¿A qué se debe la reacción ante Chernóbil, la serie de HBO que ha borrado casi en absoluto el ruido que dejara el cierre controversial de Juego de Tronos?
La primera respuesta nos dirige hacia la anécdota: el desastre que produjo el accidente en la central electronuclear Vladímir Ilich Lenin, más conocida como Chernóbil, en Ucrania, tiene repercusiones demasiado hondas en el imaginario reciente como para dejarnos impasibles. Un suceso de ese carácter tenía que haberse contado antes. Debería seguirse hablando de la cuestión en lo adelante.
Pero fuera de la capa superficial del relato con que todo texto audiovisual nos seduce, hay una sensación más sobrecogedora, que trasciende los hechos reales representados aquí con suficientes recursos de impacto emocional: tenemos un relato de horror. Porque la intención de fondo de la serie fue usar la anécdota como trampolín para sumergirse en una atmósfera muy cercana a la que provoca la invocación de lo ominoso.
Ese horror no se parece hoy al de la Guerra Fría, que en el cine produjo fenómenos como The Day After (1983), aquella película que generó un espanto insoportable al atreverse a imaginar un escenario posnuclear en una época en que la destrucción mutua asegurada de las dos superpotencias atómicas, y por despeje, de toda la vida en la Tierra, estaba siempre por ocurrir.
Esa idea ya apenas existe. Ahora habitamos una suerte de nihilismo ataráxico, la aceptación de que el desastre ya ocurrió, pero no de golpe, sino como síntoma que empeora poco a poco y nos conduce a una tragedia menos súbita que la del hongo atómico con el que los niños de los 80 teníamos pesadillas recurrentes. Hoy vivimos ese tiempo de espera, lentísimo, que a su modo la serie de HBO prefigura.
El horror de Chernóbil no está tanto en los hechos como en lo que expresan. Lo que nos espanta en ella es la normalidad como mecanismo de reacción ante una tragedia donde la racionalidad que dicen nos distingue debiera obligar a los protagonistas a actuar con resolución en vez de basados en el cálculo oportunista. Una normalidad artera esta, porque disfraza la indolencia.
Es un tanto paradójico que la producción de HBO tenga este impacto infrecuente, tratándose de una pieza cargada de soluciones de guion más bien toscas, de personajes estereotipados y de salidas dramáticas de manual. Los clichés sobran en situaciones como la del soldado que va a convencer a una anciana que ordeña su vaca de que debe ser evacuada, o en el episodio del ministro del carbón que visita a los mineros para “convencerlos” de que trabajen construyendo el túnel bajo el reactor. Uno esperaría que las decisiones de los personajes centrales se cocieran a fuego lento, que la densidad de los giros morales que motivan sus acciones se originaran en procesos menos forzados, que se echara mano menos a menudo a escenas prefabricadas con puntos de giro melodramáticos que rozan lo efectista.
Uno de los enigmas de Chernóbil, al menos desde mi puesto de espectador, reside en que le perdonemos sus inconsistencias y trazos gruesos para deslizar nuestro interés hacia esa trama donde los personajes tienen que rebasar sus obediencias y mezquindades para plantearse grandes dilemas morales. Para rebelarse ante la normalidad consensuada que antes dije.
Esa normalidad, tan bien urdida en la ficción basada en hechos reales de Chernóbil, me hizo recordar que, en el material documental que incluyó Carlos Quintela en La obra del siglo (2015), un técnico ruso que asesoraba la construcción de la central electronuclear de Juraguá se queja porque el concreto usado en la fundición de las bases del reactor nuclear no cumplía los requerimientos técnicos. Otros ingenieros cubanos explican luego que algunos dispositivos de la planta llegaron de la URSS con desperfectos…
Advierto que ese material lo encontró Carlos Quintela durante su pesquisa en Juraguá, guardado en unos casetes de video polvorientos, malamente custodiados en una suerte de biblioteca del lugar. ¿Alguno de los seres que deciden por el resto los vio? ¿Sacó alguna conclusión de ello, fuera de la desgraciada circunstancia de que Cuba carece de recursos energéticos propios? ¿Aprendimos algo de Juraguá?
Esa indolencia, esa confirmación del azar como fuente decisiva en el tejido del destino humano sobrecoge de manera brutal. Las tragedias, a las que calificamos como “accidentes”, pasan de manera terrible y al parecer no acaban siendo peores solo por casualidad. Chernóbil pudo ser el final de Europa como la conocemos. Juraguá pudo ser algo inimaginable, o no. Ese “no” es escalofriante. La percepción de lo cerca que estamos como civilización de la barbarie, de la autodestrucción, del caos brutal, es algo que debemos evitar pensar para seguir viviendo. La condenamos como mala conciencia, como la voz ventrílocua que nos distrae de dedicarnos a otros asuntos.
La trama que me interesa y provoca escalofríos viendo Chernóbil es precisamente esa fuente secreta de pavor que la normalidad del horror provoca. Pero también la persistencia del fondo moral en personajes que no la aceptan, que se resisten a su imperio. El tema central de esta serie, aquello que la vuelve trascendente, descansa en esos sujetos dramáticos que optan por rebelarse contra la racionalidad del poder, al que le preocupan siempre asuntos más oscuros, como la conservación de su hegemonía. La idea repetida por el personaje del científico Valeri Alekséyevich Legásov, interpretado por Jared Harris, en torno al sentido de la verdad, no se entiende sin advertir cómo su función de héroe moral se explica a través de su rol al subvertir la verdad oficial para construir la suya propia, sacrificándose incluso.
El dilema de Legásov es demasiado universal para explicarlo solamente a partir de su anclaje en el mundo autoritario del socialismo soviético. Su papel es el del sujeto que debe aprender a mirar la realidad desde la necesidad de hacerse cargo de lo revelado a su experiencia, así le cueste la vida. En términos metafóricos, a Legásov le tocó tragar la píldora roja que abrirá su conciencia a la experiencia de “la Matriz”. Y esa Matriz –Zizek no me dejará tomar rumbos distintos a la vulgarización– es la obediencia a una visión del mundo heredada, y que sirve siempre a los intereses de la dominación. Romper esa condición es un viaje doloroso y sin vuelta atrás.
Es lo que escoge Legásov. Es lo que muestra Chernóbil: que en el espíritu humano habita un universo cercado por tramas invisibles que condicionan qué somos y hacemos, ante las que estaremos siempre solos con nuestro libre albedrío.
La serie obvia, entre otros hechos, que esa “normalidad” a la que me refiero permitió que menos de una semana después del accidente de Chernóbil, el gobierno de la URSS decidiera celebrar el tradicional desfile del Primero de Mayo como reafirmación de que no había nada que temer. Ese día, en Kiev al menos, a solo 120 kilómetros del epicentro, miles de personas salieron al sol y al fresco para ejecutar el ritual simbólico, y acabaron radiadas para siempre.
En enero de 2019, al día siguiente de que un tornado arrasara una parte de La Habana, la misma necesidad de representar la normalidad hizo que el gobierno cubano organizara la tradicional Marcha de las Antorchas. Esa noche, también, esos cientos fueron radiados por una sensación extraña, una presencia invisible que flotaba en el aire y lo penetraba todo, aunque quisieran negarla con todo el poder de su convicción.
¿Se aprendió algo de Chernóbil? Hoy los medios rusos califican la serie de rusófila, mientras que algunos analistas se preguntan por qué esta aproximación no fue emprendida antes por alguna producción local. La serie de HBO ha planteado preguntas muy molestas para el poder, dondequiera que esté, y ha descrito cómo una voluntad que decide no dejarse doblegar nunca más puede cambiar el rumbo de las cosas.
Advierto, dicho esto, que La obra del siglo nunca fue estrenada en Cuba.
No la pondran, porque es un fiel, y horrible ejemplo de que todo no se puede poitizar, que por arriba de partidos esta el pueblo, que el caudillismo y el “ordeno porque me da la gana” llevan a situaciones imperdonables, porque el partido trato a su pueblo, a sus soldados, medicos y “voluntarios” como un numero mas que habia que sacrificar en aras de mantener en alto un prestigio que solo ellos veian.
Nosotros tambien hemos tenido nuestro “Chernobil” a escala tropical aunque sin lo daños jamas fueron similares
Sería muy interesante ver una serie sobre el gravisimo accidente de Three Miles Island, seguro aprenderiamos muchisimo. No solo los soviéticos cometieron errores.
Existen diversos documentales que narran lo acaecido en Three Miles Island, que no tuvo ni medianamente el impacto del accidente en Chernobil. De la misma forma que se aplaude a Michael Moore cuando critica los defectos de la sociedad capitalista norteamericana (que está lejos de ser perfecta), de esa misma manera, hay que vapulear la actuación de burócratas indolentes que pretenden ideologizar cada centímetro de nuestras existencias. La serie los retrata.
no me trago la idea de que la marcha de las antorchas lo hacemos por una “necesidad de representar la normalidad”, además que son 2 comparaciones absurdas, a las que nunca estoy seguro que llegariamos nosotros…
Dean Luis, al final tu escrito va dirigido a comparar esta enorme tragedia con la del tornado en La habana, donde todos los dirigentes y recursos se pusieron en funcion de la reconstruccion en la misma madrugada y se hizo publico el desastre. no hay nada que comparar compadre, creo que debes conocer un poco mejor de la historia de tu país y en general (digo, si es que eres cubano o vives aqui).
Seria interesante que hicieran una serie sobre el ataque nuclear a Hiroshima y Nagasaki, daria para una cuantas temporadas, aunque IMDB de seguro no lo tomara de lamisma manera.
William
Las guerras entre paises siempre han sucedido a lo largo de la historia por ende tambien creo que deberian hacer una serie sobre Hiroshima y Nagasaki donde se vera como un pais trato a otro pais y bueno claro otra del Ataque a Pearl Harbor donde se vera como un pais trato a otro pais, pero mas bestial quizas que todo eso pues se trata de como un gobierno trato a SUS PROPIOS CIUDADANOS podemos hacer una serie sobre la UMAP y para rematar otra sobre los actis de repudio , huevasos, trompadas, humillaciones cuando el exodo del Mariel.
William, hay un gran número de documentales y películas sobre el tema. No se si retienes acceso a buscarlas
‘Es un tanto paradójico que la producción de HBO tenga este impacto infrecuente, tratándose de una pieza cargada de soluciones de guion más bien toscas, de personajes estereotipados y de salidas dramáticas de manual. Los clichés sobran en situaciones como la del soldado que va a convencer a una anciana que ordeña su vaca de que debe ser evacuada, o en el episodio del ministro del carbón que visita a los mineros para “convencerlos” de que trabajen construyendo el túnel bajo el reactor.’
Dean Luis… precisamente por eso es la serie más votada ahora mismo. Ese negocio tienes sus reglas. Hacerla la serie así, profunda e intelectualmente lujosa, para críticos de televisión no tiene sentido. El impacto que ha causado en todas partes prueba que los clichés funcionan. Hablando de clichés… nosotros somo los mejores!
De las mejores cosas que he leído hasta ahora (y son muy pocas las que sirven) sobre el tema
Pero esa marcha se pudo postergar o el homenaje a Martí hacerlo de otra forma. Pero había que gastar recursos en la marcha mientras la gente en pleno frío dormia en la calle. El homagno con su vigilia perenne nos conminaba a otra decisión. Por otro lado, no hay que comparar. Hay un abismo entre los dos hechos.
Aquí se confirma que cada quien lee lo que lleva en la cabeza. ¿En qué parte del texto se compara la gris marcha de las antorchas de enero con Chernobil? El autor está hablando del poder y sus mecanismos de ocultamiento, además de decir cosas tremendas y acaso exageradas. Pero los compañeros tienen que dar su paso al frente cada vez que huelen humo. Hurra!!