Desde que el ser humano comenzó a usar el cerebro (se me ocurren algunas ironías ahora mismo, pero trataré de contenerlas) una de las cosas que más le preocupó fue el tema de la muerte y lo que pudiera haber más allá de la vida, suponiendo que hubiera algo.
Desde el Diálogo del hombre que va a morir con su alma, considerado el primer texto de filosofía escrito, pasando por los primeros filósofos hasta los últimos, atravesando tendencias, religiones, sectas, partidos políticos, modas o cualquier manera de pensamiento colectivo o individual, al ser humano la cuestión le ha llamado la atención, saber si existe una realidad diferente después de la que percibimos ahora.
Cada cual, a su manera, ha abordado el dilema, creando conceptos como el más allá, el paraíso y el infierno, la reencarnación, la transferencia de la energía… etcétera, todos diferentes pero con un mismo motivo: la incertidumbre y la inconformidad ante algo que se acaba y no vuelve a ser lo que era… Hasta que llegó Mark Zuckerberg y nos enseñó el Facebook.
Justo en ese momento se vino abajo el interés por el más allá. Gracias a Facebook ya no tenemos que preocuparnos de si existe otra vida ni esperar a morir para comprobarlo. Facebook le permite ser todas las personas que le dé la gana y tener paralelamente todas las vidas que usted quiera mientras va viviendo la suya propia.
Gracias a Facebook usted puede ser una mujer, un hombre, un animal, una organización o un elemento químico, lo que quiera, escoja, nadie le va a poner límites a su imaginación. Usted puede ser un experto en inmigración o política internacional aunque nunca haya estudiado la materia (estos abundan bastante en las redes); puede ser un nutricionista, un musicólogo o un crítico de arte, incluso un crítico de todo, da igual que sea arte o no, porque si hay algo que las redes sociales ponen a la mano es la opción de criticar cualquier cosa, sin muchos argumentos y con la posibilidad de que llegue a más personas que las que normalmente leerían un libro escrito por un crítico de verdad.
En Facebook (o Instagram si lo prefiere) usted puede ser incluso físicamente diferente, gracias a los filtros y a la tendencia a poner fotos con diez o quince años (o kilos) menos que los que se tienen. Usted puede llevar una vida totalmente sana, llena de rutinas de gimnasio y ensaladas de vegetales, basta que tenga todo eso en fotos, no tiene que inscribirse en ninguna parte y mucho menos comerse nada de lo que publica.
También puede viajar a cualquier parte sin salir del cuarto, saber de cualquier tema sin saber y meterse en cualquier post sin que nadie lo invite: todo un festín para el que tiene tiempo y no sabe qué hacer con él.
Gracias a este nuevo invento podemos ser ricos, tener autos caros, visitar los mejores restaurantes o aparecer abrazados del artista que se nos cruce en el camino como si fuera nuestro hermano de toda la vida. Lo más importante de todo es proyectar una felicidad perpetua, algo que sólo podría existir en una vida virtual, porque en la realidad está claro que la felicidad es un concepto muy circunstancial.
No se ha visto aún en Facebook una foto de alguien discutiendo con su pareja, o un video de la suegra entrando por la puerta de tu casa a quedarse una semana. Nadie pone el plato que quedó mal cocinado (a menos que esté constuyéndose el personaje, muy gustado también, de “ay no se me da la cocina”) o el zapato que se rompió con un tropezón… eso es vida real, y esa vida no cabe aquí, porque en Facebook –y quizás este sea uno de sus mayores peligros– muchas veces está la vida como hubiéramos querido que fuera, y no como es. Y esta dicotomía entre vida real y vida virtual llega a veces al extremo de no saberse dónde comienza y termina cada una.
El invento de Zuckerberg nos trajo muchas ventajas. Hoy por hoy, es posible enterarse de ciertos acontecimientos o eventos internacionales al momento en que ocurren y antes de que sean publicados en los medios (o los medios mismos van a Facebook a publicarlos), podemos conocer casi todo el mundo a través de fotos y videos, podemos encontrarnos amigos que dejamos de ver hace años y que de otra manera sería imposible.
Pero la vida está del otro lado y no es perfecta. Por eso es tan interesante cuando ese eje se mueve, caemos bruscamente en un más allá que está aquí, un paraíso cibernético donde somos siervos del dios Like y que construimos para compensar la realidad, levantándonos cada día a vivir dentro de una computadora.