Víctor Mesa no es un genio. Tuvo que suplir a base de espectáculo su falta de dotes excepcionales. Con engarces pendiendo del abismo, es decir, a puro riesgo, logró disimular su brazo mediocre, y no era tan rápido en las bases como astuto. Distraía más de lo que impresionaba.
Si el beisbol fuera una ciencia exacta, y no diese margen para la invención personal, para cierta subversión de sus bases, Víctor Mesa no habría sido nadie. La inteligencia lo salvó. La inteligencia -la intuición natural- hizo que fuera el center field que fue y ahora lo ha vuelto un director distinto. Un manager que sabría explicar cada uno de sus pasos, y que hace de las debilidades una fuerza.
Algo que, por supuesto, no podría pedírsele a los genios, la explicación de lo que hacen, pues son inconscientes de su capacidad. Omar Linares no será jamás un buen director, ni Messi, ni Jordan. Esa gente expulsa su arte como nosotros expulsamos dióxido de carbono, y nunca entenderán del todo por qué para el resto se hace tan difícil, incluso imposible, una ejecución que ellos tomarían como ligera.
Cuando un genio se pone a pensar, pasa lo que le pasó a Maradona, que es un redentor, pero no entiende la dialéctica. Para pensar Cruyff, un genio también, pero del cerebro. Cruyff no ganó un Mundial, cierto, aunque haría algo mejor: reinventaría el fútbol y ensancharía sus fronteras.
Víctor Mesa tampoco ha ganado nada, y decir que ha reinventado el beisbol sería descabellado, absurdo, pero le ha impreso al lerdo panorama cubano una vitalidad tan inusual que ninguno de los que lo acompaña, salvo el mesurado Jorge Fuentes, está en condiciones de entender. Le dio la capitanía a Yulieski Gourriel como mismo se la dieron a Messi en Argentina, para ver si se motiva. Ya que el efebo áureo de la serie nacional ha tocado su techo, veamos, pues, si con el grado de capitán rinde tan eficazmente como esperamos. Víctor lo ha incentivado hasta donde ha podido, porque ya jugar en otras ligas escapa de su jurisdicción.
No es que el equipo Cuba sea tan justo como parece, ni que sea más justo que nóminas anteriores. Esa es la trampa ilusoria provocada por la transparencia con que se ha venido conformando, una transparencia con la que no se hace casi nada más en el país. Se explica por qué esta inclusión y no esta otra, por qué tal nombre o tal descarte. En otro momento la ausencia de Rusney Castillo habría disparado las alarmas, así como la defensa a capa y espada, con titularidad incluida, de Eriel Sánchez, un veterano del que nadie se acordaba.
La presencia de Luis Felipe Rivera y la tajante democión de Ariel Pestano –para mí inexplicable, aún- son los puntos más discutibles de una selección justísima y equilibrada. Pero si Rivera o Frank Camilo decidieran un partido o salvaran un inning, así de olvidadizos podemos llegar a ser, nadie querrá vestir el traje de inquisidor que ahora la mar de gente se prueba. Si, en cambio, fallaran en un momento clave, o en cualquier momento, todos se subirán al púlpito del sabio o del profeta que ni de cerca somos.
Excluir a alguien imprescindible, o apostar por un equivocado, son los riesgos implícitos en toda filosofía y en cualquier decisión autónoma. Porque uno tiene, además, dos impresiones: que hay una filosofía -de nuestro agrado o no, pero filosofía al fin y al cabo- donde antes solo había caos e improvisación. Y que este equipo, por primera vez en muchos años, tiene la firma del manager.
Bueno, el primer paso en aras del progreso es que iremos con Víctor Mesa, y no con un director devenido funcionario como Higinio Vélez, siempre tan ubicuo. Vélez, en 2006, y luego en 2009, colgó la corbata del INDER, e hizo las maletas hacia Puerto Rico y México. Una jugada tan siniestra que a nadie más se le ocurriría. Como que Grondona dirigiera la selección argentina, por ejemplo.
La similitud no es fortuita. Higinio Vélez es Julio Grondona sin millones y Víctor Mesa es Maradona sin el Che en el hombro. Ambos, el 10 y el 32, vinieron de barrios pobres, ambos son extrovertidos, exaltados y descompuestos. Pero, por suerte, Víctor no es un genio. Nunca le hubiera alcanzado con batear, o con fildear, simplemente, como un cualquiera más, sin ese riesgo circense. Tuvo que brincar mucha cerca y robar mucha base para llegar a ser lo que es.