Las madres “fuertes” no existen. Existen madres que se sobreponen a circunstancias inesperadas, a crisis económicas, a depresiones post parto, a una mala educación sobre lactancia materna, a berrinches, a los terribles dos, tres, cuatro años…y, 30 años después, a silencios generacionales que ocultan lo duro que es ser mamá y lo maquillan con comerciales de pañales o leches de fórmula donde todas somos (parecemos) felices.
La sociedad les dijo a las mamás que ser “fuertes” estaba bien. Que si los padres abandonan, habrá que ser “fuertes”; que si los padres colaboran con mamá y nené apenas cuando se acuerdan, tanto económica como afectivamente, habrá que ser “fuertes”, que si papá se molesta, habrá que ser “fuertes” y habrá que permanecer “calladas”, que a papá no se le incomoda durante las largas noches de lactancia porque tiene que trabajar al día siguiente, mientras mamá también deberá hacerlo. Se inventaron un adjetivo, lo de “fuertes”, para justificar la ausencia de redes de apoyo y de leyes que amparen de una forma real e inclusiva a todos los tipos de mamás, entre ellas las que también cuidan solas.
En contrapartida, se inventaron conceptos como el de la “mamá luchona”, como si ser mamá soltera fuera un castigo por una mala elección. Les hicieron ver a las mamás de familias más “tradicionales” que no valía la pena protestar porque, en definitiva, ellas tienen parejas que “apoyan”, aunque, en realidad, muchas maternan más solas que acompañadas. Les hicieron sentir a las mamás que trabajan que si lo hacen están en realidad abandonando a sus hijos por sus propias ambiciones profesionales; y a las mamás que se quedan en casa, les enseñaron que son unas inútiles por no trabajar.
¿Ser o no ser madre? Crianza, sexualidad, abandonos y otras culpas
¿Y si esa madre no quiere o simplemente no puede ser más “fuerte” y deja de estar presente? “No, mamá siempre tiene que poder” — gritan todos, incluyendo los padres ausentes.
Y si mamá no puede ser “fuerte” y se quiebra, ¿es entonces “débil”? Piense en un parto, sea natural o cesárea. Piense en el miedo, en la incertidumbre, en el caos, en las manos temblorosas, en las piernas incapaces de sostener el cuerpo todo acalambrado, piense en los gritos, en la calma, en la respiración, en el volverlo a intentar una, otra vez…No hay nada frágil en un nacimiento, no hay nada débil en sentir cómo todo se quiebra para dar vida.
Pero mamá no puede ceder, ni siquiera al cansancio, porque cuando lo hace, la estructura que pesa sobre sus hombros cae. Así que mamá se vuelve “fuerte” y aprende a llorar escondida en el baño, a sonreír mientras quiere gritar, a mirarse en el espejo desnuda y no reconocer su cuerpo post parto, a lactar escondida, a trabajar con nené en su pecho, a no salir a un restaurante porque su bebé escandaloso molestará a la mesa de al lado.
Y así, a mamá la devora sin piedad su propia “fortaleza”.
¿Y qué le pasa a esa mamá “fuerte”? Termina creyéndose ella misma ese mito de que puede con todo. Pierde su voz; se hace invisible. Sus necesidades se esconden debajo del caparazón de “supermamá” y la justificación de “nadie te obligó a ser madre” surge como un castigo por intentar darle voz al agotamiento.
¿Y, si nadie mira a esa mamá, cómo puede el sistema ayudarla? Cuando el entorno se cree lo de la mamá fuerte que todo lo aguanta, asume que las cosas van a estar bien, que no importa lo que pase, esa madre será capaz de ir hacia adelante, sin quejas ni vacilaciones. ¡Qué importa la crisis económica y moral de un país si las madres pueden con todo!
Te voy a contar un secreto sobre la maternidad: detrás del carapacho de una mamá “fuerte” se esconden también miedos, sufrimientos, estrés, agotamiento infinito. Detrás de lo que se ve y se espera hay una madre preocupada por los pañales, la COVID-19, la merienda escolar, los zapatos, el otorgamiento de círculos, lo caras que están las casas de cuidados particulares, el dengue, el pago de los servicios básicos, el uniforme, la leche, el buylling, la cola del aceite, el pollo, el transporte público, el no llegar a tiempo a la reunión, el trabajo, el no trabajo, el dinero, la ausencia de corresponsabilidad, la educación Montessori, la no Montessori, la crianza respetuosa y, finalmente, la duda: ¿lo estoy haciendo bien?
Si eres mamá, grita. No estás loca, solo agotada. Dejemos fluir nuestra imperfección y permitamos que las demás, de las que, como de nosotras, también se espera “fuerza”, se den cuenta de nuestra vulnerabilidad, que es la de todas. Nada de eso nos hace débiles. Nos vuelve visibles y humanas porque, no, nadie debería tener que lidiar sola con todas las cargas de la maternidad.