Cuidar. Esa es la palabra que más recurre en estos días de Covid-19. El mundo entero dice lo mismo a la vez: cuídate, take care, prendre soin, pass auf dich auf, abbi cura di te, 保重, cuide-se… y así.
Mi madre me repite: cuídate mucho, por favor; y yo le devuelvo la frase. A mis amigas las interrogo pantalla de por medio: ¿quién cuida al niño hoy, cómo vas a hacer? Mi vecina anciana me dice a tres metros de distancia: cuídate cuando salgas y tráeme una lechuga si ves. Otra amiga que vive lejos de Cuba se pregunta quién cuidará a su madre ahora que no está.
En las redes sociales: cuiden a los mayores, a las abuelas. En conjunto recordamos y pedimos: el personal de salud nos cuida, cuidémosle también, #QuédateEnCasa. Que cierren las fronteras, que cierren las escuelas, que el Estado nos cuide, exigimos.
Cuidar, cuidarse, que nos cuiden. Pero quiénes cuidan, dónde y cómo cuidamos.
El #QuédateEnCasa en nuestra casa
Lo que se nos pide y pedimos con más insistencia es quedarnos en casa. Así contribuimos a romper la cadena de contagio, nos protegemos y protegemos a nuestras familias y demás personas. Ahora lo insurgente y solidario es permanecer en el espacio privado. Al hacerlo, cuidamos.
Pero gran parte de las veces la casa no es un espacio de cuidado mutuo. El cuidado de los otros en el hogar es algo que hacemos, sobre todo, las mujeres –se supone, además, que lo debemos hacer–.
En promedio mundial, nosotras nos ocupamos de más de las tres cuartas partes del trabajo doméstico y de cuidados en nuestros hogares. En Cuba también es así. Nosotras somos quienes cuidamos cuando no hay coronavirus: cocinar y planificar qué se comerá, lavar, limpiar, buscar alimentos, planchar, preparar la merienda de menores, asistirles en las tareas escolares, supervisar su tiempo libre, ir a reuniones en las escuelas, dar sostén emocional, buscar medicamentos, acompañar a hospitales, asistir a familiares con salud (física o mental) deteriorada, estar pendientes de la familia no conviviente, y la lista podría seguir.
Si el cuidar no se somete a crítica y se redistribuye –entre hombres y mujeres, familias y Estado, quienes trabajan y sus empleadores– lo que sucede “naturalmente” es que se vuelve una carga difícil de llevar.
Cuando se declara cuarentena y cierran las escuelas, el #QuédateEnCasa genera desafíos importantes porque: ¿quién cuidará a los niños y niñas que no pueden auto valerse?
Si los miembros de la familia tienen que seguir yendo a sus trabajos remunerados, son las mujeres las que mayormente piden licencias laborales (en caso de que tengan trabajo formal y derechos) o pierden el empleo.
Según los comunicados del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, en el sector estatal las licencias por asuntos personales asociados a la emergencia asegurarán el 100% del salario el primer mes y el 60% el resto de los meses hasta que termine la crisis. Por otro lado, quienes tengan empleos formales en el sector privado deberán recibir, al menos, el salario mínimo del país (que es mucho menor que la remuneración habitual de ese sector). Y quienes no tengan un contrato formal, es probable que pierdan el trabajo sin compensación.
Aunque las anteriores son medidas protectoras y es probable que en la situación económica nacional no pueda hacerse mucho más, es necesario advertir que ello afectará diferenciadamente a las mujeres. Son ellas las que pedirán esas licencias o abandonarán sus empleos estatales o privados. En consecuencia, de este proceso no saldremos por la misma puerta ni a la misma vez que el resto. Y eso deben considerarlo las medidas post crisis.
Otra opción es la de trabajar desde casa si ello es compatible con la actividad laboral. Pero hacer trabajo remunerado a distancia, acompañar a niños y niñas en las tareas escolares y hacer el trabajo doméstico en el hogar, está siendo atroz cuando el orden de las cosas no se modifica y las mujeres siguen siendo las principales cuidadoras.
“Es insostenible, de pronto eres cuatro cosas distintas a la vez y en el mismo espacio: trabajadora, maestra de tu hijo, madre y ama de casa”, me dice una amiga que vive en otro país de América Latina. “Tengo a las dos niñas sentadas al lado haciendo los deberes, que nunca terminan. No puedo hacer más”, me dice otra, desde España, que vive con el padre de las niñas pero es ella quien se ocupa. “Estoy desquiciada y llevamos dos días”, se registra en un reportaje sobre esta situación.
Algo similar sucede respecto al cuidado de las personas mayores. Teniendo en cuenta la vulnerabilidad de esa población frente al Covid-19, los cuidados se multiplican y también la dificultad para asegurarlos. En Cuba, al menos el 40% de los hogares vive una persona de 60 años o más. En estas circunstancias su protección es una prioridad. Y ello lleva un esfuerzo mayor combinado con la situación permanente de escasez.
A la vez, las cuidadoras quedan más expuestas al contagio porque son ellas las que más interactúan directamente con las personas dependientes en el hogar. Al respecto han advertido voceros de los países con más perjuicios por la pandemia y también lo ha hecho el Secretario General de la Organización Mundial de la Salud: quienes provean cuidados deben tomar protecciones especiales, dormir en habitación aparte, tener recursos de bioseguridad. etc. Pero en las condiciones reales de la gran mayoría de las familias, ese es un escenario muy difícil de asegurar.
Permanecer en el hogar es un desafío mayor en familias que viven en condiciones de hacinamiento. Al aumentar la permanencia en casa de todas de las personas convivientes, cambia la dinámica familiar y toca redefinir pactos, roles, límites, tiempos. El resultado puede ser perjudicial para algunas. Durante la cuarentena, en China se dispararon los casos de violencia hacia las mujeres en los hogares y lo mismo sucedió en Italia, Francia, Corea. Así lo ha advertido ONU Mujeres. En zonas de España, durante la cuarentena se ha verificado una baja de todos los hechos delictivos, menos el de la violencia de género. No es raro que eso pase en situaciones de crisis, cuando las personas están expuestas a cambios bruscos y sienten temor, indefensión o se desestructuran sus recursos habituales. En Cuba, con índices de violencia dentro de las parejas similares al promedio mundial, también podría pasar.
En casa, pero sin cuidados
El Covid-19 también nos confronta con la necesidad de asegurar cuidados a las personas de la tercera edad viviendo solas. Eventualmente podrían permanecer en casa, pero al quedar coartada su movilidad no pueden agenciarse la vida y sus cuidados quedan limitados. Los recursos escasos agravan la situación.
El 15% de la población anciana del país vive sola. La Viceministra de Trabajo y Seguridad Social orientó a los trabajadores sociales que presten atención priorizada a esos hogares, les ofrezcan información a los y las ancianas sobre la situación epidemiológica y la prevención del virus, e identifiquen sus necesidades y soluciones a las mismas.
Es sumamente valiosa y necesaria esa orientación institucional. El desafío es que se cumpla con celeridad. Habitualmente los programas de asistencia social suponen largos y complejos procesos burocráticos, y los ingresos que proveen son mínimos e insuficientes para los gastos básicos. En estas condiciones epidemiológicas y siendo ese grupo el más vulnerable, van agravarse las dificultades de esas personas para asegurar su vida. El soporte institucional debe ser firme, especialmente para quienes no tienen familias convivientes, no pueden integrarse a los canales burocráticos establecidos. Si no se toman en la práctica medidas extraordinarias, esos grupos quedarán, de facto, desamparados.
Las iniciativas de la sociedad civil pueden ser complementarias y potentes. En algunos países se están ensayando alternativas colectivas para apoyar en los cuidados: asegurar recursos en común, producir organización solidaria donde grupos de personas menos vulnerables busquen provisiones para que nuestros mayores no salgan, apoyo logístico a las cuidadoras de ancianos y menores, sostén emocional también para ellas y redistribución de las tareas del hogar entre todos sus miembros, hombres y mujeres.
En Cuba, más allá de la solidaridad vecinal, comienzan a aparecer iniciativas colectivas para apoyar a los grupos con más riesgo. El proyecto comunitario AfroAtenas de la provincia de Matanzas comenzó a hacer módulos de productos de limpieza y literatura para repartir entre personas en situación de vulnerabilidad. La Iglesia de la comunidad metropolitana de Cuba organiza equipos de trabajo para el acompañamiento a adultos mayores. El proyecto Akokan que funciona en el barrio habanero de los Pocitos elaboró un plan de acción en la contingencia. Y jóvenes de distintos lugares del país se están organizando a través de Instagram y WhatsApp para crear una red de acompañamiento y “apadrinamiento” de ancianos y ancianas que viven solos. Multiplicar esas acciones es una forma de cuidar desde el colectivo.
Sin casa y sin cuidados
Otro grupo está particularmente expuesto en esta crisis: las personas en situación de calle. Ellas no tienen casa en donde quedarse ni de quién recibir cuidados.
En varios países de Europa han abierto locales e instituciones para su asistencia, aseo, alimentación y para que permanezcan allí. En América Latina también hay registro de esos esfuerzos. En ningún caso esas medidas se han implementado con rapidez. Hay que observar activamente cómo se implementan y analizar si están cubriendo el universo de quienes lo necesitan.
El número de personas que malviven en estas condiciones es desconocido. Hay algunos aproximados nacionales. En Chile, por ejemplo, se estiman que sean unos 20 mil, pero probablemente son más.
En Cuba el número oficial es bajo y hay que tomarlo con cautela porque es probable que sea mayor. El censo de 2012 informó que 1.108 personas vivían en las calles. De ellas, 467 tenían 60 y más años. Hoy muy seguramente son más. Para ellas no funciona la recomendación del #QuédateEnCasa. No tienen casa. Están más expuestas y necesitan atención responsable y cuidados. Son imprescindibles esfuerzos colectivos, institucionales y no institucionales, para cuidarles.
Cuidar durante el Covid-19… pero fuera de casa
Durante la crisis asociada a la pandemia del coronavirus, el cuido también se ejerce fuera de casa. No es una opción para el personal médico ausentarse de las instituciones de salud, hospitalarias o de diagnóstico, o no hacer los imprescindibles pesquisajes.
A quienes trabajan allí y cuidan al conjunto es necesario cuidarles. Ellos y ellas tienen una alta exposición al contagio y a niveles de presión psicológica. Una parte importante son mujeres porque, recordemos, están sobrerrepresentadas en el sector de la salud. En Cuba, ellas son el 64.2% del total de trabajadores en ese ramo.
Esos héroes y heroínas de la pandemia necesitan soporte comunitario, familiar e institucional. ¿Cómo nos organizamos como país y como ciudadanía para asegurárselo?
Cuidar, que nos cuiden, cuidarnos. Podría ser el momento, desde el centro de la catástrofe, de pensar en una nueva ética del cuidado y no en una épica que realicen unas y no otros. Una ética colectiva, solidaria, institucional y socialmente responsable, más justa, más digna. Una ética de la “cuidadanía”.