Antes para los cubanos
viajar era una odisea.
Una especie de tarea
para tipos sobrehumanos.
Pasaban por tantas manos
que era todo una desgracia.
La palabra Diplomacia
con su pose sempiterna,
era una cómplice externa
del palabro Burocracia.
Antes dar un viaje era
un problema extraordinario,
un auténtica calvario
que exasperaba a cualquiera.
Solo quien “confiable” fuera
iba y volvía triunfal.
Un Congreso. Un Festival.
África. América. Europa.
Y para comprar la ropa:
¡la Tienda Internacional!
La Tienda estaba en Galiano,
entre Zanja y San José.
Yo jamás olvidaré
mi primer faster lejano.
Con una carta en la mano
entré en La Internacional
y allí había, menos mal,
zapatos y pantalones
en mejores condicionas
que la media nacional.
¡Bendita equidad social!
Como éramos casi hermanos
para viajar los cubanos
vestíamos siempre igual.
¡Oh, Tienda Internacional!
¡Tú conforme, yo conforme!
¡El planeta es tan enorme!
Y nosotros (vaya asunto)
éramos como un conjunto
musical con su uniforme.
Cuando una delegación
cubana llegaba a Europa
se sabía por la ropa
quiénes eran: ¡vaya unión!
Ni una sola confusión.
Ni una persona extraviada.
Pupila multiasombrada.
Estupor uniformado.
Bigote recién peinado.
Sonrisa recién planchada.
Llegabas a un aeropuerto
y a la legua se sabía
cuántos cubanos había
solo por su ropa, ¿cierto?
Pulóver de cuello abierto.
Relojes rusos (¿Betina?)
Alguna corbata (¿china?).
Pantalón campana (cheo).
Y zapatos Amadeo,
negros, con puntera fina.
Zafaris de mangas cortas
Camisas de mangas largas.
Blazers de rayas amargas.
Corbatas aprieta-aortas.
Portafolios de “¿y qué portas?”.
Leotardos para mujeres.
Medias panties y brasieres.
Blusas de lunares rojos.
Gafas de “cierra los ojos”.
Y andares de “y tú quién eres”.
Entre el visado, el pasaje,
la carta de invitación
y aquella “autorización”
se hacía infinito el viaje.
Y para que el equipaje
tuviera ropa “especial”
la Tienda Internacional
era lo más parecido
a una shopping en sentido
nostálgico-literal.
Para viajar se pedía:
Pasaporte. Invitación.
Tarjeta blanca (un cartón
que muchas veces dolía).
La visa (si se obtenía).
El permiso del trabajo.
El pasaje (siempre bajo
sospecha del no regreso).
Un burocrático exceso
que angustiaba con carajo.
Ahora es en la ventanilla
de la sede consular
donde el sueño de viajar
se convierte en pesadilla.
Hasta el CVP te humilla.
Las secretarias son diosas.
Dudas. Preguntas nerviosas.
Incertidumbre. Temor.
Todo parece un favor.
Tufo a prácticas mafiosas.
La cola turbia e inmensa.
Las entradas y salidas.
El vendedor de comidas
contra el vendedor de prensa.
El que espera recompensa
por hacer bien su labor.
Un simple trabajador
que fastidia a los demás
y se cree que tiene más
poder que el Embajador.
Dice el funcionario: “Al grano”
con cara de qué me importa,
y no sufre y no se corta
y hasta se le va la mano.
Tú, en cola desde temprano.
Tú, a veces duermes en frente.
Y el funcionario indolente,
el Mago del Peloteo:
“no sé”, “hay que ver”, “no lo creo”,
“lo siento” (¿pero y qué siente?).
En fin, que viajar ha sido
necesidad y aventura.
Pero se logra y procura
el faster, el recorrido.
Aunque mucho se ha sufrido
por suerte, todo ha cambiado.
Los cubanos han logrado
disfrazarse de felices
y viajar a los países
que no les piden visado.
Porque el cubano improvisa
yendo al Este, al Sur, al Norte,
con dinero y pasaporte
si no necesita visa.
Los que consiguen divisa
se marchan a cualquier lado.
Repasemos con cuidado
a qué país, sin dudar,
puede un cubano viajar
sin necesitar visado.
Pueden viajar con astucia
a Cambodia y a Indonesia,
las islas de Micronesia,
Montenegro o Bielorrusia.
A Islas Cook, o Kenia, o Rusia
muchos cubanos se van.
Seychelles, Laos, Kirguistán,
o rutas alternativas
como Tuvalu, Maldivas,
Niue, Palau y Kazajstán.
No importa si África o Asia
o Europa u Oceanía.
A Serbia y Santa Lucía,
Georgia, Granada, Malasia.
Aunque no le vea gracia
al cubano le da igual
ir a Timor Oriental
que embarcarse en algún tour
a Vanuatu o Singapur
(cualquier destino final).
Puede salir de La Habana
alguien de Guanabacoa
rumbo a Mongolia, Samoa,
rumbo a Namibia o Botsuana,
Guinea, Togo, Guyana
(tierras de extraños relieves).
O a San Cristóbal y Nieves,
San Vicente y Granadinas,
o Uganda… ¡Ni te imaginas!
“Me voy a donde me lleves”.
Y no es viajar por viajar.
Ya dije: el viaje es negocio.
Nada de turismo y ocio:
se viaja para mercar.
Son viajes para comprar
la famosa “pacotilla”:
ropa barata y sencilla,
utensilios y detalles
para vender en las calles
de nuestra mayor Antilla.
Ropas para la reventa.
Piezas para la “candonga”.
Que nadie en duda lo ponga:
parece que da la cuenta.
Todo sirve, todo en venta,
al detalle, al por mayor.
Al principio era Ecuador
el destino preferido,
pero Quito ha sucumbido
y ahora “Moscú es lo mejor”.
Ahora viajan a Moscú,
pero no es fácil, se abusa.
¿Tovarich? No. ¿Mafia rusa?
Quién sabe. ¿Moscú? ¡Allá tú!
Aeroflot, vodka y menú
que recuerda a los de antes.
Los isleños negociantes
saben que, ya sin controles,
los antiguos konsomoles
se han metido a traficantes.
Aunque es dura la jugada
(caro el billete de avión)
recuperan la inversión
comprando piezas de Lada.
Pero hay gente preocupada
porque nada más llegar
hay que invertir en comprar
un abrigo de 100 fulas
ya que si no nuestras “mulas”
se podrían congelar.
Y pagar a un traductor,
pues no puedes comprar solo.
Con el intérprete “bolo”
todo puede ser mejor.
Quiero decir, “no peor”.
Bololandia es un enredo.
Moscú no cree… Y no me quedo.
Qué idiosincrasia. Qué estética.
La Cosa Nostra ex-soviética.
La Cosa Bola, qué miedo.
Putin “puteando” al vecino
y el zar Fiodor Bisneshenko
(hijo de Alcaponeshenco)
controlando tu destino.
El cubano a comprar vino
y hasta el Kremlin es mercado.
Los rusos, que han olvidado
lo que era la URSS ayer,
son capaces de vender
a Lenin embalsamado.
Pero bueno, da la cuenta.
Ya la compra está cerrada,
ya están las piezas de Lada
y hay ropas para la venta.
El negociante comenta
lo que pierde y lo que gana.
Y luego llega a La Habana
-¡al fin en tierra insular!-
y se tiene que fajar
con las pesas de la Aduana.
Un nuevo caso de éxito
Tony, el marido de Rosa,
viajó del verde caimán
a tierras de Gengis Kan,
esteparia y misteriosa.
En Mongolia está la cosa
“buena” para los isleños.
Cero visa y muchos sueños.
Buenos precios y mercados.
Entre mongoles montados
sobre caballos pequeños.
Tony, el hijo de Anatolia,
hasta su almendrón vendió
y con la plata compró
billete para Mongolia.
Por poco muere de embolia
en Mongolia, la verdad.
Pero ahora en la vecindad,
el más listo de los Tonys
es quien proveer de ponis
los parques de la ciudad.
retrató la realidad. jaja muy bueno!
Esto es genial. Verdaderos marco polo somos los cubanos, si nos dieran un chance en cuba no faltaria nada, pero q nadie toque nada, yo solo puedo tocar, y asi de paso culpamos al malvado imperio de todos nuestros males.todo calculado.
Muy bueno !!! A eso nos ha condenado Ruperto Marcha Atras (R)
Genial!
Muy bueno, excellente.
Triste reconocerlo, pero no se puede tapar el sol con un dedo.
Alexis Diaz Pimienta es un maestro de la improvizacion y el repentismo.
Que buen escrito,actual y muy bien ilustrado