El cine cubano que no se ve

Espejuelos Oscuros. Dir. Jessica Rodríguez. Foto: Tomada de Facebook.

Espejuelos Oscuros. Dir. Jessica Rodríguez. Foto: Tomada de Facebook.

Durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana (FINCL) de 2010, dos películas cubanas despertaron el entusiasmo de mucha gente. Molina´s Ferozz era la opera prima del enfant terrible y prócer de la producción independiente nacional, Jorge Molina. Memorias del desarrollo era la revisitación y retomada de asuntos dejados en vilo por Tomás Gutiérrez Alea, en 1968, en Memorias del subdesarrollo, a cargo de un joven cineasta iluminado, Miguel Coyula.

La de Molina participó en la competencia del Festival, mientras que la de Coyula se ubicó fuera de concurso. Pero acabó el Festival, llegó 2011 y ninguna tuvo estreno. Al tratarse de películas transgresoras, cada una a su manera, casi nadie se cuestionó su ausencia de la programación en salas. Estamos acostumbrados a hacer como que ciertas cosas no sucedieron.

En 2013 me ocupé de revisar el panorama de la exhibición de películas cubanas en los circuitos de estreno del año anterior e inicios de ese. El de aquel tiempo era un escenario destacable. En 2012, hubo casi un largo cubano mensual en las carteleras de los cines: Vinci (Eduardo del Llano), Fábula (Lester Hamlet), Verde verde (Enrique Pineda Barnet), Y sin embargo… (Rudy Mora), Juan de los Muertos (Alejandro Brugués), La piscina (Carlos Machado), Chamaco (Juan Carlos Cremata), Amor crónico (Jorger Perugorría), Los desastres de la guerra (Tomás Piard), Penumbras (Charlie Medina) e Irremediablemente juntos (Jorge Luis Sánchez). Y si bien entre noviembre y diciembre no hubo largos de ficción cubanos, sí una larga lista de estrenos de cortos y mediometrajes, sobre todo documentales.

Comenzando 2013, se produciría el estreno masivo de La película de Ana (Daniel Díaz Torres), en febrero el de Esther en alguna parte (Gerardo Chijona) y en marzo de Si vas a comer, espera por Virgilio (Tomás Piard).

En ese análisis se hacía notable la manifestación de tendencias que se acentuarían hacia el futuro. Una, el incremento notable de filmes cuya circulación no sigue la ruta natural para encontrar su público: el modelo tradicional de premier en festivales (sobre todo el de diciembre), estreno en salas, paso al circuito nacional de salas de video y, con suerte, pase por la televisión nacional, no se cumple para todos los títulos por igual.

Los títulos que merecieron un estreno vigoroso y de larga duración en el período analizado fueron Y sin embargo…, La película de Ana y Esther en alguna parte. La ventana de exhibición de Chamaco, La piscina y Fábula fue muy reducida. Chamaco y Verde verde, por ejemplo, padecieron de una premier breve y luego mudaron a salas de segunda categoría, que las retiraron de cartel a la semana de su premier. El Multicine Infanta, una instalación pequeña, de apenas dos tandas diarias, acogió la mayoría de las películas cubanas, mientras que los populares Yara, el todavía en activo Payret y algunas más, mostraban sobre todo títulos estadunidenses, franceses, españoles.

2016 ha sido el año de peor tratamiento del cine cubano en las pantallas del país. Si se toma como referente (algo natural, teniendo en cuenta que muchas películas se finalizan en la segunda mitad del año con el propósito de someterlas a la legitimación de algun concurso internacional) el Festival de diciembre, hay cifras alarmantes.

En diciembre de 2015, Cuba tuvo un número inédito de largos en concurso: diez. De ellos, hasta hoy, a punto del cierre del año, solo han tenido estreno oficial: Bailando con Margot (Arturo Santana), Cuba libre (Jorge Luis Sánchez), La cosa humana (Gerardo Chijona), Café amargo (Rigoberto Jiménez) y El acompañante (Pavel Giroud) –otro de esa lista, Vuelos prohibidos (Rigoberto López), había sido estrenado durante 2015. Rápido y mal: la mitad.

Entonces, mientras se conocen los títulos de las películas que deben representar a Cuba en el cercano 38vo. Festival, quedan pendientes de estreno Espejuelos oscuros (Jessica Rodríguez), Caballos (Fabián Suárez), El tren de la línea norte (Marcelo Martín) –primer largo documental cubano elegido para la sección competitiva del FINCL desde 2008 y ganador en su categoría en el Festival de Cine Pobre 2016 de Gibara–, y La obra del siglo (Carlos Machado) –película galardonada en diferentes festivales internacionales y la única de esa lista que mereció un galardón del jurado en el Festival de 2015.

La primera reacción sería detenerse en que todos los títulos sin estreno son de producción independiente. Un largo de 2014, Jirafas, de Enrique Álvarez, que tampoco ha merecido estreno hasta la fecha, debería formar parte de esta lista. Melaza (Carlos Lechuga, 2014) se salvó por un pelo de semejante destino, pues pese a las reticencias del ICAIC a estrenarla –a algunos funcionarios les causaba escozor su secuencia final-, se mostró cinco días en una de las salas del Multicine Infanta. A razón de dos funciones por jornada. Y hasta más verte.

Pero este fenómeno forma parte de un problema más complejo. También durante el FINCL de 2015, tuvieron su debut documentales hasta hoy no exhibidos: Eyes Half Shut (Los ojos medio cerrados), de la cubana Deymi D´Atri; Casa Blanca –ganador en su categoría de ese certamen-, de la egresada de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños (EICTV) Aleksandra Maciuszek, coproducción entre Cuba, México y Polonia; y el excepcional They Are We (Ellos somos nosotros), de Emma Christopher y Sergio Leyva Seiglie, coproducido entre Cuba, Sierra Leona y Australia. En lo que va de año, un largometraje documental como El tío Alberto (Marcel Beltrán), participante de la Muestra Joven ICAIC de 2016, permanece sin estrenar.

¿Quién decide qué se estrena y qué no? ¿Cómo y bajo qué criterios se diseña esa política? ¿Existe alguna clase de prejuicio en la cartelera de estreno con los documentales? ¿Son los cineastas quienes deben solicitar la exhibición de sus obras o algún especialista o comisión tienen el encargo de considerar la calidad de las películas, la propuesta de exhibición y la negociación con sus productores? Durante la época en que Alfredo Guevara y Julio García Espinosa presidían el ICAIC (en concreto, entre la fundación del instituto en 1959 y el 2000), la Presidencia de la institución decidía qué filme cubano exhibía y cuál no. Al tratarse el ICAIC de la única productora y, simultáneamente, del ejecutor de la política de exhibición, todo quedaba en casa.

La Ley 169 de 1959, de creación del ICAIC, indica que esta institución tiene la obligación de “organizar, establecer y desarrollar la distribución de los films cubanos o de coproducción”. Su artículo decimoprimero reza: “El Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos se encargará asimismo de promover la distribución de los films cubanos en el mercado nacional en una forma organizada y sistemática…”

Como se verá arriba, en los últimos tiempos esta tarea se cumple mal. A partir de este siglo, la potestad de la Presidencia del ICAIC para decidir la política de exhibición desborda su jurisdicción. Ese modelo de control y toma de decisión autoritaria y vertical no se corresponde con el escenario de producción del cine nacional actual.

Porque las crifras no mienten: en la cartelera de estrenos, las producciones independientes tienen menos probabilidades de exhibición. Y ello no depende necesariamente de la calidad de las películas. Tampoco de su tema o de la probable “conflictividad” pública que podría generar cierto y determinado título. Más bien, tras este panorama se adivina la desidia. Y no poca irresponsabilidad. Muchos de los directores cuyas obras no se estrenan, esperan por una invitación que nunca llega. Esa situación ha provocado que, triste y paradójicamente, varios de los mismos realizadores pierdan el interés por estrenar sus filmes en Cuba.

La productora Claudia Calviño, directora de Producciones de la 5ta. Avenida, se ha referido recién a la desconfianza existente. Ella declaró en una entrevista: “La verdad, yo prefería tener instituciones y organizaciones oficiales que nos representen, que promuevan el trabajo de TODOS los cineastas cubanos, que siempre busquen maneras de apoyar y fomentar el desarrollo, la producción, la distribución y la exhibición de las películas cubanas TODAS; instituciones que luchen y se fajen, en todas las instancias, porque haya más facilidades y oportunidades para la creación audiovisual. En fin, creo que el cine cubano se merece organismos, instituciones y dirigentes que luchen incansablemente porque haya más cine.”

Pavel Giroud, director de El acompañante, estrenada el pasado octubre pese a tratarse de un título cuyo tema –el confinamiento y represión de los primeros contagiados con el SIDA en Cuba– no agradaba a mucha gente, y que representará al país en los venideros premios Oscar y Goya, tiene una posición muy clara al respecto: “Yo sé que a muchos funcionarios cubanos no les gusta El acompañante, pero lo que se ha hecho con la película es lo que ha de hacerse con todas: no aplaudirla si eso quieren, pero no silenciarla, porque, a fin de cuentas, se ha demostrado que ya el cine es como el agua, que siempre encuentra la fisura para llegar a una pantalla, aunque sea de cinco pulgadas.”

Ahora mismo, cuando las tandas en los cines, los cines mismos, casi son materia muerta, extinta ya –hoy el circuito de salas de estreno capitalino tiene apenas una función diaria, y se comenta que a partir de enero de 2017 solo abrirán los fines de semana–, ¿para qué meterse en esta discusión? ¿De qué sirve tener una cultura cinematográfica como la nuestra si alguna gente que toma decisiones pensando apenas en el PIB del año la va dejando morir y, tras ella, parte mayoritaria del público piensa ya que las películas cubanas no tienen nada que decirles? ¿Acaso la única opción que resta es sentarse a mirar la procesión luctuosa?

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