Los Estados Unidos apenas habían sido tocados en su territorio continental. En 1812, durante la Guerra Anglo-Americana, barcos de guerra británicos bombardearon el Fuerte McHenry, en el puerto de Baltimore, durante unos famosos sucesos que sirvieron de inspiración a Francis Scott Key para escribir el “Star Spangled Banner”, el himno nacional. Lo más parecido, el hecho que determinó la entrada en la Segunda Guerra Mundial –la batalla de Pearl Harbor (1941)– tuvo lugar casi 130 años después en una distante isla del Pacífico.
Pero aquel 11 de septiembre, hace diecisiete años, lo cambió todo. No solo al país sino también al resto del mundo. En lo interno, se crearon estructuras, disposiciones y leyes para tratar de proteger a Estados Unidos de futuros actos terroristas. Muchos de esos intentos terminaron incidiendo sobre las libertades individuales y los derechos garantizados por la Constitución. Hubo, entre otras cosas, una guerra con Afganistán, un “oscuro rincón del planeta”, y luego una en Iraq, con impactos, secuelas y bombas que llegan al día de hoy.
En este nuevo aniversario los estadounidenses recuerdan a las víctimas de aquellos sucesos, tan trágicos como repudiables, más divididos y polarizados que nunca antes en su historia, tal vez con la excepción de la Guerra Civil. Y con un Presidente que no ha cesado de atizar esas llagas mediante discursos y acciones que contradicen la naturaleza misma de lo político, hecha de concertación, pacto y compromiso. Un Presidente, sin embargo, con un electorado –sus llamadas bases– que apoyan sus políticas y maneras en pelos y señales, a contracanto de cualquier parteaguas, presente o por venir.
De todos los peligros en esta peculiar coyuntura –y son muchos– hay uno que sobresale, también como nunca antes: el intento de difuminar/descolocar la verdad a manos de la politización y el partidarismo. Con un correlato inevitable: los sistemáticos ataques a la prensa y los medios bajo la etiqueta de ser “el enemigo del pueblo” y portadores de “noticias falsas” (fake news), credenciales de esta administración prácticamente desde el primer día en que llegó a la Casa Blanca.
Parecería un viaje a la semilla, cuando recién fundada la nación se propició la atmósfera que condujo a las Leyes de Sedición (1798), enfiladas específicamente contra la prensa y destinadas a procesar y encarcelar a individuos que se manifestaran contra el presidente y sus políticas. O una vuelta de tuerca al macartismo de los 50, cuando el disenso devino una actividad intelectual políticamente incorrecta. La tentación de suscribir la tesis de una suerte de déjà vu histórico es mayor cuando se considera la relación del presidente y su equipo con los emigrantes, en la que se recicla un enfoque paranoico que ha estado ahí desde el principio de los tiempos, ejercido no solo contra católicos e irlandeses, sino también contra italianos, chinos, japoneses…
Hoy por la mañana, ante el impresionante silencio de la zona cero y sus casi tres mil muertos, el espíritu de John Donne parecía, de nuevo, cabalgar en el aire: “no envíes nunca a preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti”.
con su permiso : que usted quiso decir ??