El teatro, como soporte en un andamiaje que intenta darle forma a la sociedad, se dice “situación dramática; los políticos se entrenan con profesores de actuación. Se ensayan y se representan los discursos, los ‛gestos’; se construyen personajes en las redes sociales”, escribe Nara Mansur en el prólogo de A pie de obra: documentos y f(r)icciones: teatros cubanos in-documenta-2, libro del cual es editora y curadora.
Fue recientemente publicado en formato digital por Poliedro Editorial, de la Universidad de San Isidro, Argentina, aunque en verdad los textos que componen este conjunto fueron pensados como una revista circulante en el marco de Documenta 2022, exposición colectiva celebrada entre junio y septiembre del pasado año en Kassel, Alemania.
La idea de la revista que dio origen al libro parte de las convocatorias del grupo indonesio Ruangrupa y el Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR), y, en principio, los textos complementarían la Muestra de Teatro dentro del armado artístico de Documenta, para la cual Ruagrupa había dado un pie o tema creativo: el “lumbug”. El término, se nos explica en este libro, designa a un granero de arroz administrado colectivamente y donde la cosecha recogida se almacena para el bien de la comunidad.
La revista no llegó a Documenta. Como fue “cancelada” —así lo explica Mansur en el prólogo del libro— quiso ella que su trabajo no quedara en la nada y organizó este texto. Está segura de que el “teatro integra las formas en las que se lee y se entiende la ficción, el documento, las tensiones entre verdad y verosimilitud, de cierto código de creencia en el otro como construcción o pacto social o política de la belleza y la ofrenda”. Por eso, ya que había invitado a un grupo de jóvenes dramaturgos a pensar para Documenta situaciones asociadas a la idea en el contexto cubano, incluye aquí la obra colectiva resultado de su participación.
Otro texto del libro, este escrito por el dramaturgo y cineasta Fabián Suarez, nos explica cómo Mansur y Eliseo Altunaga se comunicaron con él para coordinar el trabajo, que sería al final de las jornadas una obra con el título: Dime (pregunto acaso). Fue posible por el talento de cinco dramaturgos, que fueron desplegando la idea central a partir de otro concepto: el trabajo-recuerdo-símbolo de una “microbrigada”, organización constructiva que surge aquí como leitmotiv.
La obra fue iniciada por el propio Suárez, pero para que estuviera completa se necesitó la participación de Alessandra Santiesteban, Yunior García, Laura Liz Gil Echenique y Yerandy Fleites: “cinco voces en busca de un decir; cada autor entendiendo, respetando y asumiendo la escritura de su antecesor”. Cada uno de ellos es autor de los siguientes actos: “Moscas”, “Aburrimiento”, “Girón”, “Contagio” y “Veinte metros”.
En cada uno de esos actos se va contando un momento en la vida de una familia cuyos miembros, personajes, van siendo empantanados por la vida cotidiana de una Cuba dramáticamente sostenida con circunstancias que dan pie a toda clase de analogías; así que encontraremos símbolos como en de la “ballesta” de Guillermo Tell o el de la “guillotina” de la revolución francesa, abordada bien, como recordamos, en la obra de Alejo Carpentier.
Los personajes mencionan términos recurrentes en la vida del cubano en estos últimos años de radicalizaciones ideológicas; aunque quizá muchos de ellos nos acompañen desde que empezamos a tomar conciencia como nación: “comida”, “salud”, “manos”, “construir”, “fábrica”,“internet”, “repudio”, “garrotes”, “noches”, “sueños”…
Mansur presenta este trabajo como “un mural a la manera cubana”: “Una isla, muchas islas. Islas de un mural. Viaje, exilios, nomadismos, territorios, abandonos, fijeza. Materiales para un teatro posible. Visiones de las Cubas posibles y sus teatros. Las diásporas en su posibilidad de reconocimiento y disensión. Separaciones y pertenencias. Vasos comunicantes, mixturas, cruces”…
La curaduría, el hilo que ensarta todas estas hojas, insiste en “lo político que el teatro ha sido”, aunque, al hilvanar, advierte “no tener nostalgia”. Lo reitera Mansur cuando conversamos de este asunto. “No tengo nostalgia por ningún teatro”, apunta: “convivo con un montón de gente talentosa y me parece interesantísimo lo que hacen. Hay una investigación historiográfica, pero hay un montón de cosas que están siendo planteadas por la gente que ahora mismo está haciendo teatro en Cuba.”
El libro también reúne ensayos de investigadores como Rosa Ileana Boudet, Magaly Mugercia, Habey Hechavarría, Lillian Manzor y José Antonio Alegría, quienes analizan tópicos que van desde las peculiaridades del teatro Escambray hasta aspectos determinantes en el teatro cubano contenidos en la Electra…, de Piñera. Está ilustrado con imágenes de diseños de vestuario de Celia Ledón, cuyas imágenes realizan su propio recorrido en medio de esta propuesta textual- teatral, desplegada al fin por un grupo que pertenece mayoritariamente a la diáspora cubana.
“Hemos apostado al estatuto literario del teatro —el texto— y a pensar el teatro como una operación conceptual, como aventura del conocimiento, como subversión de los poderes que muchas veces no localizamos o ubicamos unívocamente”, escribe Mansur en una de sus presentaciones-avisos al lector.
También como compiladora, Nara Mansur trabaja por estos tiempos en una antología de siete poetas cubanas (entre las que se encuentra). Algunas radican en la isla y otras forman parte de esa diáspora a la que pertenece ella misma. Se trata de Jamila Medina, Legna Rodríguez, Reina María Rodríguez, Martha Luisa Hernández Cadenas, Soleida Ríos y Damaris Calderón. Lo aborda como una especie de “taller nómade” impulsado por “contemporáneas que están aportando una impronta innovadora”, según sus palabras.
Nara Mansur, quien en 2011 obtuvo en La Habana el Premio de Poesía Nicolás Guillén, con Manualidades, se define como “una persona con formación teatral”, “del teatro”, mundo desde donde genera y produce hasta transformarse en una escritora “hibrida”. Este año Mansur estuvo varias semanas en La Habana, y me cuenta no haber visto un cambio muy grande de lo que define como “el siglo 21 teatral”, donde destaca el trabajo de Agnieska Hernández, que es directora y dramaturga. Para cerrar, asegura: “Como dramaturga y como investigadora quiero abordar y traer el universo de la mujer, visto por una mujer, y quiero cuestionarlo”.