Leyendo un post la semana pasada sobre los 10 años de la muerte del escritor Humberto Arenal, quizá fuera de su hija, la actriz Jacqueline, recordé el día en que fui a entrevistarle. Arenal estuvo relacionado con el magazine Lunes de Revolución; no tanto por aportar cantidad de artículos como por su cercanía al grupo desde mucho antes de que el suplemento de Revolución existiera.
También se vinculó a proyectos como el programa de televisión que llegó a tener el magazine y desde donde impulsaban obras de teatro en cada edición semanal y nocturna. Se había ocupado de la puesta de muchas de esas obras y yo quería saber un poco de todo aquello.
Después de la entrevista que hicimos en diciembre de 2006, lo había estado esperando en la ciudad de Holguín, a donde estuvo a punto de hacer un viaje para la feria del libro de 2007. Hablaría de Virgilio Piñera; pero finalmente no viajó porque terminaron sacándole pasaje en ómnibus, con lo cual debía pasar 12 horas en las carretera y no era recomendable hacerlo debido a sus años y salud. Por ese motivo, no lo vi más.
Tenía desde entonces sus dos libros publicados en Ediciones R: La vuelta en redondo, nueve cuentos donde el mundo infantil y juvenil, la figura del padre y las relaciones familiares dominan como temática, y El tiempo ha descendido, otros tres cuentos de “ambientes” y recuerdos, entre ellos el más antologado creo es “El caballero Charles”. En la solapa de uno de estos libros hay una cita suya: “la imaginación es lo único que logra salvar al hombre del tedio y la mediocridad”.
Como muchos escritores cubanos, o cubanas y cubanos que no tienen por qué ser escritores, Arenal vivió años en Estados Unidos antes de regresar definitivamente a la Isla después del 59. En Nueva York pasó más de una década.
“Nueva York es una ciudad muy grande, muy contradictoria. Lo era antes, y ahora mucho más. Lo que se llama el gran Nueva York eran cinco condados. En cinco condados había 12 millones de habitantes. ¿Te imaginas?”. Eso me dijo.
Aquella tarde en que llegué a su departamento de Infanta y Manglar, Arenal acababa de terminar una novela, que era un poco la novela de su familia, según evocó entre una música instrumental salida probablemente de la radio y que yo escuchaba en lo que recuerdo como un recibidor donde podían verse algunas plantas.
“Es la novela de mi padre”, advirtió. Y me contó más: “Mi padre viene de una familia de medios económicos. Lo que pasa es que cuando llega a él un poco estaban agotados esos medios. Pero, mi tatarabuelo era suizo-francés, él y su familia. Eran campesinos que sembraron, tenía su pedacito de tierra en Suiza. Pasan a Estados Unidos, a Carolina del Norte, de ahí empiezan a levantarse”, dijo.
No puedo confirmarlo, dado que ni siquiera la he tenido en mis manos, pero al parecer esta sería su Occitania, novela que publicó Letras Cubanas en su colección Premio Nacional de Literatura, pues a los pocos meses de aquella conversación Humberto Arenal alcanzó con poco más de los 80 años el galardón. Un jurado que encabezaba Leonardo Acosta justificaba su decisión alegando “la riqueza y diversidad de su obra” y mucha gente aplaudió la decisión y aunque alguna otra escribió cuestionándola.
“Mi procedencia es pequeño burgués. Mi padre era un técnico de ferrocarril. Mi madre, una maestra de escuela primaria. A mí, nunca me faltó un par de zapatos, ni un plato de comida. Vivíamos aquí en Santos Suárez. Antes de ir a los Estados Unidos aprendí inglés. Por eso, me gané una beca para perfeccionar el idioma en Nueva York”.
En Nueva York empezó a relacionarse con otros cubanos que también colaborarían con el magazín: Oscar Hurtado, Antón Arrufat, Heberto Padilla, Pablo Armando Fernández. Muchos de ellos frecuentaban la librería Las Américas. Según recordó era propiedad de un italo-argentino llamado Gaetano Mazza, quien le había impreso su primera: El sol a plomo. Es una breve novela sobre el tema de la Revolución que puso en manos de Fidel Castro cuando este visitó la ciudad en el 59. Ese encuentro le costó su trabajo en Visión.
“Como me aburría hacer traducciones o trabajar en una oficina, estudié un curso de periodismo, una especie de seminario. Empecé a trabajar primero en un periódico, después en una revista. Además de esas labores para la revista Visión, en los Estados Unidos, y sobre todo en la ciudad, Arenal había iniciado sus acercamientos a las artes, aprendió teatro, cine… “Yo me sabía Nueva York de memoria y hablaba muy bien el inglés”.
También recordó el día en que le mostró la ciudad a Guillermo Cabrera Infante. “Yo también hacia crítica de cine. También hacía cuentos. Estaba comenzando una novela cuando conozco a Guillermo… en este país no ha habido mejor crítico de cine que él”, dijo: “Eso fue en el año 57, más o menos”. Cabrera Infante también lo recuerda en una novela, define a Arenal como un hombre de “timidez resabiosa”.
“Viajé Estados Unidos de norte a sur, de este a oeste, haciendo periodismo, dando algunas conferencias. Me desarrollé mucho en esos años”.
Humberto Arenal escribió teatro, narrativa y ensayo. Tiene un cuento que comienza: “era lo que en Estados Unidos llaman ‘a clean american boy’, lo que se podría traducir como ‘un buen muchacho’”.