La última Feria de La Habana trajo una información puntual, y los medios nacionales no le han prestado la suficiente atención. Tal vez para amortiguar. Tal vez porque creen prudente no valorar en demasía un paso como este, pero la apertura de la industria azucarera al capital extranjero es una muestra contundente –muy contundente- de que el gobierno cubano se ha propuesto incluso desacralizar los santos del más encumbrado altar del socialismo cubano.
Posterior al 59´, pocos fantasmas son tan recurrentemente mencionados como la zafra del 70´, que es, vista un par de décadas más tarde, ejemplo de lo que queramos: un crisol de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que pretendíamos ser.
Un país volcado a los cañaverales en la ingenua y maravillosa edad infantil de las revoluciones, presa de la fascinación utópica, con el escapulario de su única, irredenta pobreza, donde todos creían que era posible derrotar al maligno, despegar de una vez, alejarnos de la línea de fuego que era la Guerra fría, independizarnos económicamente de los soviéticos, evadir la influencia inevitable de su socialismo real y distrófico. En resumen, llegar a las diez millones de arrobas -pasaporte directo a la mayoría de edad- con los beneficios del carácter y la suspicacia necesaria para proseguir por cuenta y riesgo.
El azúcar -como metáfora, como sudor, como causa evidente, como riesgo poético- ha marcado y seguirá marcando la génesis y el destino de este país. Entre los muchos traumas que asolaron la década del noventa, el trauma del cierre de centrales y, con ello, la pérdida de protagonismo de las zafras dentro de la economía nacional, fue uno de los más duros, de los más irrefutables. Bateyes insepultos, pueblos muertos, gente sin nada que buscar.
Sin embargo, la noticia de que el grupo empresarial AzCuba firmó sendos contratos con la Compañía de Obras e Industrias (COI) de Brasil y con la Havana Energy, del Reino Unido, podría traer esperanzas concretas a un sector que evidentemente precisa -como tantos otros- de una o dos manos externas.
El COI administraría durante trece años, de manera conjunta, el central cienfueguero “5 de septiembre”, mientras que Havana Energy construiría cerca del central “Ciro Redondo”, en Ciego de Ávila, una planta de generación de electricidad a partir de biomasa, o sea, bagazo de caña y marabú.
Se desprenden, además, de estos últimos negocios, tres conclusiones básicas, pero no poco interesantes.
Primero: el peso y los mayores privilegios de las imprescindibles inversiones extranjeras que durante los próximos años vivirá la economía cubana, sea cual fuere el sector, recaerá en las empresas de países latinoamericanos. Fiel el gobierno a una política de integración que nunca como ahora ha estado tan cercana. Segundo: Que un punta de lanza como el Reino Unido invierta acá, significa que ciertamente la Unión Europea reanimará los vínculos financieros con Cuba. Tercero: muchos otros negocios aparecerán, muchos otros contratos, muchas otras ofertas que el Estado parece dispuesto a promover.
Es una decisión inteligente, pero más que inteligente, natural, necesitados como estamos de, al menos por un tiempo, arribar a la tranquila adultez.