Miami: la vida al volante

El inglés puede estar flojo, pero la licencia de conducción es imprescindible en una ciudad donde apenas hay rutas de ómnibus, sin metro ni tranvía.

Foto: pxhere.com

Las aplicaciones de los teléfonos inteligentes archivan las millas recorridas día tras día por cualquier chofer del mundo. Las horas gastadas tras el timón se suman a fin de mes y resulta que se ha pasado más tiempo detrás del volante que leyendo libros o visitando museos.

En Miami, ciudad de pocas aceras, sin paseos pedestres ni vueltas a la manzana, manejar un auto es una necesidad imperiosa. Los puestos de trabajo no se pueden tomar sin que se haya aprendido antes a conducir un carro. El inglés puede estar flojo, pero la licencia de conducción es imprescindible en una ciudad donde apenas hay rutas de ómnibus, sin metro ni tranvía.

Estados Unidos es un país de inmigrantes y carros. Manejar un auto es motivo de orgullo nacional, como fue en algún momento tener derecho a una cabalgadura. Los nuevos caballeros, y señoras, conducen autos por una ciudad diseñada para máquinas veloces.

Un amigo que vive desde hace poco en Miami ha comparado el tiempo que demoraba en La Habana en llegar a su trabajo o a un municipio lejano, en una ciudad con un transporte público desastroso como la capital de Cuba. Resulta que pasa el mismo tiempo en el auto manejando, en Miami, que en las paradas de guagua en La Habana.

El enorme territorio de los Estados Unidos, los miles y miles de kilómetros de carretera, parecen propiciar los autos y los camiones, pero es extraño que en este país del primer mundo no haya un tren de gran velocidad y que, en una ciudad como Miami, llegar desde Pembroke Pine hasta Homstead, requiera de 8 horas en guagua, según google maps, para una distancia que se hace en auto en una hora, por el simple hecho de que no hay trasporte público que vaya directo a este lugar.

Los ciudadanos norteamericanos de nacimiento y los que han adquirido la ciudadanía después de cubrir los trámites migratorios correspondientes, se atormentan en los descomunales embotellamientos y pierden cientos de horas cada año trabados en carreteras sin salida, por el simple hecho de que el negocio de la construcción y venta de autos es demasiado jugoso para ponerlo en riesgo con sanas políticas de transportación colectiva de pasajeros.

En un reciente viaje a Miami fui testigo de lo que sucede cuando todos se mueven en auto a un lugar donde sucederá algo tan usual como una graduación de fin de curso. El estacionamiento de la escuela se llenó hasta el último piso, cosa que no tiene nada de extraño cuando pensamos en un acto con tantos invitados, pero a la hora de salir del parqueo todos lo hicieron a la misma vez y lo que debió ser un trámite de cinco minutos, se convirtió en una hora. Una hora para salir de un estacionamiento.

La irracionalidad de los sistemas de vida actuales de las sociedades de consumo y de las que no consumen nada, ponen a los ciudadanos y a los que ni aspiran a serlo, en una situación de desesperación y estrés con la que deben vivir o deben perecer, si no se adaptan.

La opción humana, tranquila, apacible, menos violenta con el medio ambiente, más solidaria y menos contaminante, más colectiva y menos individualista, no es común. Para un inmigrante de hace poco tiempo, que ha llegado a Miami a alcanzar la felicidad, la libertad y la productividad de su trabajo, debe ser duro encontrarse, de golpe, con una sociedad diseñada para la inmediatez, la rapidez, el pragmatismo. Un auto se consigue rápido, valen diez veces más baratos que en Cuba, pero puede ser que pases tu vida detrás del timón, más tiempo manejando que con tu familia, más tiempo trabajando que disfrutando de tu trabajo.

La opción empobrecedora del bolsillo y de la dignidad, que consiste en trabajar por el precio de un jurel, no es la solución. Con ella no se produce ni desarrollo ni libertad. La opción de trabajar más de 10 horas diarias para comer y caer muerto en la cama en la noche, tampoco es la variante que yo prefiero. No podemos avanzar sentados a la sombra jugando dominó en horas laborables, como podemos observar en calles y plaza de Cuba. Y creo que no podemos avanzar, como civilización, pretendiendo que la vida sea trabajar para un dueño que te explota, y te deja soñar que eres libre, si es que encuentras tiempo para dormir con placidez.

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