Durante mi infancia y adolescencia, el año 2000 era sinónimo de futuro remoto, ciencia ficción, progreso inimaginable.
Seguramente cosas como la novela Looking backward (1888) del escritor socialista norteamericano Edward Bellamy, rebautizada El año 2000 y publicada en Cuba en 1969 por la Colección Dragón, prepararon el terreno. En cualquier caso, cuando uno apenas cuenta diez o doce años, la perspectiva de los 37 (la edad que yo tendría a la llegada del 2000) parece increíblemente remota. Suponía que para entonces habría paz mundial y viviríamos en el comunismo desarrollado, ir a la Luna sería tan sencillo como un viaje interprovincial, nadaríamos en la abundancia… En fin, era lo que aseguraban los mayores. Como casi siempre ocurre con las predicciones, el mundo se empeñó en tomar para otro lado: el muro comunista se vino abajo y quedó en pie el peor ladrillo, Corea del Norte; cada vez hay más guerras, la gente no nada en la abundancia sino más bien hacia ella… Solo una cosa resultó cierta: ir a la Luna sigue teniendo más o menos el mismo nivel de dificultad que un viaje interprovincial.
Mucha gente tuvo hijos en el 2000, se casó en el 2000, tomó decisiones trascendentes ese año, como si la cifra cerrada y el consecuente cambio de milenio fuesen a curar a la humanidad de todos sus males, o más bien de su mal de fondo, esto es, la estupidez inherente a la especie. La verdad fue mucho más cruda: los nacidos en el 2000 no son mejores que quienes les precedimos ni que aquellos que les suceden, viven con la vista clavada en sus adminículos móviles y no les interesa cambiar el mundo, salvo que cambiar el mundo sea un videojuego en línea; la proporción de divorcios entre los casados ese año es por lo menos igual a la de cualquier fecha menos conspicua; las decisiones asumidas por entonces, como ha ocurrido toda la vida, parecen brillantes o estúpidas en la medida en que reflejan el talento o la opacidad de quienes las tomaron. La tecnología presente nos resulta fabulosa a quienes, espoleados por el ya citado Bellamy y otros (Isaac Asimov, Iván Efrémov, el cine de CF y hasta canciones como 2000 man, de Jagger y Richards) nos figurábamos un futuro plagado de robots humanoides, ropa plateada y computadoras del tamaño de edificios, pero ni así: a nivel global, del 2000 acá ha sido la misma mierda que el milenio precedente.
Por otra parte, y más allá de los milagros que la gente esperaba de él, la verdad es que fue un buen año. Al mundo le bastó con que no hubiera una hecatombe informática. Y como todo es relativo, no comprenderíamos cuán bueno había sido hasta que pudimos compararlo, en retrospectiva, con el terrible 2001, cuando se nos vino encima la tragedia del 11 de septiembre y el mundo cambió. Para peor, naturalmente. Desde que el futuro es pasado han llegado nuevas guerras en nombre de la democracia, nuevos crímenes y peores crisis, seguimos destrozando el planeta y negándonos a aprender. La paz y la Luna parece más lejos que nunca. Como Puerto Padre, pongamos por caso.
¿Seguimos necesitando un límite, una meta, el fin de la condena? Probablemente sí. Claro que ahora no tenemos un año tan redondo y adecuado en perspectiva inmediata, y al parecer debe serlo: nadie espera que el 2023 o el 2114 resulten especiales. ¿El 3000? Bueno, yo ya seré muy viejo, aunque para entonces habrán triunfado la paz y la justicia en el mundo y este sí, seguro, será un país desarrollado.