Para pocos escritores el precio de la libertad ha sido tan perturbador como para el británico-estadounidense de origen indio Salman Rushdie, hombre de vida normal a fines de los 70 y principio de los 80, cuando a sus treinta y tantos años se anunciaban ya como un creador brillante.
Comenzó la década con la publicación de un libro, Hijos de Medianoche (Midnight’s Children, 1980), el cual le valió comparaciones con Günter Grass y Gabriel García Márquez por su tratamiento del realismo mágico.
La novela, que fue su segundo libro, lo hizo ganador del Premio Booker, consolidando una carrera que siguió con títulos como Vergüenza (Shame, 1983) y La sonrisa del jaguar (The Jaguar Smile: A Nicaraguan Journey). La inspiración de esta fue la exótica vida de Hope Portocarrero, exesposa de Anastasio Somoza, quien casualmente fue vecina del escritor.
Sin embargo, en septiembre de 1988 la llegada a librerías de su siguiente novela, Los versos satánicos, propició una serie de acontecimientos que trastocaron su existencia de manera radical. Los argumentos del libro, la liberación con la cual había dado forma a sus personajes, hizo que muchos terminaran considerándolo “blasfemo” e “irreverente” con Mahoma y el islam.
“¿Es posible que la maldad nunca sea total, que su triunfo, por arrollador que parezca, nunca sea absoluto?”
“El Ángel Azeaeel” Los versos satánicos
La interpretación produjo quemas de libros, protestas masivas en distintas ciudades del planeta en las cuales, a veces, se acababa con muertos y heridos; hubo ataques a la editorial, atentados a los que estuvieron involucrados en el libro y la situación llegó al extremo de la proclamación de una fetua, con lo cual se le “sentenciaba a muerte”; a él y a todos los responsables del texto.
El dictamen fue emitido desde Teherán por el ayatola Joumeni y produjo incluso rupturas diplomáticas entre Irán y el Reino Unido, divisiones en sitios neurálgicos como la academia sueca y el vaticano. Sobre todo, dio inicio a una pesadilla que no ha terminado para el escritor, aunque estuvo cerca de la muerte el pasado agosto, cuando intentaron asesinarlo.
En la cabeza de alguien resonaba el mensaje de la fetua. Un joven de origen libanés llamado Hadi Matar se levantó de su asiento con una idea en su mente: la venganza.
Rushdie disertaría sobre libertad y escritura. Lo acompañaba su amigo Henry Reese, creador de una asociación humanitaria bajo el nombre de “Ciudad de asilo” para escritores exiliados o perseguidos. Se encontraban en la Institución Chautaqua, de Nueva York.
Hadi Matar se abalanzó contra ambos hombres con un cuchillo y estuvo a punto de darle un nefasto final a esta historia. Por el ataque, Reese resultó herido. Las puñaladas fueron graves para Ruhsdie, a quien tuvieron que sacar inmediatamente del lugar en helicóptero. Sin embargo, sobrevivió con un internamiento de meses.
Si algo tuvo el hecho a favor del escritor es que las ventas de sus libros se dispararon. Lo malo, lo triste y nefasto, es que Rushdie aún debe asistir a sesiones de terapia para acercarse a la persona que fue hasta aquel día: tiene terribles pesadillas, está ciego de un ojo, no cuenta con la destreza de antes para escribir.
“Considerando lo que ocurrió, no estoy tan mal”, dijo al escritor y periodista David Ramnik, quien ha publicado esta semana una amplia crónica en las páginas del The New Yorker.
Rushdie había vivido durante largos años bajo la protección de la Policía Metropolitana de Londres. La posibilidad real de que su vida acabara en manos de algún fanático era como un buitre siempre al acecho, y aquel temor no solo concernía al ámbito de su consciencia.
Tenía la facultad de irradiar zozobra o, por lo menos, cierta ansiedad. Muchos de quienes se encontraban cerca no se limitaban para decirlo. En serio o en broma podían referirse a este punto, tal como lo cuenta Ramnik en su texto. Las mujeres, sus amigos. El Miedo.
Una de esas veces, estando Rushdie en un restaurante neoyorquino, al encontrárselo un pintor amigo, Eric Fischl, este hizo el comentario cáustico de si no deberían estar temerosos de verlo en aquel lugar y que si acaso lo más conveniente no era salir todos del sitio. Rushdie le respondió: “Yo estoy cenando, puedes hacer lo que quieras”.
“Las grandes heridas se sanaron, esencialmente”, dijo el escritor. “Tengo sensibilidad en mi dedo pulgar y el índice y en la parte inferior de la palma. Estoy haciendo mucha terapia de manos. Y me dicen que voy bastante bien”.
This photo seems to have vanished from my tweets. Here it is again, just for the record. pic.twitter.com/nqt34gIuRW
— Salman Rushdie (@SalmanRushdie) February 7, 2023
Se trata de la primera entrevista, crónica, aparición pública del escritor después de aquel intento de acallarlo de la peor manera: por aniquilamiento físico; aunque, a fin de cuentas, su obra ya está escrita e inscrita en la memoria.
Rushdie ha perdido más de 18 kilos y lee principalmente con un iPad para ajustar el brillo y el tamaño de las letras. En sus redes puede verse, porque ha hecho rodar una foto a propósito de un nuevo libro: Victory City.
Parece que la imagen donde se le ve con el ojo derecho cubierto con un cristal oscuro desapareció de su cuenta en Twitter en un hecho que no sería más que otro atentado contra su persona. A veces lo insultan y él responde con humor. En cuando a la fotografía, ha tenido que restablecerla.
El combate de la imagen contra la realidad. “Aquí está de nuevo”, escribió este hombre de 75 años sobre la foto suya que ahora le da la vuelta al mundo como señal de supervivencia: “para que conste”.