André Breton, al padre del surrealismo, estuvo encantado con saludar a los cubanos, especialmente porque acababan de protagonizar una gesta que, más que “patriótica”, prefería llamarle “emancipadora”. Carlos Franqui, el director del periódico Revolución por aquellos días le había visitado en París a fines de 1959 y Breton solo lamentaba que el intercambio hubiera sido tan “rápidamente interrumpido”.
Pero, al menos tuvo tiempo para informarse sobre la situación en la isla y de esa manera “confirmar la opinión y sentimientos que ya eran míos”. Y no es que Breton se desayunara temas de Cuba y los cubanos con aquel revolucionario de aspecto taciturno, entendía de nuestra cultura desde mucho antes debido a una antigua relación con otros intelectuales o artistas como Alejo Carpentier o Wifredo Lam.
De hecho, diecinueve años antes de esta visita, Lam y Breton formaron parte de los trescientos hombres y mujeres que a bordo del carguero Capitaine Paul Lemerle, realizaron una travesía de Marsella a Martinica, destino al que llegaron con la intención de alejarse del fascismo y tras la cual Breton conoció a Aimé Césaire y hubo de permanecer cinco años en Nueva York, ciudad en la que, como dijo al periodista André Parinaud: “contra toda expectativa también encontré la felicidad”.
Con ese y otros pasados a cuestas, en enero de 1960 el nombre y apellido suyo fueron impresos en el segundo renglón de cuantos firmaban en favor de una Cuba revolucionaria. Otros diez coterráneos suyos como Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir o Jean Cocteau adherían el Manifiesto de los Intelectuales Franceses en apoyo de la Revolución con el cual los cubanos hacían frente a otra de las campañas de la prensa norteamericana en desfavor del proceso.
Tanto el saludo de Breton como el Manifiesto fueron distribuidos dentro del suplemento Lunes de Revolución que abría muy combativo el año de 1960, doce meses por venir en los que sus colaboradores todavía habrían de mostrarse sumamente entusiasmado con la realidad que no se tornaba áspera para ellos.
Desde el mismo editorial donde explicaban cuánto les correspondió hacer en 1959 en materia de difusión cultural y política se referían a Breton como “una de las grandes voces de la cultura”. Pero, André Breton no era un desconocido para los lectores de Lunes. Nueve meses atrás el magazín se había hecho eco de una de esas aspiraciones bretonianas intrínsecamente relacionadas con los intelectuales y artistas que ya empezaban a padecer los dilemas de una revolución.
En apenas la tercera entrega, con traducción de Anita Silverio, el magazín reprodujo el Manifiesto por un Arte Independiente Revolucionario, la evidencia más clara del acuerdo al que Breton y Trotski había llegado respecto a las condiciones que, desde el punto de vista revolucionario, debían estar dadas en el arte y la poesía para que sin frustrarse participasen en la lucha emancipadora.
Ningún otro medio cubano, que sepa yo hasta la fecha, parece haberse entusiasmado tanto con esta iniciativa como lo estuvieron los jóvenes de Lunes. En la misma presentación del Manifiesto advertían que se trataba de un material que, aunque escrito veintiún años antes, mantenía su vigencia. ¿De qué iba y qué repercusiones podría haber tenido o, incluso, podría tener hoy?
El Manifiesto por un Arte Independiente Revolucionario considera que la humanidad, como en ningún otro momento, estaba amenazada por crecientes fuerzas reaccionarias cuyos medios de expansión habían ido corroyendo el arte y la función del artista hasta mostrarlo envilecido o transformado en lacayo de regímenes a los cuales no les había quedado otra excusa que plegarse.
Recordemos que en la Unión Soviética Stalin continuaba con sus estrategia de fulminar o por lo menos aislar en campos de concentración a sus enemigos políticos; el propio Trotski vivía su último exilio y estaba en la mira de los servicios secretos del Gran Capitán mientras que en Alemania, con otro signo pero iguales intenciones, Hitler se había nombrado Führer y entraba de manera triunfal en Viena.
La persecución, supresión o sometimiento de quien mantuviera algún tipo de aspiración libertaria, aun siendo esta solo en el plano de lo formal, era la estrategia común tanto de fascistas como estalinistas. Por eso, advertía el Manifiesto que, si rechazaban a la casta dirigente de la URSS era precisamente porque, a juicio de sus redactores, “no representaba al comunismo, sino a su más pérfido y peligroso enemigo”.
Pese a esta crítica abierta, del mismo modo advertían no solidarizarse con la consigna “ni fascismo ni comunismo”, pues tenían muy claro que “el verdadero arte, es decir, aquel que no se satisface con variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades interiores del hombre y de la humanidad actual, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque solo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan y permitir a la sociedad elevarse a las alturas que solo genios solitarios habían alcanzado en el pasado”.
El documento redactado por Breton, revisado por Trotski y que contó con la firma de Diego Rivera solo por una oportuna estrategia inicial, apunta de igual manera a los falsos intelectuales, a los hombres plegados al poder hasta convertirse en propagandistas de estéticas instituidas, tal como sucedió con el Realismo Socialista desde la creación del I Congreso de Escritores Soviéticos, una tendencia que se volvió obligatoria en 1948 después de la crítica oficial (por formalista y, según el decreto, antipopular) a la ópera La gran amistad, del compositor Vano Muradeli.
Incluso, el problema de la oficialización de estéticas alcanzó a todas las naciones vinculadas al campo socialista como pasó también en Cuba donde se produjeron grandes polémicas al respecto. Y no pretendía el Manifiesto evitar una influencia del estado en el plano artístico, pero como “la revolución comunista no teme al arte” “para la creación intelectual debe desde el principio mismo establecer y garantizar un régimen anarquista de libertad individual”.
La producción artística no estaba divorciada de la realidad social, eso lo sabían también los jóvenes intelectuales agrupados en Lunes así como los redactores del Manifiesto, pero tampoco tenía que verse el creador preso en el entramado que a costas de la sociedad le tendiera la burocracia. Por este motivo, Trotski y Breton habían convocado a “una oposición artística”, forma en la que se podía contribuir de manera útil al descrédito y a la ruina de los regímenes bajo los cuales se hundían arte y artistas, porque “el arte no puede someterse sin rebajarse”.
Todas estas ideas debían llevarse a la práctica mediante un movimiento llamado Federación Internacional del Arte Revolucionario Independiente (FIARI), muy pronto difuminado por discrepancias y por el comienzo mismo de la Segunda Guerra Mundial y su largo tiempo real o histórico.
La redacción del Manifiesto por un Arte Independiente Revolucionario se había concretado en el mes de julio de 1938, luego de meses de tantos, intercambios, excursiones y encuentros entre León Trotski y André Breton, poeta admirador del político ruso que había llegado a México junto a su esposa y disfrutaba la acogida de Diego Rivera y Frida Kahlo en su famosa Casa Azul.
En el documento definitivo se aprecian algunas variaciones con respecto al texto original presentado por Breton a Trosky. Pude advertirlo en el libro El encuentro de Breton y Trotski en México (Ediciones IPS, 2016). Uno de esos cambios parece bastante ilustrativo para el caso de los escritores y artistas cubanos en su relación con el poder.
A sugerencia de Trotski uno de los párrafos termina pidiendo “total libertad al arte”, oración que Breton había escrito de otra manera. En su propuesta inicial y a tono con el propio pensamiento expresado por el ucraniano en textos suyos anteriores puede leerse: “Total libertad en el arte, salvo contra la revolución proletaria”. Pero Trotski al parecer había cambiado, de ahí que sugiriera eliminar la condicionante.
Una disyuntiva parecida tomaría cuerpo en las reuniones sucedidas en la Biblioteca Nacional José Martí en el verano de 1961, cuando intelectuales de todas las tendencias conversaban con los máximos representantes del poder revolucionario sobre los temas de la libertad intelectual y artística en medio del proceso político que se vivía. Entonces, los de Lunes, tan trotskistas como Trotski aquella vez, abogaron por la total libertad del arte revolucionario. El encuentro, sin embargo, fue sellado con una frase de Fidel Castro de inesperado giro bretoniano: “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”.
la frase de fidel reafirma la total libertad del artista con su Revolución y no tiene nada que ver con Stalin y el realismo socialista
Se confrima una vez mas para Cuba del arte revolucionario, que al serlo no es idnependiente de la revoución pues esta en su esencia. creo que el autor debe reflexionar mejor sobre la frase que pone al final de Fidel que no tiene nada que ver con el titulo de su articulo