Mucho se ha hablado y también fabulado, de acuerdo a intereses políticos y religiosos, sobre el milenario conflicto entre árabes y judíos. Su inicio se remontaría 3500 años atrás a una pugna en la familia de Abraham —reconocido profeta por judíos, musulmanes y cristianos— entre Sarai su esposa y su amante, la esclava Hagar.
Pero el verdadero origen del conflicto árabe-judío y el odio creciente entre ellos comienza en 1918 después de la Primera Guerra Mundial. Las potencias europeas con el tratado Sykes-Picot, se dividen arbitrariamente los restos del derrotado Imperio Otomano a conveniencia de sus intereses económicos. El gobierno británico hace promesas similares de autogobierno a los árabes terminada la Primera Guerra y a los judíos finalizada la Segunda Guerra Mundial, cuando en 1948 se produce la caótica partición de Palestina.
Aquellos polvos son los que trajeron estos lodos que hoy cobran vida en la guerra de Israel en Gaza. El aliento que inspira actualmente un mayor odio entre Gaza-Hamás y el gobierno de Israel, tiene un nombre: Neo-Sionismo. Una posición totalitaria y racista alejada del original Sionismo, que buscó fundamentalmente el derecho a existir del estado de Israel en su histórico territorio. El término Neo Sionismo fue acuñado en 1996 por el académico judío Uri Ram y extensamente definido en el 2018 por cerca de 40 académicos, también judíos. Buscan fundar el Gran Israel borrando la población palestina de su territorio, bajando al nivel de Hamás, Irán y otros estados y organizaciones que se oponen al estado de Israel.
Ambas ideologías alimentan la guerra y el odio mutuo mediante las balas.
Y la acusación de antisemitismo como arma arrojadiza, la condimenta.
La denuncia del antisemitismo —una posición defensiva ante el racismo religioso y étnico que ha sufrido históricamente el pueblo judío— se ha convertido en un arma falseada para defender a todo trance las actuaciones del gobierno israelí. En este caso el de Benjamín “Bibi” Netanyahu, y su guerra de exterminio, no simplemente de Hamás, sino de los palestinos que habitan la franja de Gaza. Suman ya más de 18, 6oo muertos, el 70% de ellos niños y mujeres y unos 50,000 heridos.
Hay dos guerras concurrentes: una, militar, contra Gaza, en que el derecho de defensa de Israel se ha convertido valoradas como crímenes de guerra, genocidio y limpieza étnica.
La segunda, es la que tiene como campo de batalla la opinión mundial acerca de lo que sucede en Gaza. Cada vez más personas apoyan a Palestina a medida que se desarrolla la guerra, aunque no existe una encuesta mundial. En Estados Unidos una encuesta de la cadena CBS NEWS arrojó que la mayoría de los estadounidenses desaprueban el manejo del presidente Biden de la guerra entre Israel y Hamás.
Hace pocas semanas la actriz Susan Sarandon fue titular por unos comentarios sobre la guerra en Gaza favorables a los palestinos, que le valieron inmediatamente la acusación de ser antisemita. United Talent Agency, su agencia de contratación, interrumpió su servicio de representación artística. Luego la Sarandon se retractó públicamente, con una autocrítica.
“Con la intención de comunicar mi preocupación por un aumento de los crímenes de odio, dije que los judíos estadounidenses, como objetivos del creciente odio antisemita, ‘están probando lo que es ser musulmán en este país, tan a menudo sujeto a la violencia ‘. Esta frase fue un error terrible, ya que implica que hasta hace poco los judíos habían sido ajenos a la persecución, cuando la verdad es todo lo contrario. Como todos sabemos, desde siglos de opresión y genocidio en Europa hasta el tiroteo del Árbol de la Vida en Pittsburgh, Pensilvania, los judíos conocen desde hace mucho tiempo la discriminación y la violencia religiosa que continúa hasta el día de hoy. Lamento profundamente disminuir esta realidad y herir a la gente con este comentario. Mi intención era mostrar solidaridad con la lucha contra la intolerancia de todo tipo, y lamento no haberlo hecho”.
Varias universidades en Estados Unidos siguen acogiendo manifestaciones a favor de Palestina y también acusaciones de antisemitismo por parte de estudiantes y profesores judíos que dicen sentirse inseguros y hostilizados dentro de la universidad. Esta circunstancia está siendo aprovechada por los republicanos contra las autoridades universitarias, consideradas de izquierda.
Hace pocos días el Comité de Educación de la Cámara de Representantes, de mayoría republicana, llamó a declarar a las rectoras de Harvard, Pensilvania y el MIT en lo que fue considerado una especie de encerrona. Aunque las tres comenzaron por condenar los ataques de Hamás contra Israel el pasado 7 de octubre, fueron conminadas, mediante preguntas capciosas, a posicionarse en relación al antisemitismo y a la existencia del propio Estado de Israel. Las presiones han sido muchas, considerando la importancia que tienen los donantes judíos para esas instituciones. La rectora de la Universidad de Pensilvania, Liz Magill, terminó dimitiendo.
Hay muchos matices en un conflicto tan antiguo, donde los dos pueblos han sufrido en distintos momentos históricos la crueldad y la intolerancia. El antisemitismo es una posición de odio y racismo contra el pueblo judío que muchos están utilizando como argumento contra quienes están apoyando a los palestinos y criticando las decisiones del gobierno de Israel.
Censurar la actuación de un gobierno no es estar contra el estado de Israel, sino contra los excesos y desprecios del Neo-Sionismo, criticados por decenas de académicos israelíes desde 2018.
Claro que todo lo anterior constituye la superestructura del drama palestino-israelí.
Mientras más muerte y destrucción hay en Gaza, menos apoyo internacional recibe Israel, dirigido por “Bibi” Netanyahu, en graves problemas judiciales y políticos desde antes del 7 de octubre. Estados Unidos, como firme aliado de Israel, debería comportarse como el adulto en la mesa y salvar a Israel de sí mismo, no convertirse en una simple extensión de las decisiones de un gobierno israelí, a pesar del fortísimo lobby judío existente en esta potencia mundial.
El Partido Demócrata está dividido y más de 500 cargos en la administración Biden han criticado su posición respecto a Israel. Hace apenas pocos días más de 40 internos de la Casa Blanca le pidieron al presidente terminar con el genocidio en Gaza.
El gobierno de Estados Unidos, como potencia mundial, debe evitar también la más que posible propagación del conflicto y su inevitable participación en una nueva guerra.
Ya, virtualmente, perdió la guerra en Ucrania, y Washington está en peligro de entrar en otra guerra regional, también con implicaciones internacionales.
El presidente Biden advirtió ayer 12 de diciembre a Benjamín Netanyahu que Israel pierde cada vez más apoyo internacional debido a su “bombardeo indiscriminado” de Gaza, y rechazó en una crítica directa al presidente israelí, su visión de cómo sería la posguerra. El día anterior la Asamblea General de Naciones Unidas había votado mayoritariamente por el cese al fuego en Gaza, en una decisión no vinculante, pero de clara influencia política.
Biden también expresó que el gobierno israelí “debe cambiar”. Ese mensaje tiene dos versiones: o cambia Netanyahu su actitud o hay que cambiar a Netanyahu.
Apuesto a que sucederá lo segundo.
Habrá que ver cómo Estados Unidos resuelve efectivamente este sangriento conflicto porque es el padrino de Israel y el que le envía armas para que pueda matar “indiscriminadamente” palestinos en Gaza.
Para Biden las elecciones del 2024 están cada día más cerca.