En la farmacia francesa de la calle Milánes, frente al parque de La libertad de la ciudad de Matanzas quedó detenido el tiempo. Cuando uno traspasa sus puertas encuentra todo el mobiliario que adquirieron sus dueños por el año 1882 para abrir el establecimiento en el centro de una urbe que se encontraba en pleno esplendor económico.
Si esfuerza un poco la imaginación, puede encontrarse a su fundador Ernesto Triolet o a su esposa Dolores, caminando de un lado a otro de la única farmacia francesa que se conserva en el mundo, preparando medicinas, atendiendo a los clientes, vigilando la temperatura de los hornos en el laboratorio montado en el patio o empaquetando los pedidos.
En este lugar, devenido Museo Farmacéutico en 1964, se dan la mano de manera armoniosa el arte y la medicina, pues guarda una amplia colección de envases de porcelana francesa, muchas de las cuales fueron decoradas manualmente, a pedido del propio Doctor Triolet. También existe en perfecto estado de conservación todo el instrumental de cerámica, cristal u opalina usado hace más de 100 años por los dueños del lugar.
El matrimonio Triolet, especialmente el doctor Ernesto, utilizaban las plantas medicinales como fuente principal para sus medicamentos que gozaban de excelente reputación en la clientela del país y del extranjero.
En la farmacia existe constancia en el libro de recetas de más de un millón de fórmulas originales, así mismo también se atesoran alrededor de tres millones de etiquetas originales de los productos fabricados allí.
En las distintas salas se pueden ver los frascos que contenían los diferentes compuestos fabricados en la botica, muchos de los cuáles conservan parte de su contenido y aroma, muestras de una época de expansión y desarrollo de la farmacéutica cubana. En las etiquetas puede leerse el contenido de los envases: Lúpulo, Raíz de Belladona, Triaca Magua, Hojas de Acónito, Laca Amarilla, Copal o Anís Estrellado, entre otros.
Al mismo tiempo se conservan los trituradores, los morteros, los alambiques, las pesas, el horno de ladrillos, los recipientes comprados para guardar los jarabees y otros preparados, todos con el sello indiscutible de la casa Triolet, pues aunque muchos fueron importados y otros fueron de fabricación propia.
También quedaron a buen resguardo de los estragos del tiempo la caja registradora, el teléfono, toda la construcción en madera de la farmacia, las escupideras en forma de tortuga.
El Museo fue sometido a una restauración capital en el año 2003. Desde que reabrió sus puertas ofrece visitas dirigidas y atiende a los estudiosos de la farmacéutica como centro de información científica.