Permiso para marchar con ustedes

Foto: Desmond Boylan (Detalle).

Foto: Desmond Boylan (Detalle).

Hoy es el Día Internacional de la Mujer. En medio mundo las mujeres hacen un paro por sus derechos, los conquistados, los perdidos y los que nunca han disfrutado.

En Cuba las mujeres no pararán porque ya todo lo han ganado, o eso es lo que se considera correcto pensar y sentir.

Las mujeres cubanas están protegidas por leyes, políticas, instituciones, sobre todo desde 1959, pero eso no quiere decir que no sufran día a día la discriminación, el ninguneo, la violencia de obras y palabras, el abuso de poder masculino, los prejuicios decimonónicos que no mueren, el acoso libidinoso de los hombres que creen que las mujeres que pasan son cosa de nadie y por lo tanto susceptibles de ocupación.

Una mujer debe aprender desde niña a sentarse de una forma “decente”, a hablar con otras mujeres de temas de mujeres, a dominar las labores del hogar, a coser, tejer, bordar, a mantener aseados y alimentados a sus maridos, a acicalar a sus hijos para que todos veamos que ella es buena madre.

Una mujer debe aprender, a la fuerza si fuera preciso, que los piropos de los hombres son halagos, y que no se debe vestir de forma provocativa porque los hombres no son de hierro.

Las niñas deben lidiar con la estupidez que las tacha de marimachas porque les gusta patinar y jugar a la pelota. Deben aprender a mantener a su cuerpo y su naturaleza oculta y en voz baja, como un pecado o una indecencia. Yo aprendí desde niño a sufrir el misterio que se creaba cuando en el aula de la escuela primaria una niña susurraba con cara de pánico al oído de la maestra, porque se había “manchado”, por el anuncio de la menstruación, innombrable.

Las mujeres han tenido que lucir como sus esposos han pretendido, durante siglos. Se han visto obligadas a estar depiladas y bien peinadas, y el más vertical machismo indica el tipo de ropa que la mujer debe enseñar en cada velada.

En Cuba la mayoría de las personas dedicadas a la ciencia son mujeres. Ellas son la mayoría de la matrícula universitaria, la mayoría de las que se emplean en la educación y en la prestación de servicios de salud pública. Pero estas mismas mujeres deben soportar el acoso si se consideran bellas y el desprecio si son “evaluadas” por los hombres como feas.

En la Cuba donde no hay razones para hacer un paro porque el feminicidio no es común, ni las desapariciones de mujeres, ni la trata de niñas para la prostitución o el robo de órganos, las mujeres deben aguantar que sus esposos y padres las manden a callar porque ellas “no saben de lo que se está hablando”, y tienen que soportar que todo el mundo repita que es extraño verlas manejando una moto, un camión o un taxi.

Una mujer cubana si no es bailadora y sandunguera tiene una desventaja de inicio en la búsqueda de pareja, porque el sentido común indica que ellas son alegres y que su andar es rítmico y que sabe celar a su hombre. El machismo más salvaje considera que todas las mujeres están prestas a la satisfacción sexual de un varón con deseos y esto desencadena una sexualidad brutal y esclavizadora.

Es verdad que en Cuba las mujeres ganan igual salario que los hombres por el mismo tiempo y calidad de trabajo, pero esto ha empezado a cambiar en el mundo de los negocios privados, donde prima una selección de muchachas a la usanza de Hollywood, que deben servir a los clientes con ropas ceñidas al cuerpo para que estos babeen y coman al mismo tiempo.

La discriminación a las mujeres por apariencia física, color de la piel y edad ha comenzado a crecer en los llamados trabajos por cuenta propia, con sus flexibles contratos verbales y su ausencia de convenios colectivos de trabajo.

Las mujeres cubanas tienen que ser madres para ser plenas, lo que significa una carga moral, social y psicológica adicional, sin importar qué hace ella, qué estudia, qué sufre, qué padece, qué desea, qué sueña, a qué aspira, qué espera de la vida.

Por eso tal vez el paro femenino en Cuba sea más tímido, dentro del hogar quizás, dentro de la oficina, dentro del cuarto matrimonial. No hemos aprendido todavía que hay luchas que no se detienen y que no basta con apoyar a las mujeres del resto del mundo como si las de esta isla salada y cantarina lo tuvieran todo resuelto y guardado en el morral.

Por las mujeres yo paro, con ellas paro, las de aquí y las de allá. Los problemas de ellas no son solo femeninos. Con permiso de las que luchan y sufren y resisten y aman con fuerza a la vida, quiero marchar con ustedes porque lo merece la libertad.

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