Un escritor, profesor universitario, traductor de los mejores en Cuba, suele compartir en Facebook reflexiones sobre su realidad, la conducta cívica que lo mantiene en pie, la poesía y la literatura.
Como la de muchos, su forma de evadir la severa carestía es alentando su yo virtual. Mientras el hombre de carne y huesos huye de la oscuridad de los apagones o resiste la tensión de una interminable cola, sus estoicas reflexiones lo alimentan a él y a quienes lo siguen, algunos lejos, desconocidos, pero amigados por los sentimientos y la retroalimentación de ideas.
Sin embargo, desde el pasado 30 de mayo, el escritor —o ese alter ego que producen las redes— parece condenado a la muerte, y si no fuera tanto, por lo menos, se ha visto determinado por la contención y el ascetismo virtual.
En tono de melancolía escribió el poeta: “Que la vida nos haga todo más fácil”. Parecían palabras de despedida.
Leí su post poco después de los impopulares anuncios hechos por la Empresa de Telecomunicaciones (Etecsa), cuyo eslogan, si mal no recuerdo, era “en línea con el mundo”. ¿Qué líneas? ¿Qué mundo?, me pregunto con el recuerdo de un poema de Rafael Alberti.
En principio, la empresa impuso una tarifa de 360 CUP por 6 GB racionados mensualmente; y a quienes necesiten superar esa oferta, ofreció paquetes adicionales cuyos precios oscilan entre 3360 CUP por 3 GB (el monto duplica lo que puede ganar un jubilado) o 11 760 CUP por 15 GB.
Después, ante el creciente rechazo del anuncio, la empresa hizo ligeras concesiones, esencialmente relacionadas con demandas estudiantiles. Pero, incluso los estudiantes universitarios, que han sido los que hasta ahora han criticado valientemente las medidas y sus formas, apuntan que, además de ser injustas, la rectificación de Etecsa resulta insuficiente.
Desde la Universidad Tecnológica de La Habana José Antonio Echeverría, CUJAE, según se leyó en su canal en Telegram, advertían que “beneficiar solo a estudiantes universitarios excluye a docentes, investigadores, trabajadores de la salud y parte importante del pueblo, además que crea desigualdades inadmisibles en un sistema socialista”.
También hablaron en la Universidad de La Habana y el Instituto de Diseño Industrial (ISDI), desde donde expresaron que la empresa por lo menos debería reconocer públicamente “el error cometido en la exclusión del pueblo en la toma de decisiones y en el proceso de creación de las medidas”.
Junto a ello, los del ISDI ofrecen un dato técnico: los estudiantes del instituto necesitan un promedio aproximado de 30 GB mensuales debido al uso de softwares que exigen la conexión en tiempo real y la descarga de archivos pesados.
Pero, en lo que van y vienen las noticias, en lo que sube o baja el tono de la protesta, la despedida del escritor y profesor universitario ya está anunciada. Más que despedida, lo veo como otra medida de supervivencia en una vida que ya suele estar determina por el racionamiento. Ahora, debe procurarse otra necesidad básica: conservar sus recursos digitales es garantizarse la comunicación con la familia que vive lejos. Porque para él, como para muchos, las nuevas tarifas podrían representar una doble separación familiar. Si con un teléfono, conexión y aplicaciones como WhatsApp se tiene la impresión de mantenerse junto a la gente que quiere uno, de seguir cerca de los lugares que representan algo para nuestra sensibilidad, ahora los usuarios de Etecsa habrán de experimentar también otro corte por esta vía.
Además de la comunicación personal, está el hecho de la necesidad de mantenerse atento a cierta información en un país donde los medios siguen siendo arcaicos, el periodismo minusválido y, como se sabe, las colas han mutado a Telegram y WhatsApp, canales que en los últimos tiempos han fungido como útiles trillos para aligerarse el peso de la cotidianidad.
Por eso, otro poeta, Alex Fleites, afirma también desde Facebook que “es humillante” justificar por qué cada grupo social necesita tanta cantidad de datos para hacer lo suyo. “La información es un derecho”, ha escrito, mientras que Rafael Grillo, otro escritor, ante la necesidad que parecen tener los funcionarios o empresarios de siempre “aclararle las dudas a la población”, se preguntaba: “¿Por qué siempre lo que quieren es aclararme dudas como si yo viviera confundido?”.
Respecto a la decisión de retirarse de las redes, el traductor y poeta al que me refería al principio añadía en su publicación en Facebook: “No me puedo dar ese ‛lujo’ que es la comunicación”. Los pocos datos que podrá adquirir, pagándoselo con el dinero que se gana en actividades intelectuales, más el de su retiro, los dedicará a comunicarse con su hijo y sus nietos en el exterior.
Lo mismo le sucede a mi padre, a mi suegra y a cualquier otro pariente o amigo. Para estar al tanto de la vida de quienes estamos en este lado del mar y del tiempo, los cubanos tendrán otra vez que racionar sus recursos y acaso otra vez conformarse.
Una cosa es que la empresa esté casi en la quiebra, como sugiere su presidenta ejecutiva, y otra es que quiera solventar sus finanzas desangrando a los clientes; y, sobre todo, extorsionando a los que dependen de sus servicios como única opción para comunicarse con la familia, que se ha visto obligada a emigrar para evitar la quiebra propia.
Por lo pronto, si no faltan los que bailan al son del apagón, no son pocos quienes se plantan éticamente ante el tarifazo, y este resulta no solo la expresión de la precaria economía de una empresa, sino, por el conjunto de razones que sean, la evidencia del propio descalabro de un sistema de Gobierno. Yo, en tanto, sigo recordando el poema de Alberti donde se reitera aquella pregunta: “¿qué quiere el general?, ¿qué quiere el general?”.