Nina ya cumplió tres meses de vida fuera de mí. Las semanas pasan volando. Entre las múltiples ocupaciones por placer, sororidad, solidaridad, voluntariado, trabajo, y la labor de mamá 24 horas, llegan los martes, sin que apenas me entere. Dicen los más grandes que esto solo sucede cuando uno es feliz.
Y yo con tantas cosas que contarles. Esto de escribir contra cierres es una de las cosas más emocionantes del periodismo, pero se hace cada vez más difícil. En fin, otro martes y otro Martazos.
Voy por pasos cronológicos para no olvidarme. Me quedé en que salía a vacunar a Nina contra la meningitis y a probar la teta anestésica. Pues sí, la vacunamos. Probé la teta anestésica hasta que la enfermera amorosísima tuvo que pincharla. No se sentía cómoda con la posición en la que estaba la bebé y me pidió sentarla y ponerla de frente a ella, con la piernita derecha flexionada, bien sujeta. Así que no insistí en mortificarla con información nueva, sin darle tiempo a procesarla. Puse a Nina en la posición que me indicaba y le hablé al oído, bajito, en un susurro.
Mientras le decía a mi hija que la amaba y le volvía a explicar, como antes de salir de casa, lo que allí estaba sucediendo para su bien, la pinchó en el muslito. Nina no lloró. La abracé y volví a darle su teta favorita, la izquierda. Esperamos los 30 minutos reglamentarios y volvimos a la casa, sin más inconvenientes.
Nina no tuvo reacciones adversas. Esta vacuna, la cubana, al parecer es más noble en sus efectos molestos que la que se usa en otras partes del mundo y, definitivamente, más que otras del esquema de vacunas para niños en la isla. Y yo pude seguir en mis otras ocupaciones buenas, sin el agobio y la preocupación que provoca que ella esté incómoda, con febrícula.
Veremos si puedo para la próxima vacuna probar la teta anestésica hasta el final. Pero así nos fue mejor que con la pentavalente. (“Nos” no está usado como plural de modestia, forma en la que suelen expresarse los políticos. La teta anestésica sirve para los acompañantes y para el bebé en procesos como estos).
Pero quería escribir sobre el tiempo que vuela. Nina duerme toda su noche que comienza sobre las 9:00 p.m. A más tardar a las 11:00 p.m. la pasamos a su cuna sidecar, y yo, si puedo, me duermo con ella, si no, trabajo o veo película o leo cerquita, mirándola. Media hora después ella comienza a reptar con los ojos cerrados para encontrar mis tetas y cuando las halla se pone a mamar. Yo me acomodo para su sosiego y duermo. Esto sucede 3 o 4 veces en la madrugada. (Todavía tengo que resolver qué hacer con el brazo derecho que amanece adolorido en la articulación de hombro).
Entre las 5:00 y las 6:00 a.m., se despierta con una felicidad calma. Le doy los “buenos días, mi florecita silvestre, mi mañanita invernal, mi sol con nubecitas” y despedimos a la luna, saludamos al sol, a los pajaritos que recién se despiertan, a los animalitos que cuelgan del móvil que le mandaron Oldivia y Jorgito desde Nuevitas, a las personas que van al trabajo…, a papá que abre los ojos para cambiarle el pañal y hacer un cafecito antes de otra mamada larga y subir a la azotea a coger sol, si el día lo consiente.
Luego unos 3 minutos de ejercicios de estimulación temprana y otros minutos más, los que demande Nina, de juego. Ahora todo esto es más fácil para mí y divertido para ella. Nuestros soles amigos Mia, Silvita y Jorgito nos donaron el gimnasio que no nos podíamos permitir (sus precios superan los 50 CUC en las tiendas cubanas, como la del Hotel Habana Libre) y que sustituyó a mi vieja manta de yoga y mis brazos que mueven juguetes.
Casi siempre que las obligaciones nos lo permiten, el baño a media mañana (porque se pueden bañar después de comer. Lo contrario es un mito) y una siestecita que dura muy poquito porque ella precisa dormir menos y porque la ciudad es un infierno de ruidos: sierras, claxon, gritos, alarmas de carros, frenazos… Hace falta una Ley viable, verdadera, contra la contaminación sonora o nuestros hijos serán más estresados que nosotros. Ahí aprovecho para lavar su ropa del día anterior y algo de la nuestra; es mi única obligación hogareña fija. Dependiendo de los tiempos que Nina me deja, voy colaborando activamente en lo que haga falta.
Jugamos otro rato, sin necesidad de un set especial. Ponemos a volar la imaginación, y más tetazo largo y otro sueñito que nos permite almorzar. Y así, un ciclo que solo se altera un poco si llega visita planificada o sorpresa justificada o alguna esporádica salida, hasta las 9:00 p.m., como les conté. A Nina le gustan sus rutinas.
Así, divertida, ocupadísima, mi tiempo vuela, llega el martes y otro Martazos, para que yo sienta una de las emociones que me hicieron ser periodista por encima de muchas otras cosas y, sobre todo, para que pueda decirle a Nina cada día, muchas veces, lo feliz que soy de ser su mamá.
Besos, a ver si las paso a ver. Ya no tengo la gripe terrible!
Qué tierno!! Ojalá todas las mamás lo vieran así. Lo llevas muuuy bien. Nina está creciendo rodeada de amor, paz y felicidad
Juliette querida, gracias por acompañarnos