Dios sabe
que nada está bien hecho, que nada
es todo lo que hay.
Robert Creeley
Extrañas estas últimas noches. Noches espesas, franqueables con cincel y nada más, como si todos estuviésemos dentro y únicamente a golpes pudiéramos despegarnos de la piedra. El tema es que las estatuas se tallan desde afuera, no hay, hasta donde sepamos, una imagen que se haya esculpido a contravía. Esa, sin embargo, parece la tarea. Saber que nadamos en un mar oleaginoso de ideas bastardas, y en realidad muy leves.
¿Qué es lo que somos? Somos fósiles. Fósiles con los ojos abiertos o cerrados. En cualquier caso, los verdaderos héroes no son ni unos ni otros, sino los que parpadean, no importa desde qué latitud.
Bajo la ventana de mi cuarto -tercer piso de un robusto edificio de los cincuenta-, dos borrachos gruñían. En segunda, de falsete, algo lloraba. El llanto marcaba el ritmo. Los gruñidos –o los gritos- definían la atmósfera. Eran las cuatro de la mañana. La pegajosa luz amarilla del alumbrado público de la Avenida Boyeros se filtraba a través de las persianas e iluminaba ciertas zonas del librero, algunos adornos de la estantería.
Una perra de pelea agarraba por el cuello a un bulto polvoriento. Le daba vueltas, lo revolcaba. El bulto, parduzco, gemía, y a veces se quedaba en silencio, definitivamente muerto o fingiendo la muerte, tratando de salvarse por inanición, por simulacro, pero luego, abatido, volvía a gemir. La perra parecía la encarnación del mal, y mirándola, desde unos quince metros de altura, yo sentí verdadero pavor, como si concluida la faena la perra fuera a subir las escaleras, tocar a mi puerta y agarrarme por el pescuezo. Esto es: cerrar sus mandíbulas alrededor de mi glotis, clavarme un colmillo en la carótida. La imagen como imagen es absurda, pero el concepto no.
El cuello es para mí un atributo muy vulnerable. Si degüellan a alguien en una película, yo instantáneamente, erizado, agarro mi cuello. Parpadeo y me protejo. Los mitos mueren por el talón, que es otra cosa y a nadie atemoriza, porque nadie vive en el mito, pero el cuello es un trauma vigente.
Uno de los borrachos corría detrás de la perra, y en un pastoso imperativo le ordenaba: “¡Niña, suelta! ¡Niña!” A veces se acercaba, la agarraba por el lomo e intentaba zafarla de la presa. El otro le aconsejaba que no lo hiciera, que tuviera cuidado, no fuera a ser que se ganara una mordida. Entonces el primer borracho se alejaba, pero luego -quizás porque algo en su interior se resquebrajaba, quizás porque a pesar del embotamiento que produce el alcohol no podía con tanto abuso- volvía a acercarse y a ejecutar el mismo infructuoso método. Un método tan descabellado que solo a un borracho podía ocurrírsele.
No había nada femenino en la perra de pelea. Si no fuera porque los borrachos la llamaban Niña, yo habría jurado que se trataba de un perro. Habría jurado no solo que se trataba de un perro, sino que además se trataba de un perro adulto, de un animal casposo, curtido y cruel. Los borrachos ya se iban a cansar. La criatura parduzca, un amasijo de dolor y asfixia, iba a morir. Yo, en una pieza, miraba desde la ventana, con mucho miedo. El miedo era tanto que alcancé a pensarlo, no solo a sentirlo sino a concientizar que lo estaba sintiendo, aún cuando solo tenía ojos para aquella escena imprevista en medio de la madrugada. Una escena, de más está decirlo, que con su carga sonora me había sacado de la cama.
Varios minutos después llegaba una patrulla. Algún vecino, molesto, debió haber llamado. Dos policías hicieron entrada. Uno fue a buscar un palo y el otro desapareció. El palo pasó de la mano del policía a la del primer borracho. El primer borracho quiso meter el palo en la boca de la perra, para palanquear y destrabar el cierre furioso –noche espesa- de su dentadura. La perra, en uno de los zarandeos al bulto, se acercó a la patrulla y el policía le dijo al borracho que tuviese cuidado con el carro, pero el borracho, bien borracho, le contestó que cómo que cuidado con el carro, cuidado con nosotros, si nos muerde. Fue una nota de humor. Un concepto que como concepto es absurdo, pero como imagen no.
El palo se partió, el borracho cayó de nalgas al suelo, el policía dio dos pasos atrás, el bulto imploraba ayuda y la perra oprimía. Del segundo borracho no se supo nada más, pero fue el segundo policía quien apareció con un pomo y, apretándolo por el fondo, disparó una especie de líquido a los ojos de la perra. Entonces la perra zafó, y el bulto, liberado, una criatura cubierta de sarna, se escondió en algún sitio fuera del ángulo de mis persianas.
Más arriba, detrás de unos árboles, el cartel de un Ministerio: “Revolución es construir”. Un cartel que en la distancia parece escrito sobre el mismísimo techo abovedado de la noche. Volví a la cama. Me tapé. Intento sacarme de arriba todos esos carteles, no los quiero ni de enemigos. Un cartel genera otro cartel. Intento ser más que mis emociones, más que yo, mudarme completo del cuello para arriba, y después irme también de ahí, no necesito tanto cuerpo. No lo necesito para nada. Si yo fuese Aquiles, el cuerpo entero sería mi talón.
En plena vigilia, las alegorías son inevitables, pero que todo signifique algo es un peso que me urge soltar. La perra de pelea, el bulto indefenso, la pareja de borrachos, los policías, el espectador cobarde, el cartel del orden supremo desvirtuando y reduciendo la naturaleza de los acontecimientos. Aquí también ocurren cosas que pudieron ocurrir siempre, cosas que no nos pertenecen. Las persianas que se abren y se cierran son los párpados de una casa que mira. No con sueño, no hipnotizada, sino como un sujeto curioso.
Hay tanta tristeza en ver, que no vale la pena expresarla. Cuando una estatua se esculpe desde afuera, es arte y va a un museo. Cuando se esculpe desde adentro, es supervivencia y no va a ningún lugar.
Porque exagerar. Lo negativo en la vida cubana es obra de gestores soterrados, en este tipo de lenguaje, por ello me parece que la indagación filosófica y sociológica ha de tener ahora su momento, para que no echemos salvas al aire, lo peor es que no sepamos, además de las conocidas –como el bloqueo de los Estados Unidos, por ejemplo-, qué otras causas y condicionamientos están alentando, desde el fondo, a todo cuanto hoy nos inquieta porque nos daña, nos desmoviliza y nos deforma. ¿Te has preguntado si tu aporte es constructivo?, ¿esta es tu forma de participar en el proyecto?, ¿tendras coraje para construir, la Revolución de todos y por la que otros han dado hasta su vida?, la Revolución que ya lleva mas de 50 años a pesar de vecino tan poderoso. ¿sabes lo dificil que es darse a respetar de los que llevan siglos abusando de los mas pequeños o menos poderosos? Este es un merito que ni tu ni nadie le quita a este pueblo. Si estas triste, creo que tienes muchas cosas que te haran feliz, digo, si de verdad quieres aportar a esta gran obra que es la Revolución Cubana. Esculpe si tienes alma de escultor pero hazlo poniendo tu granito de arena para el bien de todos los cubanos, no para hacerle juego al enemigo, con este lenguaje que emplean aquellos que les falta lo que le sobraba a Maceo…
¿De qué está hablando Vicente? ¿Estás seguro de que este era el comentario para este post? ¿Tú lo leíste o te lo imaginaste?
Vicente es que todo lo que escribe este negativo personaje, carece de valor. ¿No recuerdas lo que escribió sobre Victor Mesa? Daba pena, después sacó algo de Santiago de Cuba y una discoteca que cuando lo lees te deja una sensación de vacio tremenda. Porque cuando terminas te preguntas a ti mismo ¿y cuál es el mensaje? Pero la culpa no es de él,sino de los administradores de esta pagina que le publican todo lo que escribe. Ya se que todos tenemos derecho a opinar y escribir sobre lo que nos rodea , pero debería haber un seleccionador de contenido que le dijera, hermano esto no vale la pena publicarlo. Tengo una colega que dice que Carlos es genial escribiendo…lástima de colega y percepción de la realidad de ambos. Y efectivamente si estos que escriben, aportaran más físicamente a lo mejor los escucharían con más atención.
Me inquieta ya, después de escuchar por décadas lo mismo, leer como se arroja, a la ligera, la culpa de “lo negativo en la vida cubana”, sobre cualquier razón, sujeto, o situación, a conveniencia.
Si en algo creo tiene razón indiscutible es en afirmar que lo triste es no saber las causas de lo que nos daña. Pero aun más triste es ver como ya ni siquiera nos lo cuestionamos. Es ver como nos hemos acostumbrado a que se nos diga: que, como y cuando; y en el punto que una reflexión difiera de la suya, pues se le culpa de “estar haciéndole juego al enemigo”.
Creo firmemente que la manera de despertar de este letargo, es reconocer primero en lo que nos hemos convertido.
Las causas del daño se resumen en una sola: medio siglo de dictadura, o lo que es lo mismo Revolución. En eso están todos los daños. Solo la libertad, la democracia despertará el letargo. Ojalá lo logren porque lo que le sobraba a Maceo murió con él. A ti Carlos, tu campo de batalla es la literatura y el periodismo, cosa que sabes muy bien, pero cuidado con esa gente, que además de envidiosos, son peligrosos. Suerte, mucha suerte
Carlos, comienzas a convertirte en un personaje peligroso para muchos. Una sola razón: sabes usar el diccionario. He ahí una cualidad insoportable para los ejércitos de la mediocridad, que se revuelcan en un centenar de palabras y una decena de ideas anquilosadas. Me recuerdas a un célebre profesor de la Facultad de Comunicación y su decálogo para revolucionar el periodismo cubano. Dominas las palabras con la destreza de un arquero persa 😉
puedo criticar o alabar a Carlos, pero ¿puedo comprenderlo?, es decir, ¿visualizarlo en la soledad de su apartamento (esta no es de las cosas que uno escribe si hay alguien mas en la cama), como coge la laptop, se sienta en la cama, calza la espalda con la almohada para que no le pinche la pared sin repellar, y empieza a sacarse de adentro la tristeza? Digo, porque a estas alturas ya uno sabe que la tristeza de carlos es patológica, espesa y pegajosa como almibar dormida. Una tristeza compuesta por una mezcla de dolores, ausencias, decepción, incertidumbre… es decir, que uno se lanza a la ventana en la madrugada precisamente cuando no quiere que llegue el día, y no quiere porque uno no sabe, no encuentra su lugar en esa mañana que vendrá. Carlos incluso se pregunta si no será que ha llegado la hora de buscar otros amaneceres, pero en alguna parte presiente que esa es una respuesta tan sospechosamente fácil que no parece ser la buena. Después la mañana llega y asombrosamente la tristeza se retira, y Carlos incluso piensa si no tendría que revisar lo que escribió, pero es tarde, ya le dió enviar al post y la gente lo está leyendo y comentando. Algunos lo critican por esas líneas tristes, por ese sabor a callejón sin salida, por ese mensaje que no es positivo, que no le hace bien al pueblo. Yo soy parte del pueblo, no tengo la tristeza de Carlos (tengo otras, terribles, pero no tengo esa), y sin embargo, leo cada post como un fanático, y un poco me siento adicto, me gusta el sentimiento que me provoca cada comentario, coincido o discrepo, pero añoro esta veta de color en el mar gris de los mensajes positivos. Yo le agradezco a Carlos.
Me encantó … COINCIDIMOS TANTA TRISTEZA EN VER, lo único… lo femenino no tiene porque ser expresado con suavidad ni dulzura :”No había nada femenino en la perra de pelea. Si no fuera porque los borrachos la llamaban Niña, yo habría jurado que se trataba de un perro.” quitarnos el mito también de la mujer menos fiera que el hombre es también una forma de tanto ver….