Félix Varela: el santo de la libertad

Otro Papa llega a Cuba. Este pisará la Isla con una aureola de amor por los humildes que no abunda entre grandes dignatarios, del Estado que sean.

Francisco tiene entre sus manos -entre las de los encargados de estudiar estos casos en la Santa Sede- el expediente de canonización del Presbítero cubano Félix Varela.

Pero podríamos preguntarnos ¿y esto le importa al pueblo de Cuba? O ¿debe importarle?

Les adelantaré mi respuesta personal, que podía descubrirse por el título de este pequeño escrito. Creo, como ciudadano de Cuba, que nos debe importar, no por tener un santo propio, con oración y milagros, a quien pedirle en el desasosiego y la crisis, sino porque Varela lo merece, como está Martí de apóstol en el panteón laico de la Patria.

Varela puede ser santo más allá de los apelativos poéticos, de las imágenes que engrandecen y embellecen. No sé si aparecerán los milagros que se necesitan de su mano, o si su obra política de independentista que fue y luchador por la libertad, le pesen ahora, cuando más debían aligerarlo, porque se lo agradecemos los cubanos.

Varela fue un hombre bueno. Con su bondad bastaría, pero no basta. Además sufrió, en la piel y en el alma, con prestancia, sin dejar de trabajar por los otros y por Cuba, de enfermedades de la vida y de dolores de la injusticia. Pero no basta.

A los cubanos y cubanas les basta su vida de trabajo e ideas de libertad, su obsesión por dejar a la juventud las armas apacibles y tempestuosas del pensamiento crítico y la razón, pero el ciudadano en el que creía Varela no distinguía entre vidas íntimas y foros, debía conjugarse fácil y en esas dos aguas nadar con dignidad.

El padre Varela decía en su Miscelánea Filosófica: “Para mí el provincialismo racional que no infringe los derechos de ningún país, ni los generales de la nación, es la principal de las virtudes cívicas. Su contrario, esto es, la pretendida indiferencia civil o política, es un crimen de ingratitud, que no se comete sino por intereses rastreros, por ser personalísimos, o por un estoicismo político el más ridículo y despreciable”.

Sobre la peligrosa separación entre lo público y lo privado Félix Varela alertaba: “Por más que se diga que la vida pública es una cosa y la privada es otra: prueba la experiencia que estas son teorías y vanas reflexiones sobre lo que pueden ser los hombres y no sobre lo que son”.

Y esta pasión, «por Cuba y por la Iglesia» (como decía Monseñor Carlos Manuel de Céspedes) digo yo que tiene costos. Son fáciles de vislumbrar, es la historia de la política, de los que se exponen por causas «ajenas», porque nada ha sido más comprendido como ajeno, que los intereses del pueblo llano para los que pueden vivir de espaldas a él.

Varela no temió a la política ni a la ciencia y esto tiene costos para un cura del siglo XIX como los tiene para uno del siglo XXI, lo que significa, entre otras cosas, que la historia no ha cambiado tanto.

La primera cátedra cubana de Constitución, en realidad las primeras clases en Cuba de Derecho Constitucional liberal, donde se enseñaba el texto de Cádiz, en idioma español, fue un suceso pedagógico en la isla, pero como debe suceder con lo trascendental en la cultura, inundó espacios más allá del Seminario de San Carlos y San Ambrosio, allí mismo donde, no por casualidad, hablará Francisco a los jóvenes que acudan a oírlo.

Varela no llevó la santidad dentro de sí, como una luz en su corazón, sino como una linterna que deja ver hacia delante, que deja ver al que la porta pero que también enceguece a quien prefiere la penumbra.

Por eso entiendo que el laboratorio de ideas que es Cuba Posible le escriba al Papa para que atienda como se debe atender a un pueblo, cuando le decimos que Félix Varela Morales puede ser un santo distinto.

Tal vez Cuba necesite milagros. Escribo estas líneas el día de la Caridad del Cobre, que tanto me acompaña, y que creo que entiende hasta mi ateísmo místico, como el del Mario Conde, de Padura. Casi nunca pensamos en milagros para la patria, pero quizás sea Varela el santo cubano que necesitamos, que entienda lo que piden las cubanas y cubanos, no para sus casas y fogones, sino para Cuba.

Pero hay que pedir con dignidad, sin dejar de decir lo que hizo el presbítero, porque esa es su historia, y la de nosotros. Es bello, creo yo, tener un santo un día que se pueda invocar para que atienda y consuele a la República y no solo a los enfermos.

El Papa Francisco sabe que hay muchos tipos de altares. Si no asciende Varela al de los templos, podemos asegurarle al mundo que el padre flaquito, el de las gafas, el que murió el año en que nació Martí, es nuestro santo de la libertad.

 

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