¿Qué pasa por la mente de los censores?

Retrocedemos. Como diría Lenin, un paso adelante, dos pasos atrás.

Después de haber comenzado con buen pie su recorrido por el circuito de eventos internacionales, Santa y Andrés de Carlos Lechuga ha sido rechazada por el Festival habanero.

Partamos de la premisa de que los censores piensan que hay una lógica, por retorcida que sea, detrás de sus acciones. Y de sus inacciones. Puedo entender el trazado de límites: la mayor parte de las sociedades modernas rechaza de una u otra forma las expresiones que le resultan moralmente inaceptables. Cualquier obra fascista, racista o anexionista debería, en mi opinión, ser censurada. E incluso el anexionismo, con todo y lo repugnante que (me) resulta, podría generar un debate saludable.

Ahora bien, intentemos desentrañar la lógica del delimitador de primaveras. ¿Qué se gana censurando una película?

-Que la gente no se contamine con un producto ideológicamente perverso y de baja calidad artística: Falso. Es obvio, debería ser obvio para ellos que la gente toda la vida ha buscado con más voracidad lo prohibido. Por demás, quienes rechazan la película no saben nada de cine y sí mucho de cómo flotar sin hundirse. Los cineastas, en cambio, recomendaron la inclusión de la película en el certamen. Dicho de otro modo, el ICAIC no escucha a quienes se supone representa.

-Quitarle protagonismo al producto condenado y al artista que lo creó: Falso. Por el contrario, lo que se consigue es crear otro enorme revuelo mediático en todo el mundo y en la blogosfera cubana independiente. Estos no son los tiempos en que se podía desaparecer a alguien, condenarlo a un no ser creativo, como ocurrió con Virgilio Piñera.

-Que el artista se porte bien: Falso. La injusticia genera rebeldía. Y cansancio, pero de otro tipo: no es que el artista deje de crear, es que deja de crear aquí. Ahí tenemos a Ian Padrón y a Juan Carlos Cremata en los últimos tres años. Es decir, ahí no los tenemos, pues los artistas simplemente emigran a latitudes más tolerantes. No es que no queden cineastas en Cuba –uno levanta una piedra y hay diez realizadores independientes–, pero de lo que se trata es de no seguir negando espacios y cortando las alas a artistas de talento, de no seguir purgando de rebeldes el arte nacional.

-Que los artistas no cuenten mentiras sobre nuestra realidad: Falso. Falso, en primer lugar, que el arte deba contar las cosas con absoluta verosimilitud histórica; en segundo lugar, que fueran mentiras las que esta obra refleja. E incluso si lo fueran, habría que demostrarlo con argumentos, no con excomuniones. La censura solo genera resentimiento.

-Ellos están ungidos con el don de saber lo que nos conviene: Falso. Si algo saben, es lo que les conviene a ellos. La sociedad cubana no es un párvulo inocente que se va con el primer engañabobos. (Y si lo fuera, habría que ver quién la convirtió en eso).

-Esas son pataletas de una minoría disidente e intelectualoide: Falso. Errores históricos como los que refleja la película afectaron –y afectan– a mucha gente. Como diría Frank Delgado, nos quieren mansitos e incondicionales, pero el arte no puede ser complaciente, tiene que provocar, y una manera de hacerlo es hurgar en lo más incómodo y soslayado del pasado reciente (aunque, desde mi punto de vista, no debe limitarse a eso).

Lo que subyace acá es, en sustancia, el recelo conservador ante cuanto se escape de las manos de los censores, el deseo de eternizar un estado de emergencia en el cual un proyecto independiente no es solo incómodo, sino un crimen. Es la noción de que tanto la historia como nuestra vida deben ser diseñadas desde arriba. No se trata de que «este no es el momento» para decir esto o mostrar aquello, pues mientras los censores obren con impunidad, ese momento no llegará nunca.

En una sociedad sana el progreso de las libertades y el bienestar ciudadanos debería ser constante. Deberíamos mirar al pasado y ver cuánto hemos mejorado y no cuántos viejos errores estamos repitiendo. El artista propone, se arriesga, se mete en candela porque, en buena medida, en eso consiste ser artista. El mundo nos pasa por el lado y mira con curiosidad nuestra miseria, y en el mejor de los casos le toma un par de fotos.

Con una cámara buenísima.

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