Me detuve a observar la Ciudad Deportiva como tal vez pocas veces lo había hecho. Saqué mi cámara e hice unas pocas fotos, que como iba en ómnibus quedaron en movimiento: las banderas, el domo, todo el lugar. Pocos meses antes, esa infraestructura había cobijado un concierto, el último en La Habana de Pablo Milanés.
A las pocas horas, llegado a mi destino y revisando libros, tenía delante uno que conservo desde hace años. Es un material raro, para definirlo de alguna manera; pues se trata de un testimonio poco conocido entre los varios textos que muestran o valoran la obra de Milanés y en el cual el músico analiza críticamente su obra y su cotidianidad con una auténtica confianza.
“Prefiero las cosas cotidianas: las copas, cocinar para las visitas, el barrio, comentar el béisbol y el boxeo, conversar con mis amigos.”, decía el trovador, quien también hacía referencia a su nutrida familia, a sus hijos: “Mi manera de pensar no interfiere en la educación que reciben. Les inculco absoluta libertad en todos los temas. Nunca he sido paternalista o prepotente con ellos”.
En una de esas, el periodista le pregunta sobre lo que define “un comentario mal intencionado”. Pablo responde: “Yo no lo niego, sin duda podría llegar a ser un artista millonario, disponer de capital en cuentas bancarias, y rodearme de toda la opulencia mística que transforma al arte en una alternativa utilitaria de la vida. Pero entonces ya no sería Pablo Milanés”.
El libro parte de una o varias conversaciones del cantautor, fallecido el 22 de noviembre del año pasado, con Víctor Águila, quien fuera durante años su jefe de prensa. Fue dado a conocer en 1990 por la editorial española INGGRAPHIC y su título es Muy personal. Tiene poco más de 100 páginas y aun en los momentos en los que no he tenido el texto a la mano puedo recordar especialmente muchas de las fotografías incorporadas al final. Fueron tomadas por el cubano Rolando Córdoba.
En una de esas imágenes, Milanés, en otro de sus gestos característicos, ríe ante una niña que sube al escenario para ofrecerle un ramo de flores durante un concierto. En algún momento llegué a pensar que ese concierto pudo haber tenido lugar en la Ciudad Deportiva, pero la duda jamás fue por mí despejada.
Otra de las interrogantes no respondidas tiene que ver con un proyecto concebido por la televisión española gracias al cual, durante siete capítulos, Pablo contaría la historia musical de la tierra que lo vio nacer. Nunca he podido saber si existe ese material cuyo título sería: Pablo canta y cuenta la historia de la música cubana.
En Muy personal, el texto de Águila, el trovador nacido en 1943 habla de sus motivaciones, de su vida y de sus inicios profesionales, cuando alternaba la música con diversos oficios, previo a su emersión como intérprete; primero como parte de El Cuarteto del Rey, luego en Los Bucaneros o en la orquesta típica Sensación.
“Me atrapa el mundo del cabaret, los nigth clubs, la canción romántica en boga, las tendencias vocales del jazz de los 60 y por supuesto el feeling. Todo eso se resume en un primer gran momento que culmina en 1966”.
Le sigue el inicio del Movimiento de la Nueva Trova, cuyo origen conceptual marca en 1964 y señala a músicos como Martín Rojas y Eduardo Ramos. Pablo nos cuenta sobre la importancia que tuvieron en su desarrollo musical espacios como Casa de las Américas y el Icaic, institución donde nació el Grupo de Experimentación Sonora (GES), por el cual tuvieron sus integrantes una mayor formación técnica gracias al guitarrista Leo Brouwer.
De igual modo habla de su especial relación con España, país por el que sentía gratitud, pues fue por allí por donde primero comenzó la difusión de su obra: “Fue el pueblo español quien nos tributó primero su simpatía y reconocimiento, quien proyectó internacionalmente nuestra música”. En Madrid descansan hoy sus restos.
Águila describe con acierto a Milanés como “tierno y racional”, “observador reflexivo de la cotidianidad de su época” y recuerda cómo había sido la madre del trovador quien tomó la decisión de abandonar Bayamo para abrirle camino en La Habana.
Fue la determinación el impulso después de haber visto a “Pablito” desplegar sus potencialidades musicales en la interpretación de temas como un corrido mexicano popular en su infancia llamado “Juan Charrasqueado”. De ese modo, el propio Milanés afirma que había llegado a la música “obligado e inspirado” por su madre, Cachita Arias.
Con casi 50 años entonces, el creador repasa su obra y nombra algunas de sus canciones icónicas: el primer tema, “Tú, mi desengaño” o ese canto a la libertad de la mujer en su derecho a amar y sentir con la misma independencia que los hombres, “El breve espacio en que no estás”.
También menciona otras obras como “La vida no vale nada”, ese himno vital que “también es Pablo Milanés”; “Yolanda”, dedicada a quien fue su esposa entre 1960 y 1973; y composiciones menos conocidas entre el público para la fecha en que fue lanzado el libro, como es el caso de “Ya ves”, letra y melodía que escuchamos cuando Tomás Gutiérrez Alea la incorporó a la banda sonora de Fresa y chocolate, en 1994.
Pablo gustaba de componer en las madrugadas, porque era el horario en el cual estaba tranquilo, sin interrupciones. Por esos días en que el libro llegaba a las librerías (durante los cuales se desarrollaba, en paralelo, un proceso llamado “Rectificación de errores”) aún estaba entusiasmado con la realidad política de Cuba, por la Revolución y lo que de ella había devenido, una circunstancia que siempre observó con ojo crítico; no solo por lo que queda visible en su obra, sino por lo que hizo desde empresas que van desde un programa de televisión hasta aquella Fundación de notable importancia llamada PM.
“La libertad de creación es posible hasta el punto que un artista la exija y se la gane con trabajo. He sido y soy crítico con muchas cosas. También he sido criticado. Pero el resultado final es satisfactorio porque siempre me he sentido implicado, protagonista y, por lo tanto, con derecho a manifestar mis opiniones”.
Por esos años contaba también con alguien que era más que un amigo, porque existían entre los dos “tantas analogías que a veces me confunden”. Se habían conocido en 1967 gracias a Omara Portuondo y muchas veces se les miraba como la coincidencia milagrosa en un mismo momento de la historia musical de la isla. Silvio y Pablo, Pablo y Silvio. Decía Milanés: “A Silvio lo llevo dentro, es como mi propio espejo”.
En otra respuesta cuenta que no se sentía un feudo en la cultura cubana, que su lugar en ella no había sido impuesto por la fuerza: “Simplemente represento un punto de vista, una opción, una manera de hacer, una propuesta más”. Y, en otro momento, responde con sencillez: “Si yo tuviera que dar una definición de mi canto, yo diría que es un canto cotidiano”.