A continuación OnCuba reproduce este texto, publicado en Yahoo Noticias, La hora del cuentapropismo en Cuba.
Ante la inminente apertura de relaciones diplomáticas entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, los afanes, la ansiedad y las conjeturas de los cuentapropistas cubanos se han disparado.
Katia Bianchini, que dirige dos famosas dulcerías en La Habana Vieja, es una de las emprendedoras entusiasmadas con el anuncio del pasado 17 de diciembre. “Me tomó por sorpresa. A todos nos tomó por sorpresa. Pero es algo que debió ocurrir hace mucho tiempo”, comenta desde la sala de su casa, entre gatos inquietos y el envolvente olor de la repostería.
No hay pequeño propietario cubano, ni cubano en general que, por una razón u otra, no crea lo mismo. Que el deshiele entre Washington y La Habana es casi un regalo divino.
“La Habana va a rejuvenecer, la noche habanera será nuevamente lo que fue una vez”, dice el legendario músico Rember Egües. “Yo no estaré ya para verlo, pero sucederá”.
Egües habla desde el balcón del restaurante piano-bar La flauta mágica, propiedad de su hijo Richard Egües. Se escucha un jazz de fondo. La penumbra –intencional, propia de estos sitios– invita al sosiego. Estamos en pleno barrio habanero de El Vedado y uno no puede dejar de pensar que el enclave de La flauta mágica posee, inevitablemente, cierto matiz de ironía.
Un penthouse que viene a ser como el puesto de mando del cuentapropismo en general. Justo enfrente de la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana y a un costado de la Tribuna Antimperialista. Dos símbolos que pasan, desde ya, a ser otra cosa. La Oficina se transforma en embajada. La tribuna aún no sabemos en qué. El futuro de La flauta mágica, sin embargo, parece promisorio.
Unos 476,000 cubanos se han sumado al trabajo por cuenta propia desde que el gobierno autorizó la gestión privada en unas 200 modalidades desde octubre del 2010. Las actividades más realizadas son la elaboración y venta de alimentos, el transporte de carga y pasajeros, y el arrendamiento de viviendas y espacios.
La Marca de los nuevos tiempos
Hace unas tres semanas, Leo Canosa, tatuador y artista plástico, inauguró La Marca, el primer estudio de tatuajes de Cuba, ubicado en Obrapía y Mercaderes, en la Habana Vieja. El primer piso de La Marca es una naciente galería de arte para que expongan preferentemente artistas alternativos y emergentes.
Arriba, en una especie de barbacoa, queda el estudio. Paredes blancas. Piso de madera. Los tres sillones de tatuar y los objetos esterilizados hacen que nos remitamos, inmediatamente, a una clínica estomatológica.
“Compré el local hace un año”, declara a Yahoo Noticias, “y lo tuve que levantar de cero. El dinero de la inversión me lo prestó un amigo que vive en Canadá”. Canosa cree que los nuevos cambios podrían ayudarlo a recuperar y devolver más rápido ese dinero. “Yo estuve veinte años en [el barrio habanero de] Alamar”, dice, “y trabajé con muchos extranjeros. Todos los de la Sherritt [compañía canadiense con inversiones en la isla] fueron mis clientes. No es un sector que yo desconozca. Ahora tengo este estudio, y ahora vendrá turismo estadounidense. A mí me conviene, claro”.
Richard Egües, a su vez, considera que la entrada de visitantes estadounidenses “podría favorecer muchísimo al sector privado, porque hoy el turismo en Cuba se mueve por paquetes, lo que se llama All Inclusive, y todo es muy dirigido, programado de antemano. Del hotel al casco histórico, del casco histórico a Tropicana, siempre a nivel estatal. Eso debe cambiar con un turismo más espontáneo y autónomo, que llegue a Cuba también por otras vías”.
Egües, residente en Francia, forma parte de ese grupo de cubanos que vive en el extranjero y que han tenido la oportunidad de invertir en su país el capital acumulado, coronando así un terreno prácticamente virgen y en extremo favorable para los cuentapropistas de su tipo.
Canosa, sin embargo, no demora en recordar que él espera “que las leyes cambien y se flexibilicen, porque la Aduana es un dolor de cabeza”.
Según Canosa, con las más recientes regulaciones aduanales, puestas en vigor en septiembre de 2014, se hace muy difícil entrar materiales, desde las agujas hasta la tinta. Las disposiciones de la Aduana General impusieron estrictos límites a las importaciones de carácter personal e impidieron la entrada de abultados cargamentos que llegaban con viajeros desde América Latina y Estados Unidos.
“Yo fui en noviembre a Estados Unidos, y cuando quise importar las tintas, me sugirieron que enviara solo diez pomos, porque no me iban a permitir entrar más que eso. ¿Quién hace un tatuaje con diez pomos?”, se cuestiona el artista. “Con la posibilidad de importar materiales podremos garantizar una mayor calidad en los tatuajes. Mejoramos la variedad de los productos y avanzamos en el uso de la tecnología. Quizás también pueda abrir otras sedes de La Marca, que es un sueño personal”.
Y agregó que “la finalidad de este estudio-galería es consolidarnos como una marca cubana a nivel internacional y solo la expansión y un fuerte trabajo, que se nutre precisamente de una mejor calidad de nuestros materiales, y, por supuesto, de los tatuadores, nos lo permitirá”.
Temores y preguntas en el mundo privado
Tanto como el marco legal, la débil infraestructura con que cuenta el país para acoger los cambios es algo que preocupa a varios de los cuentapropistas.
Bianchini se pregunta: “¿Estaré preparada para asumir muchos más clientes?” Pero no cree que dependa solo de ella. “Tengo temor, porque ahora mismo no encuentro mantequilla dentro de los mercados minoristas de la ciudad. Si tengo que aumentar mi producción, y de repente me faltan productos, me voy a ver en una situación difícil. Esperemos que las autoridades acaben de crear las redes mayoristas”.
De la misma manera, no imagina La Habana inundada de malls. “No creo que eso sea bueno para ningún país en vías de desarrollo, lo que llamamos desarrollo sostenible. Yo espero seguir comprándole la leche al campesino, y no que venga de otro lugar. Espero que haya una respuesta local para lo que se avecina”.
El crecimiento de La Guarida
Enrique Núñez, propietario de La Guarida, habla sobre la posibilidad de recuperar algunas zonas urbanas.
“Cuando los cambios ya se traduzcan en un mejoramiento de la economía, cuando Cuba definitivamente se abra al mercado, a la inversión extranjera, Centro Habana pasará a ser uno de los barrios más caros de la ciudad”, opina Núñez.
El empresario inició hace un par de años la reconstrucción total del edificio donde se encuentra su mítico paladar, precisamente en Concordia y Escobar, Centro Habana. Aquí se filmó en 1993 Fresa y Chocolate, la laureada película de Tomás Gutiérrez Alea. Un marketing involuntario que Núñez supo encauzar y cuyo resultado a no pocos asombra, pues La Guarida es hoy, casi con total seguridad, el restaurante más famoso de Cuba, el más exquisito.
“Hemos respetado la arquitectura original”, explica, “el aire decadente”. Y aunque nadie podría negarle el valor patrimonial de la inversión, Núñez reconoce que desde 2009, cuando a los restaurantes privados le permitieron aumentar la capacidad de 12 a 50 sillas, se viene preparando para un momento como este.
“Visité en aquel entonces la zona del Mariel, la marina que se construía en Punta Hicacos. Inversiones millonarias del Estado. Era evidente que algo así vendría, y que los dueños de negocios algo teníamos que hacer”, relata.
En la terraza del edificio ya se construye otro restaurante.
Desde Estados Unidos, ha habido también diversas declaraciones que demuestran el interés de compañías y hombres de negocios por invertir en Cuba, pero lo que probablemente mejor justifique, al día de hoy, las innumerables expectativas levantadas dentro del sector privado en Cuba, sean las declaraciones de Roberta Jacobson, subsecretaria de Estado para el Hemisferio Occidental.
“Una de las cosas que estamos interesados en apreciar es valorar cuánto podemos impulsar a los cubanos a que tomen el control de sus propios destinos”, dijo Jacobson, quien visitará La Habana el próximo 21 de enero para iniciar la primera ronda de conversaciones con el gobierno de Raúl Castro.
Son palabras que en la práctica, además de interés y voluntad, prefiguran un escenario de fin del embargo.