Anuncian por segundo año consecutivo el encuentro entre egresados del IPVCE Carlos Marx, la vocacional de Matanzas, y por primera vez dudo si asistir o no a algo que tenga que ver con el preuniversitario. No es un encuentro de todos los egresados sino de los egresados del dos mil hacia acá.
Podemos imaginar una fiesta de los egresados de los ochenta. Decenas de cuarentones entusiastas, encasillados en los más variopintos pelajes. Está el matrimonio que comenzó su noviazgo en décimo u onceno, y que a pesar de algunos altibajos ha logrado mantenerse en pie tanto como para más de veinte años después poder asistir juntos al reencuentro con sus condiscípulos. El matrimonio tiene dos hijos (a los que ningún vecino quiere cuidar), y tienen la creencia de que son el orgullo de la fiesta. El resto así se los hace saber, pero en realidad ven como algo bastante retorcido y deprimente una unión de tanto tiempo, y más con la novia o el novio de la adolescencia. Horror.
El resto cree que la pareja sobreviviente son unos fracasados, sin muchas más experiencias notables en sus vidas (lo cual es cierto), y la pareja sobreviviente cree que el resto forma parte de ese noventa y nueve por ciento de humanidad que no sabe lo que quiere y que va dando tumbos de unos brazos a otros hasta que los agarra la soledad de la vejez o un noviazgo a destiempo con alguien que no aman, pero que cocina y plancha (lo cual también es cierto).
Por otra parte, está el homosexual que decidió salir del closet y que no olvida la beca, a pesar de la horrible represión de deseos físicos a la que tuvo que someterse, una y otra vez, en el baño griego del albergue. El bufón del preuniversitario, la clásica ametralladora de malos chistes, el gusarapo que todavía busca epatar por fuerza, es quien ahora le pregunta al resto cuál de ellos coincidió en el baño a solas con el homosexual. Nadie podría saberlo, porque en el preuniversitario todos coinciden con todos alguna vez. Algunos, sin embargo, le siguen la rima.
Aunque, la verdad sea dicha, el homosexual recientemente liberado es algo demasiado moderno como para ser un producto de los egresados de los ochenta, parece más bien resultado de los noventa. Alguien que no sobrepasa los treinta y cinco años, que acude al gym lunes, miércoles y viernes, que trabaja de guía turístico y tiene un enamorado francés, y que todavía no sabe muy bien a qué se dedica Mariela Castro, pero que ya lo sabrá. El empresario barrigón, con una de esas barrigas que de tan esféricas llegan a ser hermosas, tampoco sabe a qué se dedica Mariela Castro, pero sí sabe quién es Mariela Castro, y, por tanto, casi cumpliendo un deber partidista, saluda con graciosa efusividad al condiscípulo homosexual. Luego, como no sabe muy bien qué decir, como no sabe cuándo se es homofóbico y cuándo no, lo invita a una cerveza, y después le susurra que pase por la empresa, para resolverle algo de comida, algunos filetes, unas boberías.
Está también la soltera tímida que no sobrepasa las ciento veinte libras, pelada cortico, casi sin senos, y la obesa que todos recuerdan como un monumento pero que en cuanto salió del preuniversitario comenzó vertiginosamente a perder la forma. Una mujer que gusta de rememorar esos años casi irreales en que provocaba treinta o cuarenta masturbaciones por noche. Hay también el par de amigotes indisciplinados que después no salieron del municipio y que gracias a ello mantuvieron intacta su amistad, y hay el nostálgico que sacó pasaje desde Europa y que solo vino por una semana.
Todavía es demasiado temprano para que en el encuentro entre egresados del dos mil hacia acá cada uno de nosotros asuma sus respectivos roles. Algunos todavía estudian en la universidad y otros apenas nos recién graduamos. Lo que me estoy cuestionando, al parecer, no es mi asistencia a esta reunión del 27 de julio del año 14, sino mi posible presencia en los hipotéticos reencuentros del 2 de agosto del año 27, o del 5 de junio del 33. ¿Voy a pasarme toda la vida intentando preservar algo como el preuniversitario, y creyendo que para dicha preservación la asistencia a tales eventos resulta imprescindible? ¿Es algo que solo depende de mí o es algo que también pasa por la necesidad de comprobar cada cierto tiempo que todavía hay gente por ahí dispuesta como tú a dar la cara, a pesar de lo cruda que ha sido la vida con ellos, tanto como para convertirlos en homosexuales salidos del closet, en matrimonios sempiternos, en empresarios barrigones o en obesas sin caché?
El próximo septiembre se cumplirán diez años desde que entré a la vocacional. Diez años es tanto tiempo que, de haber sacado esa misma cuenta cuando entraba, mi memoria no se hubiera topado absolutamente con nada. Mis recuerdos del primer día son vaporosos. Mucha gente cargando agua. Yo subiendo las escaleras de la entrada. El olor a cartón madera de la taquilla. Yo llenando pomos de litro y medio. Padres chillones. Ojos asustados. Miradas recelosas. Insoportables chiquillos extrovertidos y juguetones desde el mismo comienzo. Yo con miedo. Yo aturdido. Yo buscando los ojos de Carlos Alberto, que venía conmigo desde la primaria y siempre ha sido más alto y más resuelto. Ahora es cibernético, y es de ese tipo de personas que parecen un hogar, en las que uno puede cobijarse.
No recuerdo los detalles de la primera noche, pero sí recuerdo los de la última, casi tres años después. Lo que ocurrió en ese intervalo tuvo que haber sido tan determinante, tan trascendental e irrepetible, que a la hora de irme tuve la certeza más diáfana y sencilla que habré de tener. Yo estaba mirando el terreno de voleibol, detenidamente, intentado atrapar aquella imagen, recostado a un poste de luz. No me podía creer lo que estaba ocurriendo, y lo que estaba ocurriendo era algo tan básico como que terminaba mi tiempo en ese lugar. Los desajustes de la normalidad, ese tipo de injusticias que uno detecta en lo socialmente correcto -por ejemplo, tener que marcharnos de un sitio del que no nos queremos marchar-, provocan una suerte de impotencia difícil de explicar, con la que no todo el mundo está dispuesto a sensibilizarse. Supe, por la intensidad de mi dolor, que nunca más iba a despedirme de un sitio al que perteneciera tanto. Una verdad tan rotunda que me costaba trabajo asimilar que la estuviera viviendo con diecisiete años, y no con ochenta.
Actualmente, aquí, en La Habana, sucede algo. Digamos que voy en un carro por Santa Catalina. Digamos que son las once de la noche y que solo se escucha el ruido del motor del Chevrolet y las únicas luces visibles son las luces del Cerro que sobresalen más allá de la Ciudad Deportiva. Yo me arrebujo en el asiento trasero. Me entra una punzada en el pecho. Es leve. No es tanto una punzada como un corrimiento, como una placa que de repente quiere moverse de sitio, cuerpo que agoniza. Ya sé de lo que se trata. Se trata del preuniversitario. Empiezo a pensar en el preuniversitario. Empiezo a debilitarme. No sé lo que estoy pensando porque no pienso nada específico. Es más un latigazo y ese latigazo es abstracto, de tan físico. ¿Pienso en la dispersión? ¿Pienso en la inocencia? ¿Pienso en la felicidad? ¿Pienso en que estoy tan solo en el asiento trasero de un carro que va del Vedado a la Víbora? El hecho me resulta significativo porque carece de explicación, una tristeza intempestiva que reaparece sin causa, pero que sin embargo es ubicable.
El IPVCE Carlos Marx es una escuela semejante a otras escuelas de Cuba, pero no creo que encuentre réplica en otro país. Era una escuela a medias. Tenías la posibilidad de estudiar, pero en condiciones específicas. El agua faltaba, y nos bañábamos en el tanque central, una especie de platillo volador de cemento, coronando una torre de cuarenta o cincuenta metros. No había ventanales en el albergue y los que había los tumbábamos para mear por ahí y ahorrarnos el viaje hasta el baño. Nuestra sensibilidad fue incubada en la carencia, pero yo sigo creyendo que esa carencia, por suerte, contenía una pizca extra y determinante de libertad.
Que no tuviéramos cómo bañarnos permitía que buscáramos nuestras soluciones y esas soluciones, por ilegales, abrían una posibilidad en el infinito. Mientras repasábamos química orgánica, coqueteábamos con lo salvaje. En otro país o no hubiera habido escuela o la hubieran cerrado por insalubre. Yo quise volver hace dos años, y no pude entrar. Salí corriendo. Es esa contundencia de las cosas concretas: la plaza central, los pasillos del docente, los ventanales de los albergues, el tabloncillo roto. Para volver, tendría que hacerlo en compañía de los otros cuatrocientos estudiantes de mi año, incluso en compañía de aquellos con los que nunca crucé una palabra, y ya hay algunos que están fuera de Cuba o, peor, y aunque suene ridículo para los graduados del dos mil hacia acá, hay algunos que ya murieron.
Este segundo encuentro es en la piscina del Parque Josone, Varadero. Empieza a las doce del día y termina a las diez de la noche. Yo tomo cervezas que amigos con dinero me compran. Uno vino de Canadá. El otro maneja su propio carro. (En el pre, yo acostumbraba a meter mis dedos en su lata de leche de condesada.) Pasamos revista entre los presentes. Hay muchas caras que no son de la vocacional. Hay caras de egresados que no coincidieron con nosotros, los egresados del año 7, pero que igual sabemos son caras de egresados de la vocacional, y hay caras en la fiesta que no conocemos pero que sabemos bien no estuvieron nunca en la vocacional. Esto no tiene que ver con ningún tipo de análisis intelectual, ni con ningún teorema infame mediante el cual la cara de los egresados de la vocacional es una cara de persona inteligente, o vaya uno a saber qué. Había ciertos padres propensos a esas ecuaciones científicas. Lo que quiero decir es que, en la piscina de Josone, uno nota la diferencia entre el egresado, y el que no lo es, por la actitud.
La actitud del egresado es más bien infantil, visiblemente eufórica. El egresado parece no estar asistiendo a una fiesta, sino a un ritual. Abraza todo el tiempo. Besa. Compra bebidas. Se echa los tragos encima. Suelta estruendosas carcajadas, grita malas palabras por el placer de escucharse, habla todo el tiempo y se cuelga del cuello de personas lo suficientemente plenas como para no molestarse con el hecho de que otro se le haya colgado del cuello. La actitud del no egresado es la típica actitud que los egresados también mantenemos en el resto de las fiestas que no son el encuentro entre egresados del IPVCE Carlos Marx. El no egresado merodea alrededor de la piscina, posa, se molesta si lo mojan, camina un rato, bebe su cerveza pausadamente, con cierto estilo cinematográfico, intenta fumar con clase, cree que todo el mundo lo está mirando pero nadie lo mira, limpia con el dedo la punta de sus Lacoste blancos, se acomoda las RayBan.
Sobre las seis de la tarde comienzan a tocar Baby Lores e Insurrecto, quienes al parecer se reencontraron, y entonces descubro que sus canciones me gustan. No solo que me gustan sino que también las canto. En algún gavetero de mi cabeza esas letras hicieron estancia, sin que yo tuviera conciencia de ello, y ahora salen, espontáneas, a la superficie. Baby Lores e Insurrecto alcanzaron el pináculo de su fama cuando yo descubría, en los pasillos de la escuela, otras músicas, pero evidentemente ellos estaban provocando un efecto en mí del que yo no tenía la menor idea. Es justo que no hayan invitado al encuentro de egresados a un grupo actual, sino a estos dos artistas que ya solo están de moda en nuestra nostalgia. Hay algo retro en Baby Lores e Insurrecto que me hace sentirlos cercanos. Como no son Los Beatles, me alegro que nuevamente hayan decidido juntarse.
No salgo de la piscina. Estoy rodeado de nueve o diez personas que crecieron conmigo. Uno de nosotros, mi compañero de litera, es homosexual. Vive en Cárdenas. Empezó la UCI, pero la dejó, y se graduó por dirigido de Contabilidad o de Ingeniería Industrial, no sé bien. No lo habíamos visto más y este domingo decidió reaparecer. Me saluda con cariño, pero con miedo. Sabe que yo sé que él es homosexual, pero no sabe en qué tipo de persona me he convertido, y no sabe si a mí me gustaría que él me abrazara y me apretara, o si simplemente, antes mis ojos, él ha cometido algún tipo de pecado y por tanto puede que yo prefiera cierta distancia.
Lo miro. Es, repito, la persona con la que compartía litera. Él dormía abajo y yo arriba o viceversa. Él usaba mis chancletas y yo las suyas. Nos reíamos de lo mismo. Me imagino el temor que debe sentir: que yo haya olvidado eso o que yo haya decidido pasar por alto tamaña compenetración. No quiero tratarlo con demasiada deferencia, con ese sutil gesto de discriminación tan típico en los sujetos orgullosos de su tolerancia, los cuales intentan demostrar, empalagosos, que no pasa nada, aunque decir que no pasa nada es evidentemente la primera señal de que pasa algo. No quiero tratarlo con normalidad, porque podría confundirla con aspereza y podría pensar que su preferencia sexual sí juega algún tipo de rol o sí incide sobre la salud de nuestra amistad. Lo miro de nuevo, le agarro la cabeza y le digo qué cojones te pasa. Lo abrazo, lo abrazo fuerte, y listo. Permítanme un aforismo tonto: no hacen falta palabras cuando se comparten recuerdos.
A las doce del día el agua clorada de la piscina de Josone parece salida de un manantial, y ya, antes que anochezca, de tan sucia, la piscina es una laguna de oxidación. La piscina del IPVCE Carlos Marx quedaba frente a mi albergue y nunca tuvo agua. Es mejor que ya nunca la tenga. El día que esa piscina pueda llenarse, la escuela será otra. Nosotros igual nadábamos. Nosotros igual bajábamos y buscábamos el fondo y nunca dábamos pie. Después lo supimos. De las piscinas vacías, sobre todo de las vacías, uno no sale jamás.
Al leer esta cronica me asaltan los recuerdos de mis años en el IPVCE Jose Marti Perez de Holguin, hace ya 27 años, demaciado tiempo para la nostagia. Precisamente en estos dias le contaba a mi hijo varon de 15 años como fueron mis años en el Pre, el ahora termino el 10mo grado en el IPVCE de las Tunas, en tu cronica he encontrado de nuevo las respuestas a aquellos recuerdos blindados de los cuales nunca me quise desprender. Tengo amigos que desde esa epoca pasaron a formar parte inseparable de mi familia pues los lazos que creamos con el tiempo se volvieron indestructibles, muchos andan lejos pero siempre hay lugar para preguntar por ellos y por sus vidas. Le dije a mi hijo que indiscutiblemente esos 3 años de preuniversitario fueron los mejores de mi vida de estudiante, no los cambiaria por toda una vida de trabajo. Gracias por un articulo tan especial…
Cojones se me salen las lagrimas!!! Esos fueron los mejores años de mi vida alli hice amistades para toda la vida,q a pesar de la distancia siguen siendo mi hogar y mi cobija.ipvce carlos marx x100pre
Gracias por hacerme recordar mi IPVCE que no era el de Matanzas sino el Che Guevara de Santa Clara. Realmente sería buena idea organizar una reunión con los egresados, los de mi aula nos reunimos todos los años(al menos los que vamos quedando porque entre la Unión Europea y Miami se han tragado a la mitad)
Bravo, Carlos Manuel he sido duro con mis comentarios en otras columnas pero, llevas dentro esos tres cursos como yo, es increible como un sitio puede unir a tantas personas que nunca se han visto, soy graduado del 2002, tengo 30 años, soy de Cárdenas, vivo en la Habana y tambien cuando voy solo por esta ciudad se me estrenece el pecho cuando pienso en la Carlos Marx, muchas gracias. ecardenas@gmx.com
Me has hecho recordar los mejores años de mi vida, incluso cuando lloraba como loca por no empezar en esa escuela porque no conocia a nadie y dejaba a mis amigas, hoy se que estar ahi fue una bendicion y lo recuerdo con mucho cariño, soy egresada del 89 asi que ya estoy en tu mismo club de los cuarentones jajaja. Gracias por este escrito.
Gracias por tan buen artículo. Me siento orgulloso de que de mi escuela salgan buenos periodistas.
Carlos, se te olvido mencionar cuando cambiabas de albergue y veia las travesuras que andy y su pikete hacian con las luces apagadas despues de las 11 pm. Incluso, tu paticipabas.Te acuerdas?? Un saludo mi herma…
Los pomos de agua, el bañarse en cualquier lugar, las canchas destruídas, la piscina vacía, LOS AMIGOS…15 años después son recuerdos que llenan muchos, muchos espacios…Tienes que probar, Carlitos, la experiencia de reunirte sólo con la gente de tu grupo. Es, por mucho, superior. De lujo tu crónica, Gracias!!
Bonito escrito. Tambien estuve en la Carlos Marx, en los anos (1985-1988) que recuerdo con mucho carinho y un poquito de nostalgia, sobre por todo las maldades y travesuras q haciamos. A esa escuela y sus profesores les agradezco el haberme brindado una excelente preparacion academica (sobre todo en mis materias “fuertes”: Fisica, computacion y matematica) que me permitieron q mis estudios de ingenieria, y mas adelante Master y Doctorado en el extranjero fueran mas llevaderos.
Hace unos anos me pude reencontrar aqui en Miami con uno de mis mejores amigos de la vocacional y hoy en dia mantenemos nuestra excelente amistad.
Hermano me has tocado, realmente emocionante leer tus palabras, son el reflejo del sentir de todos los que estudiamos en la vocacional, algo que no pueden comprender los que no pasaron por allí, el sentimiento de orgullo por haber estidado en la Carlos Marx nos acompañará por el resto de nuestras vidas.
Tocayo, esta columna se llama IPVCE Carlos Marx pero yo la leí como si fuera mi Che del Clara, donde viví de 1994 a 1997. Hay cosas universales y que nos han unido, como las becas, y en la distancia hasta lo más fundente se evoca con cariño. Hubo un tiempo en que pensé que el Pre era lo máximo, y aunque la vida -afortunadamente- me demostró que aquello solo era el comienzo. Hablas de tu compañero de litera y recordé al mío, uno de esos absurdamente idos en flor, con 26 años recién cumplidos y un gran futuro como diseñador: el Deny, alias el Little, alias el Super, mi socio desde el Círculo. Ya mi generación ronda los 35 años, muchos somos padres, los papis y mamis ricas se achantaron y engordaron, y los pasmaos salimos a comernos el mundo, sin olvidarnos que hubo un tiempo en que pasábamos oncenas de estudio a golpe de cerelac en el desayuno y arroz y sopa de col de almuerzo y comida… En fin, excelente artículo. Por cierto, mi esposa también es egresada de la Carlos Marx, en 2006…
A la vocacional de Matanzas entré yo de 7mo grado. Fui del ultimo año que entró de secundaria. Alli pasé 6 años. Alli me hice hombre. Alli conoci, sucesiva o alternativamente, el desamparo, el peso de una amistad casi eterna, el placer del ocio, el tedio de la mediocridad, la verguenza de la soledad, lo arbitrario de las leyes, los extraños caminos del deseo, la felicidad, la importancia de la humildad y su delicadeza…. Microcosmos. Anticipación de lo que sería la vida despues, extramuros. No han sido mis mejores años. Fueron -con toda seguridad- lo mejor de mis primeros años.
Y la piscina siempre tenia agua, -la olimpica. Muchos de mis recuerdos de los ultimos años alli los asocio con la piscina, cuando a la 1 de la mañana regresabamos corriendo y desnudos al albergue despues de un chapuzón de verano. Buen tiempo en verdad. Y bueno tambien que haya terminado. La vida simple y silvestre….pero esas cosas se saben después.
Gracias por el articulo
Ay, Carlos! Que años! Yo no hubiese podido ir a ese reencuentro de egresados. Salí de allí el año 89! Soy de los cuarentones y exiliados, a lo de homoxesual no he llegado pero una nunca sabe
Vivi en esa misma unidad un curso antes,mientras leia el articulo camine la cancha de voly,vi el tabloncillo y la piscina,entre maletin al hombro hasta el cubiculo,me vino el olor a tierra mojada de algunas tardes,me recorde enamorado de alguien que ya no recuerdo,fue inevitable sentir esa “tristeza intempestiva” que aumenta con la distancia.Gracias hermano por este regalo
GraciAs por él recordatorio,yo estuve hasta fin de 10mo. Año en el 1988.con un grupo extraordinario de compańeros…unidad 3 en el B10-2,unos de los mejores tiempos de mi nińes-adolescencia.saludos…a todos
Buen articulo, realmente vivi algo parecido, que pesadilla, eso eran carceles estudiantiles, los peores momentos de mi vida, sigue escribiendo cosas asi, nos hacen reflexionar de la puta vida
Exelente articulo, felicidades. Sali de la Vocacional en el ano 1983 y si habia agua, ya meabamos por la ventana pero no estaban rotas, tal vez las rompimos nosotros, una vez mas te felicito por el articulo.
Hermosa crónica… hermosa, muy hermosa… Fui un IPVCE. La mia fue la máximo Gómez, con una piscina sin agua, y aún con algunas ventanas en los edificios. Soy un estudiante de los tiempos de Elian y la Batalla de Ideas, que como tú tampoco ha podido entrar otra vez a aquel recinto…Hermosa tu crónica, porque me he visto ahí en muchas maneras. Un abrazo . Sigue escribiendo. R
Es maravilloso saber que ese sentimiento que yo he tenido tantas, pero tantas veces no es solo mío que hay otros que como nosotros alguna vez ha tenido el sentimiento de lo que le sucede a tu vida cuando uno estudia en el IPVCE Carlos Marx. Es maravilloso ademas saber que amistades que fueron desde hace cerca de 10 años ya siguen estando ahí siempra para ti a pesar incluso de haber cogido caminos diferentes. Un abrazo fuerte y gracias por tan especial comentario … q sigo sintiendo como mío.
¿Fitzgerald? NO ¿Bukowski? NO ¿Fiodor? NO ¿O’Connor? NO ¿Benedetti? NO ¿GM? NO ¿Capote? NO ¿Este…Homero? NO ¿Rulfo? NO ¿Isaac? NO ¿Doris Lessing? NO ¿Jelinek? NO ¿Bolaños? NO ¿Acaso Gongora? Jajaja NOO ¿hummm…Corín Tellado? Ni esoo. Vos no escribes, vos redactas muy bien.. yo creo q es UD quien cree todos lo miran. Pero nos quedará el consuelo que cuando seas muy famoso el snobismo hiperbólico sea decretado por la Academia, recurso literario de este español nuestro.
Maravilloso artículo mi hermano, nos toca muy de cerca a todos los que estuvimos en esa gran escuela.
Un abrazo, Deny.
Parece que todos los IPVCE son iguales, en el de Santiago de Cuba yo también tenía frente a mi dormitorio una piscina vacía (se llenó durante unas semanas, hasta que un recién llegado se ahogó, y casualmente tuve la desgracia de ser yo quien lo decubriera en el fondo, mientras buceaba), había períodos sin agua, y en el último año mucho trabajo en el campo, chapeando marabú con machetes sin filo. Buenos compañeros (pocos) y malos compañeros (de esos sí hubo muchos), en fin, de todo.
yo tambien estudie hay. quisiera volver estudiar alla como hago-
Pedro, si el pre fue de los peores momentos de tu vida, me imagino que no hayas disfrutado de más nada… A esa edad se disfruta más que cualquier cosa. Lo lamento mucho por ti.
Es algo que no se me va a olvidar nunca; he vivido muy buenos momentos desde que egresé, pero felicidad más pura que durante esos tres años (sobre todo el tercero) no he logrado sentir. También me afectó mucho despedirme.
Geniales recuerdos, aunque te pasas en la redaccion al punto de que a veces no se de que estas hablando, pero me has traido recuerdos maravillosos. Muchas gracias.
Creo que tanta emoción es porque hace poco que pasaste por ahi. El año que viene hará 30 que entre a la equivalente de Camaguey (jejeje mi año fue el primero en las pruebas de ingreso para esos Pre y los mismo para la universidad, claro era cuando la cosa era seria y no esas tonterías de evaluar español e historia) y la nostalgia me duró más o menos 10 años…
y que conste que estoy casado con la novia del pre….pero por el medio nos tomamos 11 años de “vacaciones”
Lindos recuerdos. Yo tampoco hubiese podido asistir, aunque no he llegado a los 40, soy egresada del año 91 y como buena matematica de la unidad 1 con Maria machete conservo recuerdos inolvidables y un sabor a libertad que todavia me dura
Yo también estudié en el IPVCE Carlos Marx pero terminé en el 93, estaba en la Unidad 2 en el grupo química 1. Con el inicio del primer curso, también comenzó el “período especial”; crudo y duro: los pases cada 11 días, la comida fatal y reducida, problemas con el agua, a tal punto que aprendí a bañarme con un pomo de refresco de litro y medio, cuando lo digo nadie lo cree!!!! Y no fui la única, ajaajjaja. Pero no obstante a todo, tengo muy lindos recuerdos de los años que allí pasé. Y lo mejor es que pude conocer personas maravillosas que aún hoy, a pesar del tiempo y la distancia seguimos manteniendo una linda amistad.
Carlos, yo cursé estudios en el IPVCE Ernesto Che Guevara de Santa Clara. Luego, continué estudios en la Universidad Central que es en cierto sentido bastante parecida porque (y si mal no recuerdo es la única con esta característica) tiene las becas pegadas al docente, todas las carreras en su totalidad están unidas en un mismo campus. Pero los recuerdos del pre son inolvidables y valga decirlo, incomparables. Por mucho, los mejores años de mi vida los dejé en aquellas paredes, en aquellos pasillos estudiando hasta el cansancio o cantando o simplemente escabullendonos de la guardia para ir al Sandino . Los mejores años de mi vida estudiantil, a pesar de las privaciones.
Unos parrafos de una incredible belleza nosltalgica, Lo unico que no me parece bueno es este parrafo donde manciona a
homosexuales salidos del closet, matrimonios sempiternos, empresarios barrigones y obesas sin caché?
..todos tenemos excelentes recuerdos d ese pedazo del pasado q se prendio a nuestros corazones…volver la vista atras y pensar en ese bendito tiempo, es un reencuentro con nosotros mismos porq algo… o mucho d nosotros, se quedo ahi!…. Maria Machete, Ada la Cucaracha, Rubido, Pompa, “GERALDO”, Pedro, Amado, Pedroso, Mario, Arnulfo, Landa, Ojeda, …..etc., etc, etc, los primeros amigos, las primeras novias (ENTRAMOS EN 7mo), el cubo d agua desde los balcones, los botazos, las recogidas d cafe en Mocha, la basura en la pared falsa, la camisa limpia y los zapatos brillosos para la recreacion d los viernes, la euforia cuando iba Tiempo A, el orgullo por aquel monograma, las escaramuzas para meterse en la piscina, las escapadas para el Victoria, …. y aun asi habia tiempo para estudiar. Hoy apenas el “implacable” nos alcanza y nos lamentamos por eso. Saludos Carlos, disfrute tu articulo. La vocacional es como el amor,…. se puede interpretar d muchas maneras.
No me digas, tu eres el homosexual salido del closet, porque no se puede explicar de otra forma este artículo tan cursi y reprimido. A muchos les encantará porque tienen deseos de expresar protagonismo mencionando que asistieron a este pre, pero la verdad es que a usted aún lo veo con los sentimientos reprimidos por los bannos griegos.
Carlos M, has dibujado magistralmnete y con encanto, un suceso que realmnete ocurre en muchas de nuestras vidas. Me habian ahablado que escribioas bien, hoy es el primer articulo tuyo que leo. realmente me llena de satisfaccion que haya periodistas en Cuba , de tu calidad y cubanía.
hace apenas dos annos termine la vocacional, no hay nada como la carlos marx, mis padres estudiaron alli, y mis hermanas, es como otra casa a gracias por recordarme lo genial q es
También soy egresada del 2002 y no voy a ir nunca a esos encuentros en el Jozone, simplemente porque no me parece el sitio apropiado…alguna vez he regresado a la vocacional y no es la misma sin las caras de antes…y sí, tienes razón, sobran las palabras cuando se comparten recuerdos.
Es lamentable que tus recuerdos no sean como los míos. Estudié seis años en esa gran escuela. Llegué con apenas 12 años. Fui de los últimos que entramos desde séptimo grado y quieres que te diga algo? Es la etapa más bella de mi vida. Tengo muy buenos amigos, pero como los de antaño, créeme, no volveré a tenerlos porque son irrepetibles. Los profesores que allí tuve fueron los que jamás tuve antes ni después. Dejaron una huella increíble en mi vida. Me hice, paso a paso, independiente, altiva, íntegra. Tropezaba y me levantaba al instante. No había un momento en que no fuera feliz en aquel lugar. Entonces las piscinas tenían agua, los albergues puertas y ventanas, las recreaciones eran para divertirse y los baños para ser usados sin necesidad de romper los ventanales. Igual nos escapábamos, a comer dulces o a lo que fuera, a la ciudad. Era, simplemente, la adolescencia. Pasábamos horas enteras conversando, conociéndonos, sin tablets, ni celulares, ni computadoras. Dedicábamos mucho tiempo a ser amigos, de esos que pueden darse el lujo de reunirse anualmente y conversar con la misma confianza con que lo hacían entonces, como si hubiese sido ayer que parasen su tertulia. Hace solo tres días asistí a uno de esos encuentros donde la criollita ya no lo es, y el lindo ahora es calvo, y la otra está delgada, y el otro demasiado gordo; donde las canas hablan por sí solas casi ya; donde los abrazos son caricias que no se piden; donde las lágrimas de felicidad ruedan por las mejillas y se enjugan con las manos del que tienes enfrente; donde esperas, simplemente, que el tiempo no pase para que no acaben esas horas de incomparable felicidad y añoranza. Yo, así de simple, daría lo que fuera por volver el tiempo atrás y seguir en aquel lugar y con la misma gente para que no me falten jamás…Deberías saber ya, a estas alturas de la vida, lo que es un amigo de verdad, el valor del tiempo, lo que cuenta que alguien se te acerque cuando estás en tu peor momento y te dé un apretón de esos que veinticinco años atrás te hubiese salvado la vida y hoy te la salvaría nuevamente…En esa fiesta no se veía gente frustrada ni queriendo llamar la atención. Allí solo se respiraba una euforia tremenda, una nostalgia incalculable y un deseo inmenso de continuar vivos para poder reunirnos cada año.