Todos los habaneros tenemos una guagua fetiche.
Desde que mis padres me dejaron salir solo, por allá por el bajo Pleistoceno, la veintisiete fue mi guagua de cabecera. Con ella se va del Nuevo Vedado a “La Habana” (es sabido que los capitalinos llamamos así sólo a los municipios de Centrohabana y La Habana Vieja) pasando por el Vedado, lo que significa que los cines, los teatros, las librerías y los museos jalonan su recorrido. Para un adolescente, eso significaba que la veintisiete conectaba con el mundo. La fascinación matriz, ahora lo comprendo, no era tanto por el vehículo como por el viaje. La guagua te tocaba, no la escogías, pues por lo general era la única con un recorrido conveniente, pero aún a tan reducida escala, aún siguiendo un derrotero conocido, el viaje siempre traía aparejada la promesa de aventura, de encuentros inesperados, de historias que contar. Las cosas interesantes que pueden ocurrirte sólo ocurrirán si (cuando) te desplazas.
A cada rato se anunciaba la compra de una nueva remesa para aumentar el parque de vehículos al servicio del transporte urbano. Y hubo una época en que se habló de construir el Metro de La Habana. Tonterías. Guagua, por definición, es un aparato atestado, defectuoso y tan difícil de ver como un almiquí albino. Tengo edad suficiente para recordar sus diferentes versiones (conocí incluso las viejas Leyland, luego las rojas Girón y las blanquiazules de hoy) y puedo asegurar que, independientemente del color, la forma o el país de origen, todas venían repletas y atrasadas; sin embargo, subir a una con un grupo de amigos, pedir permiso y escurrirse como una anguila hasta el fondo –que siempre estaba vacío, de creer a los choferes– es el tipo de memoria que, de tan familiar, se convierte también e inesperadamente en objeto de nostalgia. No porque la veintisiete ya no exista o no venga llena, sino porque hace más de veinte años que no cojo guaguas. Bueno, tal vez una o dos veces al año, pero no más. Lo mío son los boteros y, sobre todo, caminar. Andar La Habana.
Había otras rutas, amantes eventuales: la cientoveintisiete (una prima joven y pija), la diecinueve y la cientodiecinueve (hermanas por parte de madre), la setentinueve, la veintidós, que entraban en mi vida a medida que lo hacían nuevos amigos, novias o lugares de trabajo, pero mi relación oficial, mi compromiso era con la veintisiete. Esperar en la parada de la avenida 26, mirando de reojo a candidatos a pasajeros que con el paso de los días se hacían familiares, o bien cagándote en la madre del chófer de la que acaba de pasar y no paró (y eso que iba vacía, como siempre apostillaba una señora vibrante de indignación cívica)… uf, todo eso se ha hecho con los años tan entrañable y tranquilizador como la comida casera. También había muchachas universitarias con las que tratabas de establecer diálogo una vez dentro del Arca; por períodos detectabas alguna que siempre subía en determinada parada, pero no siempre coincidía contigo; cazarle la pelea a la dorada manzana del eterno deseo (como diría Kundera) era, entonces, una razón adicional para llegar puntual a tu cita con la veintisiete.
A veces no tenías el dinero justo, y entonces ensayabas la cara con que enfrentarías al chofer para que te dejara pasar. ¿Un guiño cómplice? ¿Una mueca lastimera? ¿Una explicación breve y melodramática? Total, luego subías y el tipo te ignoraba.
El inmortal texto de Zumbado acerca de las guaguas, convertido en estridente monólogo por Carlos Ruiz de la Tejera, no contemplaba la veintisiete. Bueno, cada uno adoraba, como dije, a su diosecillo particular. En cambio, mi guagua tenía mucho en común con las de Zumbado: por ejemplo, la manera en que uno aprendía a apostarse un poco antes o un poco después de la parada, calculando que ella nunca se detendría en el lugar correcto. Uno no esperaba a la guagua: corría hacia ella. Ver que los ómnibus llegan en el minuto prescrito en los horarios visibles en la parada, que se detienen adonde deben e incluso te aguardan por unos segundos, constatar luego que casi siempre hay asientos vacíos, todo eso forma parte de los choques culturales del cubano que viaja a países desarrollados. De hecho, no hay nada que te ponga más nervioso en Europa que escuchar indicaciones de parte de un nativo: toma este ómnibus hasta la estación de ferrocarriles, llega allá a las siete y cincuenta y cinco, y a las ocho y tres minutos sale tu tren, tómalo, yo te esperaré en la Estación Central. ¿Ocho minutos? ¿Cómo se puede estar seguro de que la guagua llegará en tiempo y el tren saldrá a su hora? Bueno, pues se puede. Es más, ellos no entienden nuestro desasosiego, pues en su mundo no hay ningún motivo para los retrasos.
A diferencia de muchos amigos, la veintisiete sigue ahí. Como a una antigua amante, ya no la frecuento, pero me reconforta saberla viva. A mi edad, con eso basta.
Bonito articulo , eduardo soy de tu generación mas o menos, tengo 54 años ,también como tu monte todos esos tipos de guaguas que mencionas hasta la leyland,mi guagua era la ruta 1, que salia desde parraga y llegaba hasta por donde se cogía la lanchita de regla,y ese era uno de mis paseo cuando era un muchacho , yo y un amigo de los que siempre tiene uno en la infancia ,la cogíamos en el reparto santamalia donde vivíamos e íbamos hasta su ultima parada y después regresábamos en la misma,esa ruta existe aun pero cambio su recorrido, ya ni se por donde va,gracias por tarernos esos recuerdos de una etapa de la que disfrute mucho, un saludo
jaja, me rei un poco, buen articulo
La 27, al igual que la 26 con similar recorrido, eran en sus inicios omnibus GM (General Motor), comprados de segunda mano pero en muy buen estado. En la actualidad la utilizo en su recorrido desde los muelles hasta el Vedado.
la 27 tbn fue mi guagua preferida de nuevo vedado hasta el parque central y d eso hace mas d 50 años era un chama y asi aprendi a conocer la’bana
…Y como nos sacó de apuros cuando todo parecía perdido. ¡Gracias por este artículo! Me has recordado tantas cosas!!!!!
La 27 y la 227. Ambas me dejaban cerca del zoológico de 26. Las cogía con mis padres cuando era un fine. 🙂
la 27 me llevaba desde la universidad a la beca de 12 y malecon en mis tiempos de estudiante. es una pesadilla coger guaguas, pero no se le puede negar cierto encanto
Cronología de mi relación personal con el transporte público de La habana
Con las guaguas (ómnibus):
Las Leyland, que convivieron con las Pegaso (160), las primeras me movieron por casi toda la provincial, las segundas me llevaban a visitar a mi abuela paterna a Rancho Boyero. Algunas Skodas las monté con mis padres para visitar a mis hermanas en los campamentos en el campo en Pinar del Rio y municipios de la periferia de La Habana, cuando esta incluía a lo que ahora son 3 provincias. Después vino la familia de las Girones, (la Aspirina, la mediana y la más grande), aunque en realidad fueron las primeras guaguas que no vinieron, sino que nacieron aquí (aunque “órganos importados”). Luego las Ikarus. Esas si entraron con fuerza, recuerdo que las extintas rutas 30 y 81 paraban en el parque Coyula, (30 y 19), con una frecuencia de 8 a 10 minutos!!, parece Ciencia Ficción. Luego ocurrió la debacle del llamado “campo”y con ella llegó…, La Bestia!!, el único, el irrepetible!, el monstruo de las dos gibas, el “unificador de las grandes masas, el… Camello Origina!!l. Y finalmente nos llegaron las frágiles nunca suficientes Yutones.
Con los taxis:
Primero los ahora llamados boteros, pero entonces asociados en los que llamaban ANCHAR. Luego los bellísimos Alfa Romeo (tronco de hierro con la capacidad de alcanzar hasta 220km/h!, y que con esa misma prestancia se hacían talco cuando chocaban con un poste).Luego los pequeños Toyotas y Doges, y casi juntos con ellos, al menos en mi memoria, los Ford Falcon y los Chevis, estos últimos hasta que llegó el día en que por falta de piezas (igual que todos los anteriores) desaparecieron (aunque luego algunos, por razones que desconozco, volvieron a aparecer pero con matricula particular).
Gracias por tantos recuerdos! Yo cogía la 32 la 132, pero mi preferida era la 198, que nunca pasaba, la eterna confronta!
la mia es la 67
Nadie menciona las Hino. Durante un tiempo -finales de los 60 o inicios de los 70, tal vez- rodaron también por toda Cuba, incluyendo las calles de la capital.
Muy bueno el artículo… Creo que la 27 a pesar del tiempo sigue siendo una guagua complicada…. Y más después como bien dices, le quitaron todos sus primos…. 227,19,119.. Las rutas que te servian de Nuevo Vedado a “La Habana”
Y todavía tiene el mismo recorrido? no cojo una 27 hace 30 años.
La 27, si, esa es mi guagua, yo llegando del campo, no sabia nada de La Habana, mi tia me indicó que la 27 siempre me iba a servir, ademas la parada estaba cerca de la casa, y por 7 años fue mi guagua, que importaba que la Diana me dijera que si iba en la 27 no me iba a esperar, pq la 27 era una fantasma, yo siempre la esperaba
Genial, la mia, era la 100 que en temporada de Verano se convierte en una mission impossible la hoy conocida como P10. Pero no hay duda q la nostalgia llega donde todo del q te empuja y pone cara de “no es mi culpa, Mira como esta estoy. Gracias por este articulo
Lo mio son los P: P7, P1 y el P2. Alucino con que se pueda recorrer tanto en un solo viaje… Eduardo donde consigo tu libro? Zapatie la Habana entera la última vez que estuve, y nada.