La discusión en marcha desde el 10 de febrero del 2021 en Cuba acerca de las actividades cuyo ejercicio no está permitido a los cuentapropistas es una excelente ocasión para pensar sobre las industrias culturales que el país necesita, en especial en un contexto marcado por múltiples desafíos en el entorno cultural, pero también por ciertas oportunidades que se encuentran abiertas en este momento.
Los desafíos que el actual contexto lanza para el sector cultural se conocen en gran medida, por eso mencionaré apenas algunos, aquellos que, a mi juicio, son los más relevantes para Cuba.
A nivel internacional atravesamos un proceso de reconfiguración intensa de la cultura. Viejos mediadores entre el público y los creadores, como editoriales y estudios cinematográficos, vienen perdiendo relevancia, mientras emergen otros nuevos y poderosos que, de la mano de plataformas tecnológicas como Google, Amazon, Apple, Netflix y otras, sostienen el dominio monopólico sobre la distribución y el acceso a los consumidores y, consecuentemente, la mayor tajada en las ganancias producidas.
Por otra parte, globalmente se está produciendo una retirada de las políticas estatales de la cultura, y las que aún subsisten se reformulan en gran medida como políticas para la economía creativa con enfoque hacia el mercado.
Los hábitos de consumo están cambiando también, desplazándose de la posesión física del bien cultural, como el libro o el disco, hacia una naturalización del consumo en streaming. El ocio, el tiempo libre y la privacidad se están mercantilizando como nunca antes, gracias al rastreo activo y la vigilancia corporativa de los usuarios por parte de las plataformas.
Junto a la desmaterialización del producto cultural, cada vez más empujado hacia los bits, también está extinguiéndose el empleo estable y de buena calidad en el sector cultural, bajo la exigencia de la flexibilidad total y el manejo de la “marca personal”.
Desafíos para el sector cultural cubano
Autoridades del sector cultural en Cuba, junto a artistas e intelectuales del patio, han reconocido y mencionado en varios espacios algunos de estos desafíos para el país, que van desde las debilidades en la infraestructura institucional, la necesidad de renovar estructuras y procesos en la interacción con los artistas, hasta la adaptación, aún pendiente, de las instituciones a un entorno nacional dinamizado por las tecnologías digitales, pero no quiero detenerme en ellas. En cambio me interesa destacar, por parecerme menos visibles, las oportunidades abiertas en el contexto actual, principalmente la coincidencia en el tiempo del fruto de largos años de políticas educativas y culturales, y la mayor presencia de las tecnologías digitales en la sociedad cubana.
Cuando se habla de las políticas culturales de la Revolución Cubana, se debe mencionar el crecimiento en Cuba de las capacidades humanas para la creación artística. La distribución amplia a nivel nacional de casas de cultura, y escuelas de arte, así como de un fuerte movimiento de aficionados, junto a la enseñanza artística de nivel superior, son iniciativas que han formado artistas y públicos de manera masiva a lo largo de décadas.
Este movimiento ha estado acompañado, además, de políticas para la educación, la ciencia y la tecnología que han dado como resultado una población cubana con una elevada preparación educativa con altas potencialidades para la creación cultural.
Luego, no puede dejar de percibirse como una oportunidad la coincidencia de una mayor apropiación social de las tecnologías digitales en la sociedad cubana con la acumulación de creatividad, saberes y deseos de hacer tras varias décadas de políticas educativas y culturales exitosas.
La coincidencia de estos dos elementos permite avizorar un incremento exponencial en la producción de contenidos y servicios que renueve y dinamice los procesos culturales, especialmente aquellos vinculados con la industria cultural, siempre que se den las políticas y los incentivos adecuados.
Existen ejemplos que muestran los resultados de esa coincidencia, como los productores audiovisuales independientes, los estudios de grabación no estatales y una auténtica explosión de revistas en soporte pdf que llenan espacios no suficientemente atendidos ahora mismo por los medios institucionales, sin dejar de ser relevantes, como son el cuidado de animales afectivos, el deporte, los negocios en Cuba, la fotografía o las modas.
Estas revistas y sus equipos de realización en especial, gracias a sus estructuras de trabajo, han demostrado una enorme flexibilidad, resiliencia y capacidad de innovación. Son cualidades que permiten llenar nichos de público con mayor rapidez y agilidad, y con una producción nacional de contenidos.
La diferencia entre las capacidades culturales creadas tras 60 años de Revolución y los mecanismos institucionales para darle vías, sostenerlas y estimularlas, pueden percibirse como una brecha, agudizada con la llegada de las tecnologías digitales.
Sin embargo, estas diferencias también pueden verse como una oportunidad, que con el entorno regulatorio adecuado aprovechen estas capacidades para dinamizar la producción de bienes y servicios culturales, con un impacto inmediato en nuestra industria cultural.
En el programa televisivo Mesa Redonda transmitido el 10 de febrero, el mismo día de la publicación del listado de actividades, el viceministro cubano de cultura Fernando Rojas, a propósito de la legalización de los estudios de grabación, enunciaba un principio valioso que puede ser extendido más allá del audiovisual o la grabación de sonido, y que podría llegar hasta la industria editorial y la producción de videojuegos: que los sellos editoriales siempre sean institucionales. De esta manera, quedaría de la parte del Estado la publicación y distribución, lo que implica el control en la difusión de contenidos y valores y la jerarquización de estos en la cultura nacional.
Las políticas para la construcción de las industrias culturales nacionales tendrán al Estado como regulador de los contenidos que se producen, los valores que promueven en la sociedad, las condiciones de trabajo de sus especialistas, y también deberán estratégicamente evitar su captura por el capital privado.
Por su parte, los servicios técnicos y profesionales de los que se nutren estas industrias culturales saldrán ganando si se permite al sector no estatal su ejercicio.
La discusión de las actividades no permitidas para el cuentapropismo es una oportunidad para comenzar a sentar las bases de la industria cultural que precisamos, en la forma de los servicios técnicos y profesionales que la industria requerirá y que, dados los tiempos que vivimos, necesariamente deberán ser servicios profesionales flexibles, ágiles, innovadores, creativos y altamente especializados.
Existen tres elementos que pueden asociarse entre sí de manera virtuosa: las capacidades culturales creadas, los menores costos en la producción, consumo y distribución de contenidos digitales gracias a las tecnologías para la información y la comunicación, y los deseos de un sector del cuentapropismo cubano de crear emprendimientos culturales en un entorno transparente, regulado y de compromiso con la cultura nacional.
Una política para las industrias culturales que aproveche estos elementos será beneficiosa para la renovación y defensa de nuestra identidad cultural, nuestro espacio digital, y también nuestra soberanía.