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El escándalo por la discusión de secretos militares en una plataforma de mensajería es la cara visible de un enfrentamiento estratégico entre Estados Unidos e Irán.
¿Arrogancia, amateurismo? Al escribir estas líneas no termina el escándalo por el llamado “signalgate”, el chat sobre un ataque militar inminente en la plataforma de mensajería Signal. Es decir, por la violación de las normas más elementales de protección de los secretos de estado, por parte del elenco estelar que conduce la política exterior de Estados Unidos.
“Fue una reunión de tontos y malvados”, sintetizó un cómico famoso en la televisión estadounidense.
No puede ser ignorancia ni descuido para quienes, como Michael Waltz, asesor de seguridad de Donald Trump, lidian con los vericuetos más íntimos de política, interna o externa, de esta administración.
Así que la inclusión de Jeffrey Goldberg, editor jefe de la conocida revista The Atlantic, en el selecto grupo que participó en el intercambio solo se explica por la arrogancia endémica de los miembros del equipo trumpista y por el amateurismo de los organizadores.
Y fue así, con arrogancia, como dispusieron del ataque contra objetivos en Yemen, situados al otro lado del mundo: seres humanos, civiles y militares, supuestamente blancos válidos para una guerra en la que no participan soldados estadounidenses.
Algunas de las consecuencias se pudieron apreciar de inmediato. Un reportaje televisivo mostraba las ruinas de un edificio biplanta impactado por un proyectil estadounidense. Allí, en una zona residencial, solo estaban un niño y un familiar. Ambos murieron de inmediato. También fue alcanzado un hospital.
El blanco real eran objetivos militares de las milicias hutíes, convertidos en la némesis actual de Israel y de su gran aliado.

Un enemigo imprevisto en una zona estratégica
Los hutíes se han convertido en los más conocidos hoy entre los pobladores de un país desconocido. Yemen ha recorrido una larguísima historia, desde el mítico reinado de Saba hasta las contradicciones de la Guerra Fría, pasando por el vasallaje del imperio otomano y la ocupación de otros poderes, incluyendo Inglaterra.
Yemen es la Arabia Felix (Feliz) de los geógrafos griegos Ptolomeo y Estrabón, la franja sur de la península de Arabia, probablemente el único sitio de esa península donde hay zonas de cierta fertilidad, además del inevitable desierto, a diferencia de la Arabia Deserta y la región rocosa al sur de Jordania, Arabia Petrae (Rocosa).
El islam nació y se orientó hacia el norte de Arabia. Este hecho, junto al colapso de una gran presa y el cambio de las rutas marítimas, desvió hacia el desinterés y el abandono el sur de la península. Hoy, Yemen es uno de los países más pobres del mundo.
Su población asimiló la expansión del islam, de forma que hoy el 56 por ciento es sunita y el 43 chiíta, más una pequeña presencia de otras religiones. Son aproximadamente 34 millones de habitantes en un territorio casi igual al de la España actual, 527 mil kilómetros cuadrados.
Pero su ubicación es estratégica para el comercio mundial. En el sur de la península arábiga, limita con Arabia Saudita y Omán, y su litoral baña el mar Rojo y el golfo de Adén. Es decir, en el punto donde, frente a la costa de África, se inicia el canal de Suez, hasta el Mediterráneo.
Su posición es, por tanto, estratégica: por el estrecho de Bab el-Mandeb, pasa más del 10% del comercio marítimo global, conectando Europa y Asia.

Apoyo iraní
Históricamente, Yemen estuvo dividido en dos estados hasta 1990: Yemen del Norte, gobernado por comunidades hutíes, y Yemen del Sur, más secular, con influencia soviética y china.
Su unificación no trajo la paz esperada, sino décadas de conflictos internos, exacerbados por la llamada Primavera Árabe en 2011, que derrocó a Ali Abdullah Saleh. En 2014, los hutíes tomaron Sanaa, la capital, con lo que se inició una guerra civil que ha devastado el país.
Los rebeldes hutíes controlan la capital Saná y amplias zonas del norte de Yemen. El movimiento hutí Ansarallah o “Partidarios de Dios” nació en los años 90 como una milicia zaidí, una rama del chiismo presente en el norte de Yemen, que denunciaba la marginación de su comunidad.
Fundado por Hussein Badreddin al-Houthi, quien murió en 2004, el grupo ha sido liderado desde entonces por su hermano Abdulmalik. Su ideología combina elementos religiosos con un fuerte discurso antiimperialista y antisionista.
Los hutíes han encontrado en Irán un aliado estratégico dentro del llamado eje de la Resistencia, que incluye a Hezbolá en Líbano, Hamas en Palestina y milicias proiraníes en Iraq y Siria.
Desde 2015, han resistido bombardeos y bloqueos de Arabia Saudita, partidaria de sus aliados que fueron derrocados por los hutíes.
Los sauditas fueron la cabeza de una coalición de una decena de países, de los cuales solo quedan ellos y los Emiratos Árabes Unidos, que no han podido ser doblegados.
Su poder se ha visto reforzado por el apoyo iraní, que incluye armas, entrenamiento y tecnología, aunque Teherán lo niega oficialmente.
Guerra asimétrica
Los hutíes han empleado una estrategia de guerra asimétrica, utilizando misiles y drones de bajo costo frente a la coalición saudita, que cuenta con armamento de última generación.
Desde octubre de 2023, los hutíes han intensificado sus ataques contra buques en el estrecho de Bab el-Mandeb, justamente al inicio del canal de Suez, exigiendo el fin de los bombardeos israelíes en Gaza y la entrada de ayuda humanitaria a Palestina, en lo que llaman “Operación Inundación de Palestina”.
Son ataques contra buques israelíes que navegan en función del comercio israelí, y han afectado el comercio global, forzando a muchas compañías navieras a cambiar sus rutas alrededor de África, elevando los costos para algunos buques.
Esto ha generado un aumento en los precios del petróleo, los seguros marítimos y los costos de bienes de consumo.
Pero lo que explica la situación actual es la solidaridad de los hutíes con el pueblo palestino desde la guerra de Gaza.
Además de las batallas contra Hamás en Gaza y contra Hezbollah en el sur libanés, Israel encaró las acciones de este lejano enemigo, que disparaba misiles y drones en la lejanía y con tal precisión que en ocasiones impactó incluso en Tel Aviv.
EE.UU. respondió formando la Operación Prosperity Guardian, una coalición naval para proteger el tráfico marítimo, pero los ataques continuaron.

Una nueva fase
El 12 de enero de 2024, EE.UU. y el Reino Unido lanzaron bombardeos contra posiciones hutíes y objetivos civiles, incluyendo sitios de lanzamiento de misiles y drones.
Los bombardeos iniciaron una nueva fase del conflicto yemenita.
A la destrucción de posiciones, instalaciones y equipos, los hutíes respondieron con más ataques a buques comerciales vinculados a Israel, Estados Unidos o sus aliados, y atacaron con drones y misiles tanto el territorio israelí como algunas bases estadounidenses en la región. Han reivindicado ataques contra el portaaviones USS Harry S. Truman.
Hoy, los hutíes disfrutan de un gran reconocimiento entre la población palestina. Y para Israel y Estados Unidos, después del cese de los enfrentamientos en el sur libanés, así como de la relativa neutralización de Hamás, el frente más activo es el de los hutíes en Yemen.
Más allá de Yemen
Pero el asunto va más allá de la capacidad disruptiva de los hutíes sobre el comercio y la navegación, o su impacto en objetivos israelíes o en objetivos estadounidenses.
La verdadera discusión es sobre Irán.
Es, desde hace mucho tiempo, la obsesión de Benjamin Netanyahu. Después de comprometer a cada administración estadounidense en su oposición a dar a los palestinos el lugar que legítimamente les corresponde, y de ir derivando de político hábil a cierto tono pontifical y absolutista en la lucha política interna en Israel, Netanyahu aspira a que Estados Unidos le permita dar el puntillazo final a sus intereses regionales: destruir a Irán y su programa nuclear.
Logísticamente le es imposible. Irán está lejos y es muy grande. Solo Estados Unidos tiene la capacidad militar para lograr ese cometido: aviones de largo alcance y bombas que, según dicen, son capaces de alcanzar las profundidades subterráneas donde se asume que se hallan las instalaciones del programa atómico iraní.
Para ello cuenta con el apoyo insustituible del lobby prosionista en Estados Unidos, el mayor y más poderoso aparato de influencia de su tipo en el país.
Para Trump la opción no es tan obvia y parece estar desarrollando su habitual estilo transaccional, la resurrección de la política del big stick.

Ultimátum
Tras enviar una carta al líder supremo iraní, ayatola Ali Khamenei, con un ultimátum de dos meses para negociar sobre el programa nuclear, Trump ha pasado a amenazas directas y contundentes.
“He dejado instrucciones: si lo hacen, serán aniquilados, no quedará nada”, declaró Trump, refiriéndose a la posibilidad de un intento de asesinato en su contra por parte de Irán.
El presidente estadounidense también advirtió que cualquier ataque futuro de los hutíes, aliados de Irán en Yemen, será considerado como un acto directo de Teherán, con consecuencias “terribles”.
Trump fue más allá, amenazando con “aniquilar completamente” a los hutíes si no cesan sus ataques y advirtiendo que “el infierno lloverá” sobre ellos.
Estas declaraciones belicosas se suman a las sanciones económicas intensificadas contra Irán y los ataques ordenados contra posiciones hutíes en Yemen.
La respuesta iraní ha sido cautelosa, con el ministro de Exteriores Abbas Araqchi sugiriendo que Irán podría considerar negociaciones indirectas, pero insistiendo en el alivio de sanciones.
Con el reloj en marcha y las posiciones aparentemente irreconciliables, el riesgo de un conflicto militar en la región del Golfo Pérsico se ha elevado considerablemente.