Hace algunas semanas recibí un mensaje de mi jefe de cátedra, el profesor Ulises Hernández, en el que me comentaba que, debido a su indisponibilidad a finales de mayo, necesitaba mi ayuda en la planificación y producción de la visita de una pianista. No tengo palabras para describir la emoción que sentí cuando supe que se trataba de Valentina Lisitsa.
“¿La conoces?”, pregunta el profesor. ¿Que si la conozco? Es una celebridad del piano a nivel mundial. Dotada de un virtuosismo impresionante, con una mecánica prácticamente perfecta, una de las pocas personas que ha tocado los cuatro conciertos de Rachmaninov y la Rapsodia en una sola noche. En YouTube tiene más de 700 mil seguidores. Una auténtica estrella internacional.
No podía creer que Valentina vendría a La Habana. Es una de esas personas que no imaginaba que tendría la oportunidad de ver y mucho menos de tratar de cerca.
La conocí justo el día que llegó. Como venía invitada por el evento Cubadisco, les correspondió a ellos proporcionarle el transporte del aeropuerto al hotel y de ahí directamente a la función del Ballet de Montecarlo.
No me considero tímida o introvertida, pero la artista me inspiraba tal respeto, que en nuestras primeras interacciones no sabía qué decirle. Sin embargo, ella, desde el primer momento, fue en extremo amable y cariñosa con cuanto ser humano hablaba.
A veces, cuando conocemos a quienes más admiramos, descubrimos que son frías o distantes. En este caso era todo lo contrario. A lo largo de su visita, la afabilidad de Valentina en cada situación siguió resultándome admirable.
El primer día tuvo un encuentro con los estudiantes de piano en el Lyceum Mozartiano. No estábamos claros de cuál sería la dinámica, solo sabíamos que tocaría algo para nosotros.
El intercambio comenzó con una pequeña muestra de música cubana por parte de los estudiantes y, acto seguido, Lisitsa se sentó al piano.
Cómo explicar que Valentina, sin calentar, ni estirar, ni nada, procedió a darnos un recital de 45 minutos, sin parar. Ni siquiera nos dejaba aplaudir; empataba una obra con otra, por el simple placer de tocar. Fue un despliegue de virtuosismo y mecánica impresionante. Algunos de nosotros llevamos más de diez años tocando ese piano y no sabíamos que podía sonar así. ¡Ahora resulta que va a ser verdad eso de que no existen malos pianos! (Esta es una revelación compleja para los pianistas).
Cuando terminó de tocar, se puso de pie, saludó y entre nuestros aplausos pregunta: ¿Quién sigue? Se hizo silencio.
Luego de que un valiente se dignara a dar el paso al frente, comenzaron las clases. Las lecciones las impartió prácticamente sin apoyarse en las partituras. No las necesitaba, se sabía casi todo el repertorio de memoria. Al escuchar sus consejos se hacía evidente que venían desde la perspectiva de un intérprete activo. Incluso se tomó el tiempo de dar consejos para lidiar con el pánico escénico, tratándolo no como un mal que hay que ignorar, sino como una dificultad más a dominar.

Tiene una filosofía peculiar sobre el estudio. Ella defiende que tocar piano es como flotar en agua salada. Argumenta que resulta muy natural por temas de posición, postura, incluso de física, porque trabajamos con la fuerza de gravedad sobre nuestras manos. Además, el mecanismo del piano ayuda. Me comentaba que todos deberíamos poder tocar 12 o hasta 14 horas seguidas (lo que estudia ella) sin dolor ni cansancio.
Esto me resulta muy interesante, ya que las lesiones son un problema común entre los pianistas (principalmente por el empleo de una técnica poco adecuada). Nunca he estudiado 12 horas al día, mi máximo es 9, y no como media. El ritmo de estudio más fuerte que he mantenido ha sido de 6 horas al día (sentada tocando por reloj) durante dos semanas. No recuerdo si llegaron a dolerme las manos como tal (quizá algún día); lo que sí me molestó mucho fue la espalda. Tal vez por falta de resistencia, mala postura, tensión acumulada o por todo lo anterior, pero el dolor fue creciendo a lo largo de las semanas hasta que se me hizo prácticamente insoportable.
Al fin y al cabo, para tocar bien un instrumento, y más al nivel de Valentina Lisitsa, hay que estudiar muchísimo. No me parece mal la idea de que tocar el piano sea algo fácil; aunque en realidad no lo sea. Este principio puede ayudarnos a entender que, si algo nos cuesta, es probable que el verdadero problema radique en nuestra manera de abordarlo y no en la dificultad en sí. Debemos aprender a utilizar nuestras herramientas de forma eficiente, y eso puede tomar bastante tiempo. Una cosa es segura: tocar no debe causar dolor físico, si se hace bien.
Al día siguiente nuestra invitada de honor dio su recital en el Oratorio San Felipe Neri. Todo Chopin (más tres encores). Creo que es la primera vez que veo en vivo un recital a piano solo tan largo. Ella es absolutamente hipnotizante. Hubo un momento, justo al final, cuando se sentó a tocar el primer encore, en que alguien le gritó: “¡la Campanella!”. Ella miró hacia el público, sonrió y procedió a tocar este estudio a velocidad supersónica. Era como si las distancias en que hay entre las teclas del piano fueran una ilusión. No fue su virtuosismo lo que más me estremeció; fue pensar que, hace unos años, buscando videos en YouTube, esa fue la primera pieza que le vi tocar; y ahora estaba escuchándola en directo, en Neri.
El concierto estaba lleno de estudiantes de piano. Tristemente se le dio poca promoción, así que la sala no se repletó como merecía tal maravilla, pero el público presente valía por un auditorio completo: ovacionaba a la artista después de cada pieza.
Al terminar la presentación Valentina solo tuvo tiempo de bajar del escenario antes de que la abordara casi todo el teatro para felicitarla y pedirle una foto. Pobrecita, después de más de dos horas de recital, no tuvo tiempo ni de tomar agua, y atendió a todos con inmenso cariño.
Al día siguiente me tocó despedirme de ella antes de la Gala de premiación de Cubadisco. Pasamos la mañana paseando para que conociera algunas partes de La Habana. Fue cuando finalmente reuní el coraje para preguntarle algunas cosas sobre piano que no le había comentado, por no molestarla. Me di cuenta de que tenía que habérselo dicho antes, ya que, lógicamente, le gustaba hablar de piano casi tanto como tocarlo. Me dio consejos para la posición de la mano, la buena técnica, la eficiencia; vimos videos. Yo estaba en el mismísimo cielo.
Había vivido un sueño. Ya admiraba a Valentina Lisitsa antes de conocerla, pero verla tocar en vivo fue una revelación. Presenciar a un pianista con ese dominio técnico, así como con un repertorio inmenso de memoria, me deslumbró; pero tener la oportunidad de conocerla y descubrir, además, a un ser humilde y bondadoso, me conmovió infinitamente. Ese día, mientras regresaba a mi casa motivada y con el corazón un poco estrujado, supe que, aunque la vida siguiera, aquellos instantes quedarían suspendidos en algún rincón de mí.
Felicitaciones por partida doble: por la amena crónica que nos acerca al lado humano de la gran artista y por la oportunidad de compartir (absorber) conocimientos con ella
Gracias a Malva por narrarnos tan maravillosmemte la experiencia con la pianista. Para quienes no pudimos acudir a verla y escucharlas es una maravilla el testimonio de Malva, talentosa también.
Malva tuve el privilegio de asistir a este concierto siguiendo tú anuncio en Instagram y realmente fue un momento mágico, observar aquellas manos deslizarse sobre el piano a una velocidad impresionante. Estar tocando obras muy complejas prácticamente sin sudar, con el calor de La Habana, apoya lo que dices.
Malva qué maravilla leerte y revivir con tu texto la vivencia excepcional de escuchar y conocer de cerca a una artista como ella. Gran oportunidad que este evento nos trajo en esta edición 2025, donde le fue otorgado el Premio Internacional Cubadisco. Gracias por atenderla por todos nosotros. Ojalá pronto puedan tener otras provincias de Cuba este privilegio.