos que sean los cambios, ya no puede ser igual su predominio. Por supuesto que las crisis tienden a radicalizar posturas, y las hay, de todos los lados. Mucha gente pide sangre, muchas reacciones son pasionales. Pero creo que en el hecho de que haya un medio por donde todo el que pueda y quiera logre expresarse con absoluta claridad, es ya una ganancia y que gradualmente irá conformando una actitud más comprensiva y tolerante para el ejercicio crítico de todos.
Respecto a otro tema, ¿en qué condiciones afrontó la pandemia? , ¿qué proyectos profesionales lo ocupaban?
La pandemia ha descolocado todo. A pesar de las advertencias de muchos científicos e intelectuales el mundo no se preparó para una agresión de esta naturaleza, tan velozmente letal. Cuba no es una excepción en esto. La pandemia ha reducido las posibilidades de encuentro y participación en la acción cultural, sin soslayar las vidas de creadores importantes que se han perdido. Nos hemos tenido que dedicar a aislarnos, algo que nunca fue bueno para un elemento tan interactivo como la cultura. Por supuesto esta epidemia laceró lo social y lo económico. Un país pobre como Cuba ha visto muy limitado su acceso a ingresos necesarios. Hay que establecer prioridades y, entre un medicamento para salvar vidas y un libro, pues no hay que decir cuál prevalece. Como la mayoría de la gente cuerda mi proyecto principal ha sido cuidarme y cuidar a mi familia. No son pocos los trabajos para sobrevivir en una situación epidémica así en un país con muchas precariedades acumuladas. Es una rompedura de cabeza calcular la supervivencia. Hallar las formas de sustentarte consume mucha energía y esfuerzo. Créeme, no he tenido mucho tiempo para hacer grandes planes creativos. He tomado notas y pergeñado algo, pero por lo general estoy muy absorto, muy deprimido, muy enojado con la situación para tener la paz mental y el ánimo para escribir. Me he volcado más hacia la traducción porque es más reelaboración que invención, pero además porque es la vía que tengo para mantener a mi familia. No creo que en circunstancias calamitosas cuando nadie puede avizorar el momento o la forma en que saldremos de ellas sea muy fácil hacer planes. Se vive el día a día. Y en esto, como muchos otros, mi plan es sobrevivir.
¿Cómo es la vida de Manuel García Verdecía hoy, ¿volvió a los café de la Uneac, donde algunos pasamos tardes inolvidables?
El Café Literario que organizo y conduzco desde hace diecisiete años en la sede de la UNEAC ha sido una de las tantas víctimas de la COVID. Al principio lo seguimos haciendo tomando medidas de distanciamiento e higiene, pero al arreciar el número de contagios tuvimos que suspenderlo. No sabes cuánta gente me llama y me escribe recordando momentos del Café y añorando su vuelta. Es que el Café se convirtió en un espacio de desarrollo espiritual. Con el tiempo las personas que acudían a él se hicieron amigos, se volvieron como una familia. La literatura por supuesto ha sido el centro, pero, como diría Lezama, un centro irradiante que nos servía para tratar con espontaneidad y libertad los más diversos asuntos. Las personas tienen necesidad de que se les escuche. Los asiduos sabían que tenían un espacio donde se les escuchaba y donde el que tenía algo que decir lo decía y al final nos íbamos más ligeros de tensiones y más plenos de esperanzas. Como todo lo que está en el futuro, no sé si volverá a realizarse. Ojalá que se pueda seguir haciendo. Creo que estos días de epidemia y de coyuntura socioeconómica compleja han dejado muchas experiencias humanas que pueden acrecentar la utilidad del Café Literario.
¿Alguna lectura que nos recomiende?
En momentos como los que atravesamos uno se empieza a hacer una serie de preguntas sobre la vida y los seres humanos que son fundamentales. Uno quiere entender mejor por qué las cosas suceden como suceden y por qué las personas actúan como actúan en estas condiciones. Y por supuesto tratas de hallar respuestas. La propia interacción con otras personas por las redes acentúan la necesidad de tener una visión más informada y sensata para poder sobrevivir al caos. Entonces hay que leer, sobre todo, porque no es momento de perder tiempo pues debemos salvarnos, releer autores y libros que pueden ayudarnos en este afán de entender con mayor fundamento. Personalmente llevo varios libros a la vez, y en el tiempo que me dejan mis tareas de sobrevivencia, pues voy hacia ellos como la abeja a la flor. Mucha poesía: Martí, Pessoa, Borges, Paz, Neruda… También, autores que han discernido sobre la condición humana. Así me he releído los libros de Víktor Frankl, un hombre que sobrevivió a los campos de concentración y nos puede enseñar mucho sobre el sufrimiento, el abuso, la relación represor-reprimido, sobre todo su obra El hombre en busca de sentido. También las obras de Erich Fromm que están en semejante dirección como ¿Podrá sobrevivir el hombre? y El miedo a la libertad. Por concomitancia con el contexto, también las novelas del rumano Norman Manea, Felicidad obligatoria y Payasos: el dictador y el artista. Por último una novela que tiene que ver con los campos de concentración y el apresamiento de Adolf Eichmann, La madriguera, del uruguayo Mario Fornaro, una narración muy hábil y sugerente.