Se suceden hechos de gran relevancia política para el devenir de la humanidad y se requiere su interpretación para poder sintonizar la acción política de los que pugnamos por la emancipación social, la democracia y el bienestar de los pueblos.
En nuestra área del mundo, las Américas, la situación viene revirtiendo el proceso de derechización que se ha visto paralizado primero y derrotado después, en varios de nuestros países. Podemos verlo en el retorno del Movimiento al Socialismo (MAS) al poder en Bolivia, la victoria del referendo por las fuerzas de izquierda en Chile, la imposibilidad de sacar del poder a la coalición de izquierda encabezada por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), el triunfo de Alberto Fernández en Argentina, la derrota de la ultraderecha en las elecciones de Estados Unidos (EEUU), el gobierno progresista de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en México y la liberación del líder indiscutido del pueblo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva (Lula)… la ola anti-derechista parece alcanzar incluso a EEUU, con el triunfo del candidato demócrata Joe Biden.
A esto se suma la evolución que viene produciéndose en Cuba hacia un modelo económico que debe convertirla no sólo en el ejemplo socio-político-solidario que ha sido y es, sino en el faro económico que tiene que ser para convertirse en el modelo del socialismo próspero y sostenible que preconiza. Cuba necesita del perfeccionamiento de su sistema político hacia una plena democracia socialista, algo a realizar después de avanzada la Reforma Económica, pero la demora dolosa de 10 años en aplicarla ha acelerado las demandas de la sociedad por la democratización socialista, por honrar todo lo refrendado en la nueva Constitución que nos dimos los cubanos.
No es extraño que los enemigos declarados de la Revolución hayan tratado, y seguirán tratando, de “pescar en este río revuelto”, pero la clave para Cuba y su dirección política es no confundirse y meter en el mismo saco de la contrarrevolución a la genuina oposición revolucionaria y socialista.
Ya abordamos en otro artículo la crisis política y económica del principal bastión del capitalismo del mundo, EEUU. Un mundo marcado por la creciente fuerza económica de China que EEUU se empeña en frenar. Lo que considero la más relevante paradoja de nuestros tiempos es ver a la primera potencia capitalista luchando contra el libre mercado mundial y a la primera potencia económica socialista, China, defenderlo. Eso parece confirmar que el modelo socialista de economía, con mercado, pero utilizado científicamente a favor del pueblo, desde el Estado central, logra primero esquivar las crisis y, sobre todo, garantizar un crecimiento estable a favor del bienestar de sus ciudadanos. Lamentablemente, esto ocurre con la permanencia de problemas en la democracia socialista que aún tiene la ya considerada segunda gran potencia mundial, que debe resolver para poder convertirse en el ejemplo a seguir por los pueblos.
Analizando Bolivia pretendemos analizar Latinoamérica y el Caribe, no Cuba, que requiere un tratamiento aparte. A pesar de Trump, Pompeo, Marco Rubio y los demás adalides de la Doctrina Monroe y la contrarrevolución en el hemisferio occidental, hay un resurgir de la izquierda en el continente; un movimiento de tal fuerza que la derecha nacional e internacional, con la Organización de Estados Americanos (OEA) de instrumento y sumando a las instituciones armadas en ese país, no pudieron consolidar el golpe de Estado del pasado año. Hoy tenemos un nuevo gobierno del MAS con el presidente Luis Arce a la cabeza y Evo Morales retornando al país.
Qué contraste con el Chile de 1973, cuando el ejército de ese país masacró impunemente a la democracia encabezada por el presidente Allende, con el apoyo de Washington. Chile vive hoy un resurgir de la izquierda, que lidera el movimiento significativamente mayoritario para la Constituyente con el objetivo de reconstruir el país, que permanece bajo la sombra humillante, económica y legal, de la dictadura de Pinochet. Más del 70 % se pronunció inequívocamente por una nueva Constitución y por una Asamblea Constituyente totalmente nueva.
Sin embargo, para toda la izquierda latinoamericana las enseñanzas del triunfo del MAS en las recientes elecciones de este año 2020, o el año de la pandemia, son muchas y muy variadas. La más importante consiste en reconocer que la victoria está basada, en primer lugar, en los resultados económicos y sociales de la presidencia de Evo Morales. Lo segundo es reconocer que fue un serio error del MAS intentar otra reelección de Evo Morales, error que se agravó después de la derrota sufrida en el referendo que intentó modificar la Constitución para legalizar este proceso, al acudir al poder judicial para saltarse este mandato negativo del pueblo, que le dio a la derecha condiciones para el Golpe de Estado que depuso a Evo como Presidente.
Los resultados de las elecciones del 2019, más allá de las evidencias irrefutables de que no fueron fraudulentas, comparadas con las del 2020, comprueban el error y las consecuencias políticas, además del Golpe, que le costaron mucho al MAS. Este partido obtuvo solo un 47 % de los votos en el 2019, con Evo de candidato, 8 % menos que los que obtuvo un año después con Luis Arce, una posible consecuencia de la reacción del pueblo al intento de mantener un “Máximo Líder” en el poder. De esto se trata, el siglo XXI, el socialismo del siglo XXI, parece no convivir con esta idea predominante de la centuria anterior.
Lo ocurrido años antes en Ecuador con la traición abyecta de Lenin Moreno no justifica el objetivo de mantener al mismo líder político de la izquierda en el poder institucional, en el gobierno. El 55 % alcanzado por Luis Arce constituye un argumento contundente a favor de esta idea. El regreso victorioso de Evo a Bolivia demuestra el capital político que conserva, el 45 % del pueblo, si nos atenemos a los números de más arriba, que deberán crecer en las nuevas condiciones y que constituyen un apoyo crucial para el nuevo gobierno de Luis Arce. Esto debe verse como la diferencia entre el poder institucional y el poder político real de las clases trabajadoras a través de sus partidos y dirección política.
Hablamos antes de la coalición de izquierda encabezada por el PSUV, que se ha sostenido en el poder a pesar de la guerra económica, mediática, diplomática y con pinceladas violentas, que EEUU y sus títeres de la derecha venezolana desataron contra la Revolución Bolivariana. Uso el término “títeres” porque esa derecha, que ganó las elecciones al Parlamento en 2017 en buena lid electoral, cometió el grave error de someterse a las presiones y dictados de Washington de tomar el poder directamente desde la “cabeza de playa” que lograron en el Congreso, utilizando la violencia, económica, política, y hasta letal.
Ya se había producido un aviso importante sobre las condiciones objetivas de la sociedad venezolana con relación a una “radicalización” socialista, cuando aún en vida de Chávez, la coalición de izquierda perdió el Referendo para una nueva Constitución más “radical” en cuanto al modelo económico del país. Copiar en política es siempre complicado, y muchas veces peligroso, al punto de convertirse en un boomerang a las intenciones que se tengan. Esto se verifica también para los que pretenden copiar a los llamados clásicos del materialismo dialéctico, al que no denomino marxismo, pues no se trata de una religión, sino de una filosofía fundada en la ciencia, cuya esencia es la evolución y el propio desarrollo, adaptándose constantemente en el tiempo, única forma de ser consecuentes con la realidad.
La Revolución Bolivariana no ha logrado los resultados que en economía tuvieron procesos como los de Ecuador y Bolivia. A pesar de las riquezas petroleras del país, su necesaria redistribución para mejorar a los sectores desposeídos en peores condiciones socio-económicas, descuidaron el desarrollo económico que sustentó objetivamente esa política económica. De ahí la concentración de la guerra abierta de la derecha y el imperialismo mundial contra el eslabón más débil, la economía monoproductora y plurimportadora venezolana. Y aquí asoma la influencia del ejemplo cubano.
La dirección revolucionaria de Venezuela no supo captar y trabajar con el capital nacional de ese país con intereses antiimperialistas, al menos en lo económico. El mundo en el siglo XXI dista mucho de las condiciones en que se desarrolló la Revolución Cubana en la década de los años 60 del pasado siglo. La Revolución Bolivariana no ha sacado las conclusiones, en lo económico, aunque en alguna medida ocurrió en lo político, de los movimientos de izquierda que han llegado al poder en Ecuador y Bolivia. Pero esa Revolución Bolivariana es tan genuina y poderosa que ha logrado sobrevivir a sus errores y a la furia de los ataques del imperialismo y puede, todavía, enrumbar el proceso hacia un renacer económico, contando con el capital nacional, la inversión extranjera y el incentivo inteligente de todos los actores económicos del país para retomar la senda del crecimiento, y la consecuente mejora de las condiciones de vida de su pueblo.
No tengo conocimientos suficientes para valorar el proceso ecuatoriano. Lo de Lenin Moreno en Ecuador me parece, además, una operación de Inteligencia, un reclutamiento sembrado dentro de la Revolución Ciudadana, tal vez el más importante de los esfuerzos del gobierno de EEUU para capturar a Julian Assange, refugiado en la Embajada de Ecuador en Londres.
Son desastrosos sus resultados como presidente de ultraderecha, entreguista y subordinado a Washington como parte de la revancha de la derecha en el Continente. La economía se desmantela en todo lo que avanzó el gobierno de Correa, y en los estragos provocados por la pandemia en un país que la enfrentó, en lo que he podido ver, con criminal e irresponsable desgobierno. La Revolución Ciudadana tendrá que demostrar que puede rehacerse, retornar al gobierno del país para reconstruirlo económica y socialmente mientras se fortalece políticamente para evitar golpes bajos, como este del “traidor presidente”.
Chile, por su parte, vive hoy en la cresta del empuje de la izquierda por cambiar radicalmente al país. Pocos pueblos he conocido tan politizados como el chileno, y parece posible lograr cambios que lleven a una consolidación del movimiento popular en los nuevos órganos de poder que surjan de la Constituyente.
La otra experiencia adquirida por la izquierda en las Américas, surge de la persecución y castigo judicial de que han sido objeto los principales dirigentes de izquierda en Brasil, Argentina o Ecuador, sacándolos impúdicamente del poder o impidiéndolos de acceder a él.
Esto pudo ocurrir por el papel del llamado poder judicial en los Estados burgueses, y por la necesidad de transformarlo en lo que, supuestamente, debe ser apegado a la ley, interpretándola a favor del pueblo, no del capital y las élites de derecha. Lo aplicado por el MAS boliviano en 2017, el hecho de que el pueblo elija a sus jueces democráticamente, es un aporte que se acerca más a lo pensado en la famosa obra de Lenin, El Estado y la Revolución, que la mayoría de las revoluciones socialistas que han sido hasta hoy.
Estados Unidos, su Constitución y sus leyes son una obra maestra de diseño judicial para que las élites del poder económico real lo sostengan, aún en minoría democrática. Parece que a nadie se le ocurre pensar que fue hecha bajo la influencia de hacendados esclavistas.
Tocará al pueblo norteamericano resolver este entuerto. Las últimas semanas, posteriores a las elecciones, marcadas por la actuación del derrotado presidente saliente y las posibilidades que las leyes y el sistema político establecido le conceden para arrastrar al país a peligrosas encrucijadas que, al menos, vienen destruyendo toda la credibilidad del “sistema democrático” de EEUU, parecen un poderoso estímulo para comenzar a resolverlo.
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Para la izquierda en el poder lo importante es impedir que el dinero, la riqueza material, sea fuente de poder político mientras el socialismo dependa económicamente del capital nacional o la inversión de capital extranjero.
Otra enseñanza es que la violencia revolucionaria tiene que estar en función y dependiendo de la violencia reaccionaria. En el mundo de hoy, con armas atómicas, y más importante, con el desarrollo alcanzado por la civilización, cada vez más consciente de la importancia de optar por vías pacíficas, políticas y democráticas para la resolución de problemas, por la fuerza alcanzada por las izquierdas en todo el mundo y sobre todo en países como Bolivia, esta idea gana fuerza.