En Cuba no tenemos un escudo salvador del coronavirus

El confinamiento es la única vacuna que está disponible. Es el único método probado para mitigar la propagación.

Foto: Yander Zamora/EFE.

No soy biólogo. No soy epidemiólogo. Tampoco un histérico o un terrorista mediático. Soy un ciudadano y periodista cubano, orgulloso de que Cuba sirviera de puente a la vida de los pasajeros y tripulantes del crucero británico MS Braemar, que andaba con el coronavirus a la deriva.

He tenido la suerte de conocer desde dentro el sistema de Salud cubano, que tiene su valor más alto en el humanismo, una de las vacunas más preciadas del mundo. He seguido a los médicos cubanos por ocho países y escribí con agradecimiento un libro sobre sus hazañas.

Dicho esto, y desmarcándome de todo aquel que anhele una desgracia para mi país, quiero contarles algo que estoy viviendo en tiempo real.

En España el primer paciente positivo de COVID-19 se detectó el 31 de enero. Hoy esa cifra se eleva a 17.000 infectados y casi 800 muertos.

Ya Italia nos había demostrado con estadísticas espantosas la rápida propagación del virus, primero confinando diez pueblos, pero en pocos días ya todo el norte del país estaba tocado por la epidemia. Hoy las imágenes de Italia son desconcertantes, hay convoyes militares cargando féretros en Bérgamo y graves denuncias sobre la muerte de ancianos a los que han decidido no colocarles un respirador artificial, porque hay que destinarlos a los más jóvenes y fuertes.

Los sistemas de salud han colapsado. Ya ni las estadísticas son fiables, porque no se realizan pruebas a todos los que presentan los síntomas. La Unión Europea cerró sus fronteras. Y los gobiernos han dicho enfáticamente que la única forma de parar esto es quedándonos todos en casa.

El confinamiento es la única vacuna que está disponible. De ahí que el #YoMeQuedoEnCasa, el tele-trabajo, las tele-clases, la cuarentena obligatoria, como experimentaron en China, es el único método probado para mitigar la propagación.

España e Italia lo entendieron tarde y están pagando las consecuencias. Al principio todos decían que no pasaría nada y los medios recordaban que las gripes se cargan anualmente unas 18.000 personas.

Mientras les escribo, miro al horizonte y me siento en una de esas películas fantásticas que nos anunciaban el fin del mundo.

Cuando los números de muertos comenzaron a subir se disparó la histeria colectiva. Los medios también se cebaron con la desgracia. Por suerte la cuarentena nos ha devuelto la conciencia.

Sobran ejemplos de que nos estamos haciendo mejores personas y que el COVID-19 vino a sacudirnos la conciencia y a recordarnos que somos solo un eslabón en la cadena de la vida. Los canales de Venecia lucen sus aguas transparentes, el cielo de Wuhan está azul y más limpio que nunca.

Ahora todas las estrellas dan conciertos gratis en Internet, los famosos dan clases de escritura creativa y la gente común aplaude a los médicos desde sus balcones. Los futbolistas ricos nos piden que estemos en casa, hay fábricas de memes que laboran 24 horas y los políticos que hace dos meses se despedazaban en los parlamentos se ponen de acuerdo en que hay que salvar vidas.

Desde mi ventana veo el mar, pero no puedo ver a Cuba, aunque la siento. Y es imposible no seguir lo que sienten ustedes en esta hora que vive el mundo. Leo en las redes a los que piden cordura y dan confianza, a los mismos de siempre que apuestan a la destrucción de Cuba así sea con un virus y a los que de buena fe alertan y piden que se les cuide y se les preserve la vida.

Entiendo que para Cuba, la isla bloqueada, cerrar las fronteras significa la pérdida de su sustento. Y la falta de comida, de medicinas, de petróleo es también como un virus que padecemos por más de medio siglo.

Hoy más que nunca hay que estar con Cuba, con nuestras familias, nuestros amigos y no contra ellos. Y eso también significa que hay que alertarlos, informarlos, porque no estamos ante un catarro cualquiera, ni tenemos un escudo salvador que nos va a dejar ilesos.

Cuando en España había 11 casos confirmados ya había cientos de personas contagiadas. Cuidemos a los abuelos, a los vulnerables. No confiemos en la retórica y tomemos ya las medidas que están dando resultado en otras partes. Mañana puede ser tarde.

 

*Este texto fue publicado originalmente en la cuenta de Facebook del autor. Se reproduce con su consentimiento.

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