Apático, autosuficiente e inmaduro

Foto: Desmond Boylan

Foto: Desmond Boylan

Desde finales de los años 60 del siglo pasado en Cuba se acuñó un término por el que los diversos estratos de la burocracia tachaban a una persona por su conducta apagada ante el júbilo revolucionario: “apática”, le dijeron.

Todavía en los 90 aparecía este apelativo en los expedientes de adolescentes de secundaria básica que, como yo, se resistían a ponerse una cinta alrededor de la frente con la consigna “31 y P’alante”. Mi negativa no era por mi descontento con la celebración sino porque no me gustaba disfrazarme de nada. Algunos somos así, no usamos joyas, ni gorras, ni gafas, ni cintas en la cabeza.

Poco tiempo después descubrimos que si no saltábamos podíamos convertirnos en yanquis. Se convirtió en una norma el momento de cada acto político donde saltar era demostración de una opción ideológica. Pero yo no saltaba. Era evidente que no era un yanqui. Mis ideas eran y son socialistas. Sin contar el gran número de yanquis socialistas que existen. No quise saltar y quedé “apático” para siempre.

Años atrás a mi madre le había pasado lo mismo, campesina del batey del central azucarero Senado, en Camagüey, su tristeza o silencio en los camiones de muchachas y muchachos movilizados para el trabajo en el campo la hicieron “apática”, cuando en realidad no pasaba de ser tímida y decente.

Me pregunto cuántos habrán aprendido a saltar con emoción para parecer revolucionarios, sin tener entre sus costillas un solo sentimiento a favor de los humildes, de los explotados, de los que luchan por la libertad en cualquier parte.

Después se marcó el historial de los que preguntábamos demasiado, de los que usábamos argumentos en las discusiones, sobre todo si estas rozaban la política. Si se partía de la historia, si se hacía una comparación de épocas, de naciones, de culturas. Si se demostraba un mínimo de conocimientos y lecturas éramos sentenciados otra vez: “autosuficientes”.

El valor de la Razón, la ciencia y el conocimiento fue elevado a pilar civilizatorio por otra serie de revoluciones, casi todas ellas a fines del siglo XVIII. La Revolución cubana puso energía creadora en el cambio, en el pensamiento, en la fundación. Empezamos por publicar el Don Quijote de la Mancha y llegamos a crear vacunas contra enfermedades mortales en medio mundo.

Dentro de la misma revolución se ha alentado el estudio, se han abierto miles de escuelas, se han graduado personas de carreras insospechadas hace pocas décadas y a la misma vez hemos condenado a un rincón por “autosuficientes” a gente con ideas propias.

El reino del dogmatismo hace proliferar nuevos encumbrados: los mediocres de los que hablaba Ingenieros, los oportunistas de los que hablaba Lenin, el burocratismo del que hablaba el Che.

He visto muchas veces en mi vida que ante un criterio fuerte se use como única arma el borrón que señala como “autosuficiente” a la persona que piensa y alega con pasión.

Aprendí en la vida que de jóvenes “autosuficientes” se ha erguido la patria, como el Martí casi niño que se atrevió a escribir El Presidio Político en Cuba, el Mella que inventaba una cosa cada año (una federación estudiantil, un partido, una nueva manera de entender la universidad…). Los miles de “autosuficientes” que dieron su vida con menos de 30 años de edad, durante la revolución de independencia, en los levantamientos de esclavas y esclavos, en la lucha contra Machado, en la guerra contra la dictadura de Batista. Murieron sin permiso de las buenas costumbres conservadoras, que siempre han mandado a quedarse en casa y hacer lo que dicen los mayores.

Pero hay más epítetos para estas conductas. En la Cuba de la Revolución, hecha por jóvenes mujeres y hombres, mártires sin experiencia, recién casados, recién enamorados, a veces padres o madres poco antes de morir, le llamamos hace ya bastante tiempo “inmaduro” o “inmadura” a alguien que se atreve a ser honesto y justo contra cualquier molino de viento con apariencia de gigante.

Puede sobrevivir y hasta triunfar en el presente de Cuba el que roba y se esconde bien, el que odia a los de diferente color de la piel, a los de diferente orientación sexual, a los de distinto lugar de la Isla. Los racistas no son “analizados”, los que gritan “palestinos” a los jugadores de béisbol de las provincias orientales cuando juegan en el estadio de La Habana, no son mal vistos, los oportunistas “escapan”, los que golpean a sus mujeres en la intimidad del hogar cuentan con el fatal proverbio: entre marido y mujer…, los que no trabajan en la lozanía de la vida no son llamados a explicar su vagancia, los que hacen fraude pueden rectificar, los que enseñan a sus hijos a mentir y a botar la basura en la calle no tienen problemas en sus trabajos.

Pero si osas tener la vocación de la cosa pública, el interés por el gobierno, por cómo se administra lo que es de todo el pueblo; si, además, no te basta y lees y escribes sobre esto, eres un “inmaduro” sin remedio.

Si la opción política, la de pensar y proponer y discutir y avizorar, no sale de la sombra de la duda y el cuestionamiento, no habrá futuro para la discusión democrática entre nosotros.

El diálogo con el poder ha sido en todas las épocas un riesgo. En el socialismo no existe una sola justificación legítima para cerrar las puertas a los que sienten que el país es para pensarlo todos. Los jóvenes también son la generación histórica. Si la Revolución no se ha acabado entonces al frente de ella y en sus costados y en su centro vital deben estar todas las generaciones, no solo una de ellas. Nuestros padres mantuvieron la utopía del socialismo al lado de un titán peligroso como los Estados Unidos; nosotros hemos decidido vivir aquí, con esta belleza y su costo y su tristeza implícita.

Pero no debemos aceptar que por creer en principios muy nuestros, por pensar, por decir algunas humildes ideas, sueños de generación de estos años –históricos también–, por atrevernos a ser honestos cuando se estila lo contrario, por considerar a la política cosa tan común como la danza o la yuca con mojo, y por lo tanto discutible y disfrutable, tengamos que cargar con la letra escarlata de ser “apáticos”, “autosuficientes” e “inmaduros”.

Nunca más.

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