El parque temático Cuba

Cuba ofrece la visión onírica de una sociedad en cambio, que contiene en ella los remiendos románticos del socialismo real.

Foto: pxhere.com

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Cuba estuvo de moda en los 60. El triunfo de la Revolución en 1959 la puso en la mira de millones de personas en el mundo, tanto los de izquierda, que renovaban sus fuerzas y esperanzas con la ola de cambios de la mayor isla del Caribe, como los de derecha, que veían con aprecio la salida de Cuba de la tiranía militar y la entrada en el canal de las reformas –liberales primero y socialistas después.

La moda mediática cubana volvió, cuando Cuba se mueve (o eso aparenta hacer) hacia otra época de su desarrollo. No es algo de ahora: ya nos han visitado tres Papas y artistas de renombre que antes del deshielo con Estados Unidos ni se planteaban la posibilidad de aterrizar aquí.

Esta popularidad de Cuba es una mezcla de la percepción mundial de que nos acercamos al fin de la cultura socialista y de que entramos desbocados a la era del subdesarrollo capitalista sin afeites.

También es una visión desesperada de que Cuba puede ofrecer, en sus horas de transformación, servicios difíciles de lograr en otros países, como la desintoxicación por desuso forzoso de Internet, o de tarjetas de crédito o la aventura de vivir con una familia cubana, a la caza de un producto del mercado, desaparecido hace un mes, o a la caza de un taxi barato, imposible con el que algunos soñamos todavía.

Cuba ofrece la visión onírica de una sociedad en cambio, que contiene en ella los remiendos románticos del socialismo real, con sus reales victorias y sus reales derrotas. En este archipiélago los turistas de playa y los que practican turismo político de solidaridad pueden observar el espectáculo verdadero de una infancia libre y juguetona, que va uniformada a las escuelas, que se empolva las rodillas en los parques, sin que nadie los secuestre ni vigile.

También Cuba es el último reducto americano de ciudades sin carteles de promoción de bienes y servicios, sin horizontes poblados de anuncios, de fotos gigantes de mujeres esqueléticas, de hamburguesas chorreadas, de candidatos de elecciones de hace tres años.

Cuba ofrece paisajes vírgenes de campos de marabú, de solares yermos donde antes hubo un edificio, o en todo caso de enormes anuncios sobre nuestras convicciones políticas.

Cuba es una zona libre de Internet, vivimos off line y ofrecemos una semana o diez días sin Facebook, para demostrar que se puede vivir sin las redes sociales.

Tenemos el raro servicio de coleccionismo de artículos de la vida socialista, como monedas de 3 pesos con la imagen del Che, libretas de abastecimiento vencidas, que enseñan en sus páginas sucias cómo una familia compró por un precio subvencionado productos para vivir quince días, y como no compró carne ni una vez en el año que terminó.

Los turistas que vienen a Cuba no encuentran supermercados de marcas conocidas, pero pueden, en cambio, visitar tiendas donde se ofrecen miles de botellas plásticas del mismo vinagre, y donde las neveras abiertas muestran la hegemonía de la salchicha.

Tampoco pueden beber cerveza cubana los turistas. Ellos viajan miles de kilómetros para saborear en los portales de un lujoso hotel o de un bar popular, cerveza de República Dominicana.

Para el visitante extranjero brindamos calles seguras y sucias –sobre todo en La Habana– donde pululan moscas y gatos, pero donde es imposible ser atacado por asaltantes armados con pistolas o rifles porque no existe un mercado de armas de fuego en Cuba.

Para combatir el Alzheimer ofrecemos el ejercicio de aprender a usar dos monedas. El turista que logre entender qué moneda se usa en cada tienda, restaurante, mercado agropecuario, transporte, podrá intentar pasar una temporada más larga en la isla.

Cuba es un parque temático sobre el idilio del socialismo, donde es apreciable un edificio en ruinas de un famoso restaurante llamado Moscú, consumido por el fuego y por el abandono de la burocracia.

Aquí no solo es posible pasear en carros norteamericanos descapotables, por la 5ta Avenida de La Habana, como si fuera usted un turista de los años 50, sino que al mismo tiempo puede tomar un taxi Volga o Lada, como si estuviera en la Unión Soviética de 1982.

El parque temático amenaza, a veces, con cerrar. La Zona Especial de Desarrollo del Mariel promete que los pañales desechables del futuro serán vietnamitas o que, al menos, se exportarán desde aquí, y la gente cree que algún día podrá comprar en una tienda leche de vaca, líquida, para acompañar el almuerzo, como se hacía en Cuba en los 80.

Los amigos de buena fe que viven en otros países (algunos de ellos emigrados cubanos) no quieren que Cuba se convierta en un vulgar país capitalista, de prostitución y hombres armados. Nosotros tampoco queremos eso.

Solo queremos que la dignidad que sentimos en el corazón también se perciba en la mesa del comedor, en la guagua que nos lleve al trabajo, en la fila que avanza rápido para comprar cualquier cosa, en la comprensión del funcionario ante nuestro problema cotidiano, en la cantidad y peso de nuestro salario, en el respeto del estado por nuestros derechos, en la sensibilidad, de quienes nos visitan ante nuestras alegrías y tragedias.

No queremos estar de moda porque el socialismo cruja de novedades sospechosas sino porque ofrezcamos un parque temático de democracia y libertad, que haga que los foráneos pidan el último para convertirse en cubanos.

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