El día en que murió Gabriel García Márquez, Lester me recordó una crónica que estoy por escribir hace ya algunos años y que siempre pospongo y pospongo en espera de más tiempo y más inspiración. Muerto ya uno de los protagonistas, tal parece que no la voy a escribir nunca, así que les contaré más o menos por dónde irían los tiros.
Resulta que siendo estudiante de Periodismo me cayó en las manos un librito delicioso de crónicas y reportajes de García Márquez, un libro de bolsillo publicado a principios de los ochenta por la editorial colombiana La oveja negra. No me voy a detener mucho en lo que significó para mí ese libro.
Ya yo había leído las principales novelas de García Márquez (me gustaba mucho más El amor en los tiempos del cólera que Cien años de soledad, para casi escándalo de algunos de mis compañeros de clase; qué satisfacción escucharle al propio escritor que él también prefería El amor…), pero había leído muy poco de su periodismo, solo algunas columnas que había publicado en Juventud Rebelde y que una bibliotecaria del preuniversitario había recortado.
Con este librito, que se titula simplemente así, Crónicas y reportajes, a mí se me abrió un mundo nuevo, y no estoy exagerando. Ahora lo voy a confesar: García Márquez fue el principal responsable de que yo recuperara la confianza en el Periodismo. En tercer año de la carrera yo ya estaba bastante desilusionado; casi me había resignado a aburrirme en una redacción cualquiera.
Leyendo los reportajes que el joven García Márquez publicó en la prensa colombiana me dije que el periodismo podía ser divertido, que podía ser una verdadera aventura, que yo también podía narrar historias así; las historias que quería leer en la prensa cubana y que muy raramente aparecían. Me propuse desde entonces ser un periodista a lo García Márquez (más tarde, cuando leí Música para camaleones de Truman Capote, también quise ser un periodista a lo Truman, pero esa es una historia que contaré otro día).
A estas alturas no lo he logrado, pero vamos a asumir que todavía tengo tiempo por delante. En fin, veo que me he disgregado demasiado. El caso es que en ese libro había una serie de crónicas protagonizadas por dos estrellas del cine italiano de los cincuenta: Gina Lollobrigida y Sofía Loren.
El joven García Márquez (todavía no había cumplido ni los 30) estaba en Europa escribiendo reportajes para el periódico El Espectador y en Italia fue testigo de la pelea singular entre dos famosas actrices: la idolatrada Gina Lollobrigida (que al decir de mi padre fue la mujer más hermosa de su tiempo) y la entonces muy joven Sofía Loren (que al decir de este que les escribe fue la mujer más hermosa de todos los tiempos —con perdón de Lauren Bacall, que es mi actriz fetiche).
La prensa del momento bautizó el desencuentro como “la batalla de las medidas”, poniendo en el centro del diferendo las generosas dimensiones del busto de las dos contendientes. Pero en realidad había mucho más allá de la talla de los sostenes. Gina y Sofía diferían en algo más esencial: su actitud ante la vida.
Si Gina era la dama adorable, correcta y comedida, segura de su atractivo; Sofía era el volcán, la que no se atenía a las reglas, la que saludaba a la reina de la Gran Bretaña con la cabeza cubierta de diamantes (los que conocen el protocolo real, saben que a la reina hay que saludarla sin nada en la cabeza).
Gina enorgullecía a los italianos en el extranjero, Sofía los avergonzaba. Gina y Sofía se trataban con evidente displicencia. Lo demás lo inventaron los periodistas, García Márquez entre ellos. Su serie de crónicas narra, con mucho sentido del humor, con cierto desparpajo, las peripecias de aquella bronca. Eso me gusta de esos primeros reportajes de García Márquez: están escritos como al vuelo, un poco al descuido, pero con una frescura extraordinaria. Son como los chismes que te cuenta un amigo ocurrente.
Algunos pudieran pensar que un hombre del talento de Gabriel García Márquez se hacía muy poco favor al dedicarle tanto tiempo a un tema tan baladí. Pero la verdad es que para los periodistas como García Márquez no hay temas baladíes: todo tiene su tono y su momento. En la superficie de esta historia de rivalidades está el amarillismo de las revistas del corazón, pero en el fondo hay un ensayo inteligente sobre un fenómeno muy actual: la adoración del público por las estrellas. Y lo mejor: que no te aburres al leerlo. Pues esa es la crónica que quería escribir: el joven periodista (que todavía no sueña con la gloria) que escribe sobre la bronca de dos famosas actrices. Así que ya lo saben.
PD: Por cierto, llama la atención que a lo largo de toda la historia, Gabriel García Márquez parece más inclinado a la causa de Gina, pero al final reconoce que entre las dos mujeres hay una invulnerable: Sofía Loren. La historia le dio la razón.
SOFIA la mas autentica…!!!