No es el estribillo de una canción popular, ni la frase emocionada del cantante, aunque nos venga a la cabeza eso; corresponde a la concepción estética de un fotógrafo que apenas estoy descubriendo y del que me ha resultado grato encontrar algunas imágenes relacionadas con Cuba.
Su nombre es Ed Van Elsken y nació en 1925, en Ámsterdam. Captar la esencia de la gente común, e incluso aprehender lo corriente de ciertas figuras trascendentes en escenas casi siempre determinadas por una insinuación a lo sexual, parece su virtud.
Las fotos suyas hechas en La Habana resultan reveladoras. En una de ellas dos chicas parecen sorprendidas al descubrirse fotografiadas mientras realizan una llamada desde un teléfono local. La otra es una escena netamente urbana: la parada del ómnibus, transeúntes que van y vienen, y, en primer plano, un muchacho de verde olivo recostado con un codo a la pared se limpia las muelas quizá con una uña.
Fueron estas dos imágenes la razón para que quisiera averiguar algo de ese viaje suyo. Supe al fin que había sucedido en 1967 y la curiosidad se hizo mayor. Me interesa saber detalles de la ciudad que había visto entonces, quiero conocer las cosas que más le impresionaron.
Van Elsken viajó a la Isla para cumplir un encargo de la revista Avenue. O tal vez el viaje le sirviera para iniciar en dicha publicación una serie de colaboraciones que se hicieron más frecuentes. Sea como sea, en diciembre de ese año, cuando todavía no había contraofensiva y sí estaba fresco el entusiasmo en Cuba por el Salón de Mayo, que en verdad fue en junio, dicha revista publicó su fotorreportaje, el testimonio de su vista.
El famoso mural “Cuba Colectiva” puede verse en una de las imágenes junto a lo que parece la escena de una obra de teatro en la que descubro (y todo puede que no sea más que pura intuición) elementos pictóricos propios de Antonia Eiriz. ¿Qué obra podría ser?, ¿quién su director?, ¿en qué teatro se pasaba?
Como podría esperarse no falta el tema fundamental de esos años: las concentraciones revolucionarias, Fidel Castro en la tribuna, los hombres de verde olivo en las calles, las consignas y la gente que siempre ha convivido con todo el aluvión militar y propagandístico, formando parte de él o coexistiendo paralelamente como parece hacerlo la mujer que, en un taburete y desde la penumbra de una esquina, mira a la cámara bajo un cartel que está justo bajo la figura de una rumbera: debe haber carnaval o algún tipo de fiesta porque hay movimiento de cerveza al fondo.
El ojo del artista capta en todo momento escenas que le parecen trascendentes; incluso, logra que uno ante una realidad ordinaria experimente asociaciones. Pasea las calles donde siempre se ven soldados, de modo que reitera escenas como esta: un guardia, un muchacho que debía estar pasando el servicio militar ríe junto a una mulata que también ríe mientras una mano suya cae en el pecho del militar.
Se dice que la pasión de Ed Van Elsken era captar a la gente común, a ese tipo de persona casi marginal que se encuentra uno en cualquier parte. En ellos puso su mirada en cada una de las ciudades que visitó, de París a Tokio, pasando por La Habana y lugares de África o Asia. Así dejó testimonio de la postguerra, de la revolución sexual, del auge del rock y la psicodelia, de la segregación racial y de lo que pasa mientras todo eso sucede hasta su muerte en 1990.
En estaciones de trenes, en pasos peatonales, en descampados y comercios al aire libre estaban sus modelos, esos que dicen llamaba él: “mi gente”. Siguiendo este patrón observo las fotos cubanas que publicó la revista Avenue. Puedo compartir algunas gracias a un blog dedicado a libros, fotolibros y fotógrafos.
La portada del número de Avenue donde aparecen los trabajos de Van der Elsken, también cineasta y ganador en 1971 del Premio Nacional de Cine de los Países Bajos, tiene un dibujo muy sugerente: Castro, mitad elefante mitad tigre, aparece rodeado de cerdos. Los cerdos están detrás, son sus admiradores o la masa. Desconozco si para la cultura del fotógrafo, que es la de la revista, el cerdo tiene un significado especial. Solo me viene a la cabeza la novela de Orwell. No sé si se relaciona.
Esa portada anuncia de la misma manera un fragmento de lo que luego sería un libro del escritor holandés Harry Mulisch, quien también estuvo en La Habana y vivió estas cosas que vemos en las fotos. De ese documento no puedo hablar todavía ni una palabra porque no lo he leído.
Me quedo en las imágenes de Van Elsken; sobre todo en aquella Habana del año 67. Tantas cosas habían pasado y tantas estaban por venir que el más insignificante detalle en cada instantánea llega como la marea, en oleadas de sugerencias, de ideas, de opiniones sobre lo que fuimos y lo que somos, sobre lo que no fuimos ni somos o, mejor, sobre la gente que conforman esa masa y que aquí, al ser descubierta y alzada en la memoria de las multitudes por la cámara, tiene la cualidad de quedar como protagonista.