Brisas que tenéis el secreto de los dos oleajes,
el escalofrió del rocío en la piel…
y el desprendimiento del cuerpo de otro cuerpo clavado.
Lezama Lima.
Si existe algún cambio con igual impacto tanto en el plano real como en el simbólico, es precisamente la reforma migratoria que desde el próximo enero cobrará vigencia en el país.
Justo cuando menos lo esperábamos, no en una Asamblea Nacional ni nada por el estilo, el gobierno cubano se lanzó al ruedo y publicó un conjunto de medidas que modifica la ley migratoria vigente que con absoluta seguridad desahogarán un tanto la vida de los cubanos, ampliarán sus posibilidades de realización, su sentido de autonomía.
La insularidad, demasiado literal en las últimas décadas, nos estaba pasando una factura demoledora. Este es un paso lógico –imprescindible- dentro de la urgente actualización económica, social y de todo tipo que el estado ha venido promoviendo en los últimos tres años. Si ahora niegan visas o salidas, por ejemplo, y no duden que pasará, serán las embajadas extranjeras. En términos concretos, nuestra salud financiera es igual de precaria. La posibilidad de que viajemos con plena soltura dependerá de nuestro poder adquisitivo. Pero en el plano político, y en cuestiones de credibilidad, estas medidas significan un bálsamo para el proyecto socialista cubano.
En entrevista concedida a la revista digital Cubahora, el prestigioso abogado cubano José Pertierra, residente en Washington, declaraba algo esencial. “Llevábamos años esperando el anuncio”, dijo. “Es prudente que los niños tengan que pedirle autorización a sus padres para poder salir de su casa a pasear, pero no se le debe restringir de esa manera a los adultos. Los requisitos de la tarjeta blanca y la carta de invitación son ejemplos de un paternalismo desbordado que no hacía nada más que generar un resentimiento innecesario entre la población.”
Y más adelante explicaba: “El fenómeno de la emigración cubana se parece a todas las demás. Es fundamentalmente económico: los migrantes son personas que deciden emigrar para tratar de mejorar su situación económica en otro país donde quizás tengan más oportunidades para ganar un mejor salario.”
Dos puntos principales. Confundimos, o mejor, convertimos, durante demasiado tiempo, las meras razones personales en razones políticas. La búsqueda de prosperidad en conflictos ideológicos.
Ha sido este, si revisamos las facilidades tanto para los emigrados como para los cubanos residentes en el país, un salto que debiera traducirse en felicidad. Aún se mantienen ciertas restricciones para los profesionales. Por lo pronto lógicas, pues ningún país del Tercer Mundo cuenta con el capital intelectual de Cuba. Pero es muy probable que, si se lograse una organización interna, sobrasen los universitarios que hoy, gracias al caos, parece que faltan, y podrían los ingenieros, los arquitectos, tal vez hasta los maestros, contratarse en el extranjero sin necesidad de renunciar su residencia o ciudadanía.
Hemos hecho algo que en el terreno político se entiende como astucia. Quitarnos la culpa de encima. Hemos hecho algo que en el terreno cívico se entiende como un principio básico. El derecho de entrar y salir del país cuando nos venga en gana.
Hay quien no saldrá nunca de Cuba, y habrá quien no regrese. Pero ambos, de un lado o de otro, sabrán que ningún poder superior se los impide. Y eso, digo, será suficiente.