Uno mira el staff y no encuentra al hombre determinante. Todos dejan resquicios, mínimos detalles por los cuales se pueden escapar los partidos, como la moneda por el tragante, o como el agua en el agua.
Freddy Asiel Álvarez pitchea impecable durante dos, tres entradas, pero se desconcentra con facilidad. Parece enfocado en lanzar un juego perfecto y con el primer hit pierde la zona. Vladimir García ha recuperado la velocidad de sus inicios: noventa y cuatro millas sostenidas en la recta, y más de ochenta en la slider, pero ningún comando sobre sus armas. Yadier Pedroso y Odrisamer Despaigne no son, ni de lejos, los pitchers que podrían llegar a ser. E Ismel Jiménez sigue dejando la mala impresión de que su calidad se debe, más que a su calidad, al bajo nivel del torneo doméstico.
¿Significa eso que haremos un mal papel en el Clásico? No necesariamente. Podemos avanzar en el Clásico y podemos, incluso, llegar a semifinales o a la final. ¿Significa eso que durante los últimos meses hemos hecho algo verdaderamente sustancial en favor de la pelota cubana? No. Y sin matices. No hemos hecho nada verdaderamente sustancial en favor de la pelota cubana. Si avanzáramos, tal como sucedió en 2006, se debe a que el beisbol es un fenómeno cultural, sus reservas son casi inagotables, y por muy mal que las autoridades concernientes dirijan su desarrollo, o encaucen su prosperidad, Cuba siempre tendrá gente que entienda el arte de empuñar un bate o ponerse un guante en la mano.
¿Saben? Es como la luz de esas estrellas, que alumbran hoy, pero que hace miles de siglos murieron. Si en definitiva quedásemos entre los cuatro primeros, será por lo que forjamos hace treinta, cuarenta años -cuando logramos establecernos, hijos del subdesarrollo y todo, entre las potencias deportivas del mundo-, pero no por el regordete inmovilismo que nos aplasta de un tiempo hacia acá.
¿Quieren un ejemplo? Londres 2012. Dicen –nuestra televisión, si se lo propone, puede ponerse especialmente demagógica- que nos fue mejor que en Beijing 2008. La cuenta real no es que nos haya ido mejor que en Beijing 2008, sino que nos fue peor que en Montreal 76´. Es decir, bajo esa óptica adelantamos cuatro años, y retrocedimos treinta y seis.
Solo los deportes de larga tradición han resistido el embate huracanado de nuestro sedentarismo. Por eso el Clásico Mundial es uno de los pocos torneos que aún perseguimos con interés, pero con un interés penetrado por el miedo. La línea entre la buena y la mala salud es delgadísima. Si tuviésemos buena salud, el interés estaría revestido de confianza. Podríamos, igual, quedarnos en segunda ronda, eso puede pasarle a cualquiera, sin embargo, la disposición sería diferente.
Todo el mundo entendería que los campeonatos cortos son veleidosos. Perdimos hoy, pero ganamos mañana. Perdimos Sidney 2000, cierto, pero ganamos Taipei 2001. Ese es el punto. Si ahora nos quedamos en la segunda ronda, sabremos que no hay en ello nada inusual, y que en cualquier evento venidero podemos, muertos de risa, volver a saborear el indefectible barro de la derrota.
La diferencia entre el beisbol cubano de hace quince años y el beisbol de hoy no es que los peloteros sean distintos, o que los rivales actuales sean más exigentes. La diferencia es que antes el azar no existía, y si existía, perjudicaba. Ahora el azar ayuda. No hay nada peor que depender del azar, ceder tu buena fortuna al destino porque no te queda de otra.
Antes el equipo era lo suficientemente vigoroso como para bastarse por sí mismo. Ahora falta un plus de confianza, nadie les ha dicho a esos muchachos, con actos, con estímulos, con recompensas o incentivos más allá de los discursos morales, que en sus genes palpita la misma calidad que en los genes de los peloteros japoneses. Aunque a este paso habrá que aclararles, por ejemplo, que Holanda no es rival, ni Brasil tampoco. Que esos nombres tienen un peso en el fútbol, no en el beisbol. Hemos llegado al punto de cuestionarnos una victoria ante Brasil, y el cuestionamiento tiene su lógica.
Yulieski, nuestro mejor pelotero, se persigna cuando se embasa porque quiere que Dios lo ayude. No parece un acto de rutina, sino de desesperada fe. Tanto Víctor Mesa como Jorge Fuentes han insistido en el aspecto mental. Pero cualquiera sabe cuántos factores intervienen en la mente, factores que ni el mismo atleta sospecha. A la pelota cubana le hace falta un Freud que expanda sus fronteras. No un Vélez. No un amateurismo inexistente e ineficaz, doctrinario ya, por longevo.
Mientras, los aficionados pondremos la carne en el asador. Nos despertaremos de madrugada y extraviaremos el sueño. Pero debemos saber, por nuestro bien y el de nuestras familias, que no es precisamente el Clásico el lugar donde nos jugamos esas cosas que creemos jugarnos.
Ni apostamos la vida en San Francisco. Ni en Fukuoka perdemos el honor.