Cuando los turistas que se pasean por las ciudades cubanas ven a tanta gente a plena luz del día enganchados alrededor de una pantalla, se preguntan cómo semejante abominación es posible. Porque en todas partes de este mundo un dispositivo electrónico es una extensión del yo. Y por tanto, algo privado. Pero en los sitios donde se oficia la “wifi de contén” cubana hay demasiada promiscuidad: seis o siete encima de una laptop o móvil, gente gritando frases que nadie ajeno debería escuchar. Lo privado funciona como cosa pública sin demasiado problema aparente.
A esa situación paradojal reaccionó Zoe García al emprender la realización de su corto Conectifai (2017). Porque en su origen, la imagen de las zonas públicas atestadas de gente conectada le hizo emocionarse al tiempo que sentirse indignada. La pregunta lógica era, cuenta Zoe, “¿por qué tiene que ser el parque, por qué la gente no puede hablar desde sus hogares?”
El corto no busca ofrecer respuestas, sino documentar el tránsito antropológico de una sociedad aislada de fuentes de información alternativas, a otra conectada, tecnológicamente próxima al funcionamiento de la cultura en red contemporánea. Donde los muchachos se reúnen para emprender sus torneos de Warcraft o Dota, las familias se reencuentran video mediante tras muchos años sin verse y los amantes tienen un instante de intimidad… a la vista de todos.
La pregunta de Zoe en Contectifai es cómo funciona esta nueva manera de estar juntos. En apretados diez minutos elige algunos personajes, los sigue brevemente: una mujer mayor que recibe un teléfono de parte de su hijo emigrado, acompañado por un listado de pasos que detallan cómo conectarse y usarlo; una muchacha separada de su pareja desde 2015, que se acicala para ir a hablarle a través de Imo; un hombre que está a punto de emigrar y va a ultimar detalles con su madre, que lo espera allá lejos.
También hay algo de contexto: se informa de la aparición de los espacios públicos con conexión wifi a partir de 2016, y del proceso de alfabetización de la gente, poco acostumbrada a tratar con aparatos y procedimientos de otra galaxia. Hay algo de crónica de costumbres, incluso de sainete (los grupos que hacen picnics para conectarse; los vendedores de alimentos que concurren; los revendedores de tarjetas de recarga…).
Sobre los créditos finales, imágenes del lado de afuera de la ventana: un pariente mostrando que la nieve es una cosa tangible; un paseo a través del supermercado, mientras la madre desde el lado de adentro pregunta por leche condensada.
Hay que ver cuánto ha mutado el concepto del “afuera” para el cubano promedio desde que se abrió esa ventanita en los ordenadores y pantallas de móviles, donde se ve cómo es el otro lado. Cuando yo era un adolescente, ese afuera poseía connotaciones relacionadas con toda clase de peligros. Uno no debía detenerse demasiado en ese afuera. Lo de adentro era seguro, lo de afuera no tanto.
La percepción de ese vínculo a partir del esquema binario de antaño ha cedido a una noción mucho más fluída. La gente va y viene todo el tiempo; el tío acabado de levantar se conecta al Imo para conversar con el pariente cubano y lo vemos afeitarse y prepararse el café de la mañana; la prima muestra los más recientes trofeos de su escaparate; la abuela de Miami conoce al bisnieto recién nacido que le muestran bajo el sol del mediodía de un parque cubano.
Conectifai nació de la urgencia de registrar ese mundo. Fue parte de una trilogía de piezas apoyadas por el Sundance Institute Documentary Program y el diario The Guardian para representar la transición en Cuba. Cualquiera fuera el significado del término “transición” en la perspectiva de los promotores, el de Zoe acabó siendo un acercamiento más curioso que indagador. Porque correspondió a la idea de que semejante panorama se extinguiría pronto: la “wifi de contén” sería transitoria, pensaba la directora.
Sin embargo, series recientes como Willy y Filly (2018), realizada por La Casita del Lobo y dirigida por Víctor Alfonso Cedeño, vuelven a aprovechar ese territorio extraño como un nuevo ámbito para el desarrollo del humor vernáculo nacional. Los dos socios, cuyos nombres son casi acrónimos de wifi, escenifican en cada uno de los cinco capítulos de la serie el costumbrismo emergente de la isla “conectada”.
Pero tales tratamientos de la ficción son menos frecuentes que el documental de corte reporteril, urgente, con más parecido a lo que alguna vez fuera el Noticiero ICAIC (el de la segunda mitad de 1980, que abordaba la realidad social cambiante de un país enfrentado a toda clase de mutaciones), que se hace hoy, sobre todo para la web.
Un nuevo género de piezas, que registran la naturaleza de las transformaciones de esta década, abunda hoy en revistas y sitios digitales variopintos. Un poco como hace años propuso hacer Cuba 24 horas, portal de contenidos documentales sobre el país, a cargo del realizador Ismael Perdomo, abunda hoy en El Toque, y en su canal de YouTube.
El abordaje documental de la realidad cubana de ahora está ligado a un nuevo tipo de periodismo, más abierto al reflejo de lo cambiante de los hábitos y costumbres sociales, y por tanto a lo pequeño, casi irrisorio, que a atender las permanencias, los grandes temas.
Asuntos como el proyecto “Corazón solidario” de Santa Clara, las Tortiolimpiadas (certámen deportivo para lesbianas), el diccionario de señas para parar un almendrón en La Habana (ah, qué maravilla la ciencia de la invención criolla), los concursos de k-pop organizados por los adolescentes cubanos, las redes clandestinas para conectarse en los barrios, el mundo de las revistas digitales, todas son estampas de un país mucho más real y menos solemne que el de las noticias.
No solo porque estas piezas en video no cuentan la Historia oficial, sino porque estas historias existen sobre la fragilidad de la vida cotidiana. Si existiera alguna forma de periodismo específica para ellas, sería esa que no busque acomodar la lectura de la realidad a una ideología previa; que en cambio tenga como principio de indagación esencial la curiosidad y el deseo por el otro.
De paso, esta tendencia confirma la accesibilidad de la experiencia social cubana, algo a lo que Abilio Estévez se refería al describir la ciudad de ventanales abiertos y privacidad expuesta que es La Habana: allí donde se vive para la visión ajena.
Esa disponibilidad de lo privado forma parte y al propio tiempo justifica en cierta medida la cualidad documental de la vida social cubana, lo fácil que se hace encontrar relatos que contar en ese medio expuesto. Asimismo, cuando la “wifi de contén” ofrece al viandante sobrecogido diálogos íntimos y confesiones impúdicas, se abre una dimensión nueva para esa “cosa indecorosa” que es el espacio público nacional.
De ahí que en el espacio público expandido de la web, en ese universo virtual de archivos que crece sin pausa, haya aproximaciones a las secuelas del huracán Irma a su paso por Cuba, o a la emergencia de una comunidad de youtubers en el país, o a las demandas por introducir una ley de protección animal en nuestra legislación, o a la conversión del Festival de música electrónica Rotilla en otra cosa, pero también a anécdotas casi superfluas, caprichosas, como el polaquito de Ernesto Granados, una pareja de pescadores deportivos en gomas de tractor que fabrican su propio mamporro, e incluso la posibilidad de navegar en 360 grados el interior de un edificio en peligro de derrumbe.
Hablo de un vademécum arbitrario y florido que aporta estampas imprevisibles, inimaginables. Todas retratan la maquinaria de producción de lo social en pleno funcionamiento, generando historias de vida, mostrando identidades constituyéndose.
Allí aparece un catálogo de asuntos que han cruzado la cultura popular cubana de este tiempo: la “wifi de contén” (otra vez), la compra-venta de viviendas, la emergencia del sector privado y de los emprendedores, del Paquete Semanal, el cosplay, el reggaetón cristiano, la cultura del graffiti, la del tatuaje, la visita de Obama y de los Rolling Stones, o la muerte de Fidel Castro a través del testimonio de gente desconocida, la emigración, los gimnasios privados y el auge del spinning, más un interminable etcétera. En ese compendio, que tiene más de tres años, está lo que hemos sido y lo que somos.
Zoe García lo resumió muy bien al apuntar la tarea que le tocó como documentalista a la hora de emprender un proyecto como Conectifai: “Lo que yo siento ahora con Cuba es que hay muchas imágenes que mostrar, mucho de lo que uno puede aprender, mucho que uno puede dejar en una película para que no se olvide. Hay muchas historias que contar y una necesidad de contarlas. Por eso, en el sentido creativo, es fácil hacer películas en nuestro país.”
el gobierno cubano ha dado comunicacion a medias a los cubanos,posiblemente la conexion mas cara del mundo.Sin embargo,sigue pagandoles bajos salarios y pensiones en pesos cubanos,el gobierno cubano no tiene umbral de dolor,umbral de frustracion,es muy escaso.Lamentablemente la doble moneda sigue ajustando a los cubanos y llenandolos de desesperanzas.